jueves, 18 de noviembre de 2010

En el refugio de los sueños: Los tres marcadores

Las puertas de cristal se abrieron de forma automática al incidir el sensor en la masa corporal de Miguel. El vestíbulo presentaba un aspecto de extrema pulcritud. El suelo de mármol blanco hacía de espejo en donde rebotaba hacia arriba la luz blanca y potente que caía del alto techo. El reflejo ascendente se perdía tras las lámparas y los cables de las que pendían. Miguel buscó con la mirada a alguna persona que le informase. Al no hallarla intentó localizar, en aquel gran espacio, la típica máquina expedidora de números que las nuevas tecnologías habían acabado por instalar en todos los lugares en donde hubiera que ir a efectuar una reclamación o simplemente a informarse de cualquiera de las contrariedades que nos traía la vida cotidiana. La máquina no existía ante la extrañeza de nuestro hombre. Caminó a través de la luz y una nueva puerta de cristal se abrió a su paso para darle acceso a un nuevo vestíbulo, mayor que el anterior, donde se alineaban en hileras sillas de plástico rojo colocadas y fijadas al suelo de seis en seis. Formaban una especie de “U” mayúscula. Miguel no se entretuvo en mirar si en aquel espacio existía alguna máquina como la que buscó en la entrada del edificio. Se sentó, no sin sentir cierto desamparo, al lado de otras personas que allí se hallaban haciendo turno.

Por más que observabó a su alrededor no veía a ningún funcionario que pudiera informarle. Suspiró profundamente, lo que motivó que la persona que acababa de sentarse junto a él le mirase.

-¿Lleva mucho tiempo esperando, señor? –preguntó el recién llegado- Lo pregunto porque he sentido que suspiraba como quejándose.

-No, no es por eso –contestó Miguel-, en realidad acabo de llegar pero no veo quién pueda informarme.

El vecino que le miraba con fijeza, desde un principio, tenía la barba canosa y la tez morena; los ojos pequeños, negros y saltarines parecían bailar de inquietud en la sonriente cara. Su escaso pelo hacía mucho que había mudado de color. Se le veía alto y fuerte. Los brazos delataban esa fuerza así como sus enormes manos callosas. Miguel se había fijado en ellas desde un principio. Llevaba una cachaba por bastón y vestía de forma deportiva.

-Normalmente la gente espera mucho tiempo aquí, así que sí me permite yo puedo informarle en lo que guste. Mi nombre es Pedro, se lo digo por tutearnos ya que imagino que a nosotros también nos tocará aguardar.

-Miguel, me llamo Miguel, mucho gusto Pedro, gracias por su amabilidad. Es que me gustaría saber a dónde tengo que ir para…

-Es muy sencillo –le interrumpió Pedro-, no tienes más que mirar a los marcadores; están allá arriba, ¿los ves?

Miguel alzó la vista y efectivamente vio tres enormes pantallas en fondo negro por la que iban deslizándose de abajo a arriba una lista de nombres, en letras de color blanco y mayúsculas. Se fijó más y comprobó que eran nombre y apellidos.

-¿Qué significa, Pedro?

-¿Cuál, los marcadores dices? Son nombres de gente. Te explico, ¿cómo te llamas?

-¡Miguel!, ya te lo dije antes.

-No, hombre, tu nombre y apellidos.

-Miguel Acebedo Martínez –contestó un confuso Miguel.

-Verás Miguel Acebedo. Arriba hay tres marcadores. ¿Los ves, verdad? Por ellos van ascendiendo una serie de nombres, tan sólo tienes que fijarte a que salga el tuyo.

-Pero, no entiendo. ¿Cómo saben mi nombre?

-Tu nombre lo saben porque eras uno de los que tenías que venir, y en esos listados figuran todas aquellas personas que las tocaba llegar hoy.

-Sigo sin entender una palabra –respondió un escéptico Miguel.

-Ya lo comprenderás, no te preocupas. Dime, Miguel, ¿de dónde eres? Lo pregunto para que el tiempo se nos haga más corto, ya sabes…

-De un pueblo de Zamora, no lo habrás oído nombrar: Manganeses de la Polvorosa.

