Juan tenía una empresa de empeños. Compraba y vendía todo tipo de objetos de valor así como metales preciosos. Oro, joyas, monedas… pasaban a diario por sus manos. Eran muchas las personas que por necesidad recurrían a él en momentos puntuales. Las valoraciones que hacía de los objetos que le ofrecían siempre eran de la satisfacción de sus clientes. Sabían que no los engañaba. Era un hombre recto y honesto y transmitía esa imagen, por eso su negocio marchaba considerablemente bien, y más en época de crisis. En su pequeña empresa trabajaba con él, bajo su tutela, su joven sobrino Ángel, al que quería como a un hijo, ya que Juan, aunque hubiera estado casado, no los había tenido en su matrimonio.
El piso antiguo en el que realizaba sus transacciones hacía las veces de vivienda y de negocio y estaba situado en el centro de la ciudad, en una de las calles más comerciales. Ubicado en un primer piso, se accedía a él por una escalera de madera empobrecía por el uso y los años, y cuyos peldaños crujían a cada de paso, no pareciendo necesaria ningún tipo de alarma que alertara de visitante alguno. Pero en su interior la vivienda era moderna y adecuada al uso con sofisticados elementos de seguridad: una amplia cristalera separaba al público de Juan y Ángel. Los clientes también se sentían así más seguros. Además cuando la operación a realizar era de un importe elevado había un despacho para la intimidad del cliente.
Juan había ido engordando con el pasar de los años y con el poco ejercicio físico que realizaba. Desde que muriera su esposa el trabajo le absorbía prácticamente todo el día y apenas si salía de su domicilio. Lo único que le hacía abandonarlo, algún fin de semana y por poco rato, era su afición desde joven por la fotografía. Le gustaba retratar su ciudad en invierno, tal como él la sentía: fría, oscura, siempre con aquella niebla opaca. En ocasiones, si el día era más despejado de lo habitual, se las ingeniaba para que las instantáneas pareciesen congeladas echando su propio vaho sobre el objetivo y esperando unas décimas de segundo para que el cristal fuera perdiendo su aliento. Sus fotografías cuando menos eran muy particulares. Era su única afición.
A Juan sólo se le conocía un vicio, si es que puede considerarse como tal el jugar a “La Primitiva”, ya saben el juego ese de azar que consiste en acertar cinco números entre las miles de probabilidades de combinar cincuenta elementos tomados de cincuenta en cincuenta, pues si no recuerdo mal de mi época de estudiante así se trataban los problemas de combinaciones de elementos. Cada miércoles rellenaba su papeleta y bien o iba él a echarla al despacho de las apuestas o enviaba a Ángel.
“Cinco, siete, diez, quince y veinticinco”, esa era la combinación de esa semana. Tenía el billete encima de la mesa de su despacho y llamó a su sobrino para que hiciese el favor de llevar la boleta al despacho de apuestas, pues él estaba esperando a un cliente importante y no quería perder la posibilidad de hacer una buena transacción aquella mañana de miércoles.
Nunca había obtenido ningún premio de importancia, todo lo más tres aciertos o reintegros. Pero aquella semana barruntaba que iba a tener suerte.
El trabajo de aquellos días había sido particularmente intenso, y más porque Ángel le había pedido unos días de vacaciones, así que no se acordó del sorteo del jueves. Pasó el jueves y el viernes, y el sábado al leer el periódico se sobresaltó al comprobar que había acertado los cinco números de La Primitiva. Le sobrevino una fatiga debida a una rápida subida de tensión. Le costaba respirar. Se repuso y llamó al móvil de su sobrino al comprobar que en su escritorio no estaba la papeleta de La Primitiva, nada extraño por otra parte puesto que Ángel rara era la vez que se la entregaba. Juan nunca lo dio importancia debido a la confianza existente entre tío y sobrino. A veces Ángel le decía que había acertado un reintegro y que el mismo iba a cobrarlo. -¡Vuelve a jugarlo a los números que quieras!- le decía Juan. Pero aquella vez era distinto y más cuando se enteró que había muy pocos acertantes y que se iban a repartir cerca de cinco millones de euros cada uno de ellos. El corazón le volvió a latir muy deprisa. El móvil de su sobrino estaba fuera de servicio o sin cobertura. Optó por llamar a su hermano por ver si sabía dónde se encontraba su hijo. Logró contactar con él muy pasada la tarde.
