Apareció buscando unas carpetas. Estaba tras de ellas. La cogí como quien recupera algo perdido u olvidado. La verdad es que no era tan antigua aquella máquina fotográfica: podría tener unos diez años a lo sumo, quizás menos; pero como este mundo de las instantáneas ha cambiado y evolucionado tan deprisa, ya parecía una antigualla, pero no lo era en absoluto. Recordé haberla usado hacía relativamente poco, pero no logré saber el cuándo y el para qué. Es más esa antigua cámara analógica, ya olvidada, compartió algún tiempo con la flamante digital que ahora no se separaba de mi hombro. La miré sonriendo y acaricié la carcasa de aluminio bruñido que seguía siendo fría y suave al tacto. La iba de nuevo a abandonar, quizás definitivamente, cuando en un movimiento instintivo accioné el “open” y la pequeña pantalla se iluminó; ante mi sorpresa comprobé que estaba cargada y marcaba el número de fotos realizadas: treinta y cinco. Quizás quedase una pues los carretes solían ser de doce, veinticuatro o treinta y seis. Me acerqué a la ventana y disparé. Efectivamente al hacer la última foto el carrete comenzó a rebobinarse. Sonreí pues no recordaba qué demonios de escenas podía haber en su interior; por más que busqué en mi memoria no encontré la respuesta. La solución era sencilla: revelarlas. La solución sí era sencilla, pero el hecho en sí de hacerlo resultó bastante más complicado.
Al día siguiente me acerqué a la tienda de fotografía donde solía llevar a hacer algunas ampliaciones. Sonrieron; ya no trabajaban el revelado de negativos y no supieron indicarme en que lugar podrían atenderme. ¡Quizás en Madrid! – me dijeron-. ¡Toma ya, en Madrid! –respondí a la interjección con otra-. Más por curiosidad que por algún otro motivo recorrí varios de aquellos comercios, sin salir de mi ciudad claro. A la cuarta o quinta visita, y ya cuando pensaba llevarlas a la capital del reino en alguna visita, en un laboratorio se comprometieron a revelarme los negativos y a hacerme las copias.
Cuando fui a recogerlas, a los cuatro o cinco días, y al irlas pasando una a una, no reconocí a ninguna de aquellas personas; gente joven, de la edad de mis hijos. Se trataba de una boda sin duda. Era fácil averiguarlo: salía una pareja vestidos de novios y con gente “guapa” a su alrededor. Aquellas fotos no eran ninguna maravilla, pues he de confesar, sin ánimo de ser pedante, que yo hacía mejores fotos con aquella “Sony”. No lo entendía hasta que en una de ellas apareció el novio de mi hija. ¡Táte! –me dije- ¡La niña que cogió aquella cámara ya olvidada y se la llevó de bodas! Y, claro, también olvidó revelarlas. Todo aclarado.
Cuando la mostré la carpeta plastificada con las fotos en su interior, soltó una carcajada nada más verla, para a continuación exclamar: ¡Anda, pero si es la boda de Juanillo y Marta!
-Hace mucho –pregunté más que nada por saber-
-En junio pasado, pero ya se han separado –contestó y de nuevo soltó una carcajada- No creo que sea muy oportuno enseñárselas.
Y es que ya lo dice el refrán: “El que llega tarde al baile, baila con la coja!
ja ja, Rafa, real como la vida misma. Hoy en día las separaciones se producen hasta cuando se están tomando las instantáneas digitales. Me suena que ésto me lo contasteis la última vez que nos vimos.
ResponderEliminar¿Un mes o así duraron, o fue la regreso del viaje novios?
Un abrazo
Que bueno hoy se casan y descasan en un santiamén. Eso es lo bueno que tiene la libertad. Lo malo es que vuelven a casa después de independizarse y te desorganizan la vida. Una pena la falta total de compromiso. Es mejor que no se casen, si no que tengan encuentros esporádicos. Al menos así no nos hacemos ilusiones y no nos desorganizan nuestros recien estrenados esquemas.
ResponderEliminarUn abrazo
La esencia de la historia es esa, pero un poco fabulada. Según la leia me iba sonando. Hoy en día ambos novios bailan con otros cojos. Yo fui testigo de esa boda, hoy somos más de la separación. ¿Por que será?
ResponderEliminarCreo que deberías venir más a Madrid, desayunando salen grandes historias.
Beso.
Hola Fernando:
ResponderEliminarSí, las fotos las llevé ese fin de semana a mi hija, ignorando el acontecimiento. Como dice Susi: desayunando en su casa se cuecen algunas historias.
Un abrazo
Hola Katy:
ResponderEliminarAhora quizás son más sinceros, pero no es menos cierto que se soportan muy poco; vamos que tienen poca paciencia los unos con los otros.
Un abrazo
Hola Susi:
ResponderEliminar¡Tú por aquí!¡Qué sorpresa!.
Los desayunos en vuestra casa dan para mucho.
Un beso, hija, y hasta pronto
una historia buena
ResponderEliminarmuy buena....
____gamiel_____
Hola Gamiel:
ResponderEliminarAnte todo gracias por acercarte hasta este blog.
Me satisface que te haya gustado.
Un abrazo