-Sí que es raro el nombre, sí. Yo soy de mucho más lejos, no nací en España, aunque sí soy español, de hecho me considero ciudadano del mundo entero. He viajado mucho. Soy pescador; ya sabes los barcos esos que faenan en caladeros.

-Ya, yo soy simplemente agricultor.

- Duro trabajo también el tuyo. ¿Casado?, Miguel –quiere saber Pedro.

-Casado y con cinco hijos.

-La familia, los hijos, una bendición de Dios.

-No creas, Pedro. No todo son bendiciones como dices. Mucho trabajo para sacarlos adelante. Y a veces ni te lo pagan. En cuanto a Dios, mejor no tocarlo.

-Comprendo. Bueno, ¿pero tu vida no se circunscribirá sólo a la familia, imagino?

-Hombre, como todos, alguna canilla al aire ya ha habido.

-Como todos, fanfarroneas.

-¡Qué no hombre, qué no! Que alguna cosilla sí ha habido en mi vida, y no sólo de faldas. Lo que ocurre es que a medida que te vas haciendo mayor, repasas tu existencia y te das cuenta que no merecieron la pena y te arrepientes de ello.

-Dicen que arrepentirse y pedir perdón es de sabio –indica Pedro.

-Algunas de las personas a las que hice daño ya no viven, no podría pedirlas perdón aunque quisiese.

-Basta, en estos casos con el arrepentimiento. Tú te arrepientes con sinceridad, Miguel.

-¡Joder, Pedro!, pareces mi confesor. Pues claro que me arrepiento, hombre de Dios.

-Te veo sincero. A propósito, ¿te has fijado si ha salido tu nombre en alguno de los marcadores?

-La verdad es que con la cháchara me he despistado. Pero explícame como va esto, Pedro, que antes no me lo aclaraste.

-Pues mira, Miguel. Como ves hay tres marcadores y debajo de ellos tres puertas. Las personas que tenían que venir hoy figuran en las listas de esos marcadores. Observarás que por encima de cada uno de ellos hay un color: el verde, el azul y el rojo. ¿Los ves? Estate atento creo que tu nombre saldrá bajo el color azul. Bueno, ya está bien de cháchara como dices, tengo que ir a hablar con otro visitante. Hasta luego Miguel, ha sido un placer conocerte.

-Pero Pedro, que significan esos colores, qué demonios de lugar es este.

-Es muy fácil Miguel, verás el color verde es para las personas que tienen acceso directo al cielo; el azul, el tuyo, es para los que deberán purgar sus penas durante algún tiempo en el purgatorio; y el rojo supongo que ya lo adivinas. No pierdas de vista tu marcador, si se te pasa la vez tendrás que esperar a que salgan todos los nombres otra vez y comenzarás más tarde a purgar. Un abrazo y hasta siempre.

4 comentarios:

  1. Me has sorpendido gratamente de nuevo. Que forma tan original de explicar el momento despues de...
    Al principio me imaginé que era un quirófano moderno, acéptico. No me importaría que Pedro me recibiese así con tanto afecto. Lo que no me gusta nada es la puerta roja:(
    Este relato muestra una gran sensibilidad además de imaginación. Tampoco estaría nada mal que algún día nos encontrásemos alli antes de traspasar alguna de las puertas unos cuantos blogueros inquietos.
    Un abrazo
    P.D. No dejes de escribir, es un delicia leerte.

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  2. Todos en la vida debemos purgar, pero nuestra soberbia no lo admite. Y es que es tan difícil cruzar la puerta verde. Genial desarrollo y genial planteamiento.
    Un abrazo

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  3. Hola Katy:
    Gracias de nuevo por tu fidelidad y tus muestras de ánimo.
    No, no estaría mal ponernos de acuerdo aunque fuese en el más allá. Quién sabe.
    Un abrazo

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  4. Hola Fernando:
    Gracias también a ti por tus muestras de ánimo. Yo también creo que los tres estados están aquí y que somos poco dados a purgar.
    Me alegro que te haya gustado.
    Un abrazo

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