-Ángel, bendito sea Dios que te encuentro, ¿dónde estás?
-Tío, tío, que me ha tocado La Primitiva este jueves –se oyó a una voz alterada gritar al otro lado del teléfono.
Juan se quedó boquiabierto, sin saber que decir. Un sudor frío le fue inundando su cuerpo y el corazón volvió a latirle con fuerza.
-¿Cómo que te ha tocado…? –balbució con la voz apagada.
-Sí, tío -se oyó una voz nerviosa-, me ha tocado. El miércoles cuando me mandaste echar tu boleto, yo rellené otro, y han salido mis cinco números.
-Oye Ángel, espero que me estés gastando una broma. ¡Los cinco aciertos son míos! ¡Es mi billete el que ha resultado premiado!
-Que no tío, te lo juro, que es el mío.
-¡Vuelve inmediatamente si no quieres que te denuncie! So…no sé que llamarte. Lo primero que pensé cuando vi el periódico fue en compartir el dinero contigo, pero ya veo que el concepto que tenía de ti no era acertado. ¡Vuelve de inmediato! ¡Me pediste vacaciones para ganar tiempo!, ¿verdad?
-Te digo que el premio es mío. ¿Cómo coño sabes tú la combinación que marcaste, si siempre la escribes al azar, sin preocuparte lo más mínimo los números que escribes?
-Ángel –dijo Juan con voz ahora pausada tras lograr tranquilizarse-, no eres mal chaval, nunca lo has sido. Aún no es tarde para que rectifiques. En caso contrario tendré que denunciarte. Regresa a casa, hijo.
-¿Denunciarme? ¿De qué te serviría?
-Serviría, al menos, para que de momento un juez detuviera el pago hasta que se aclarase este penoso asunto.
-Al final ganaría yo. El boleto mío es el premiado, está en mi poder y yo fui quien lo rellené.
-No es el mío el premiado, lo sabes muy bien.
-¿Cómo coño sabes que es el tuyo? Ignoras los números que escribiste. Puedes acordarte de uno, tal vez de dos, pero no de toda la serie. Nadie te va a creer.
-Sí sé la combinación. Regresa Ángel y devuélveme el boleto. Sabes bien que mi estado físico no es bueno y estos disgustos me afectan. Al final mi único heredero será mi hermano, tu padre, e indirectamente tú. No me obligues a denunciarte.
-Pero, dime tío, ¿cómo estás tan seguro que la combinación es la tuya? No me hagas reír.
-Escucha Ángel: cinco, siete, diez, quince y veinticinco son una serie de números que yo escribí porque se corresponden con las distancias focales del objetivo de mi antigua cámara fotográfica. Tuve la corazonada e inserté esos números en La Primitiva. Además hice una foto a mi querida Kónica y al boleto. Así que regresa que estoy dispuesto a perdonarte. Ya no recibirás la mitad del premio que esperaba darte, como castigo a tu acción, pero con los años indirectamente será tuyo; tendrás que ganártelo pues pondré a tu padre al corriente de este enojoso asunto. Si sigo con la denuncia, quién sabe, seguramente el juez a la vista de la fotografía y de tu precipitada huida acabe dándome la razón.
-Jode tío, Juan. Eres la hostia…perdona, vuelvo a casa.
-Así me gusta Ángel que sepas aprender de tus errores, que por cierto van a costarte más de dos millones de euros.
“Cinco, siete, diez, quince y veinticinco”, esa era la combinación de esa semana. Voy a jugar estos números a ver si me traes la suerte :) Y lo de hacer una foto al boleto es una idea genial. Vaya con el Juanito, hay que echarle morro. Que no te pongan dónde haya. Esto que has escrito tan bien contado ya ha ocurrido. No me fiaría yo más de alguien así.
ResponderEliminarAmena la lectura.
Un abrazo
Bueno, esta historia viene a demostrar que mas sabe el perro por viejo que por diablo.
ResponderEliminarBuen relato rafa.
Un abrazo
Hola Katy:
ResponderEliminarSon esas pequeñas cosas que efectivamente suceden, y es que la realidad supera a veces a la ficción. Me alegra que te haya gustado.
Un abrazo
Hola Fernando:
ResponderEliminarLa frase es: "más vale el diablo por viejo que por diablo; lo del perro debe ser otra cosa, je,je.
Un abrazo