lunes, 20 de abril de 2009

La cuñada de Mari Leo

Eran las siete cuando Roberto abrió la cancela del pequeño jardín que comunicaba con la casa de su hermana Ángela. La tarde era oscura pues todo el día había permanecido lloviendo y el cielo presentaba nubarrones negros que adelantaban las primeras sombras de la incipiente noche. La verja oxidada por el tiempo y la falta de cuidados emitió un un agudo chirrido al ser empujada. Pequeños arbustos sin podar y multitud de hojas secas, caídas de los árboles cercanos a la casa, cubrían la rala hierba. Sobre la puerta de entrada un pequeño farol iluminaba el vano y la luz se extendía tenuamente sobre el resto de la fachada. Al ir a tocar el timbre, Roberto observó que la puerta estaba entreabierta, la empujó temeroso y encendió la lámpara del pequeño recibidor; la casa estaba en silencio. Atravesó la sala. En la primera planta no había ninguna luz encendida. Al fondo del corredor abrió la puerta que le comunicaba con el amplio jardín situado en la parte de atrás de la vivienda; encendió el foco, que desde la parte baja de la galería situada en el primer piso, iluminaba aquel espacio; el desorden era total: sillas y mesas de plástico, macetas, útiles de jardinería, leña apilada sin criterio alguno..., convivian en aquel jardín junto a una hermosa y arrinconada lila. Varios frutales y un acebo con frutos rojizos completaban la zona. Roberto regresó al interior de la casa.
-¡Ángela! -gritó desde el comienzo de la escalera que comunicaba con el segundo piso.
-¡Ángela! -volvió a gritar con más fuerza, casi con desesperación-. ¡Estás ahí arriba!
-Sube, Roberto, estoy en del desván -contestó esta vez una voz, mientras Roberto suspiraba y decía para sí:"chiflada, que eres una chiflada".
El último tramo de la escalera pudo con nuestro hombre, poco proclive al ejercicio físico. Una pequeña bombilla era toda la iluminación de la buhardilla. El haz amarillento que se despredía del filamento hacía visible el polvo que anidaba en aquel lugar y, que al ser removido por el ajetreo de Ángela, hacía perceptible una fina película dorada que caía de nuevo sobre muebles, estantes y los diversos objetos que abigarraban el local. Ángela se encontraba de espaldas a la puerta husmeando en un baúl. Tenía la cabeza, los brazos y el tronco dentro del mueble, mientras de puntillas intentaba llegar al fondo del mismo. No parecía sino que iba a caer en su interior en cualquier momento.
-¿Qué buscas con tanto afán?
-Algo que ponerme esta noche.
-¿Y piensas encontrarlo ahí? Claro que concociéndote no me extraña. ¿Vas a una fiesta de carnaval? Te recuerdo que todavía queda un mes.
-No, no voy a ninguna fiestra -contestó Ángela con ironía.
-Bueno, ¿se puede saber que era eso tan importante que querías contarme?
-¿Importante?...¡Ah, sí, que me caso!
-¿Que te qué?
-Que me caso, Roberto, que tu hermanita se casa.
-¡Joder! Y se puede saber contra quién.
-Contra...¡idiota! Me caso con un barón.
-¡Hostia!¡Y yo toda la vida pensando que eras lesbiana!
-Pero que inculto eres, hermanito. Me caso con un barón; con "b". Acaso no has notado que en mi correcta pronunciación utilizaba un sonido bilabial para diferenciarlo del énfasis con que hubiera vocalizado la "v" de varón. Además nosotros también tenemos "linaje" -dijo chistósamente jugando con su apellido, que no era otro que Linaje.
- Lo dicho, Ángela: eres la hostia. Cualquier persona de este jodido mundo hubiera dicho que se casa con Alberto, Alfredo, Pedro... Tú no, tú te casas con un barón, y además bilabial. ¿Joder, hermana!, cada día estás peor. Te recuerdo que casi tienes cincuenta tacos, hermosa.
-Ildefonso Carlos, se llama Ildefonso Carlos; el tiene algunos años más.
-¿Cuántos más?
-Algunos.
-Vamos, que es un vejestorio.
-Pero es barón. Su familia...lejana, perteneció a la nobleza de España.
-En la época del Cid, supongo.
-¡Qué sarcástico te pones! No sé para que te doy explicaciones. ¿No será envidia lo que tú tienes? ¿Ah, por cierto!: ¿qué me vas a regalar?
-Lo que me faltaba; envidia de casarme con un vejestorio, y encima regalito. ¿Ya verás la cara que pones cuando te presente a Mari Leo!
-¿Y quiés es Mari Leo, si puede saberse?
-La mujer a la que amo y que en estos momentos comparte mi vida.
-¡Qué jodido, qué callado lo tenías!
-Ya ves, la vida está llena de sorpresas, sólo Que Mari Leo no es baronesa -¿se dice así, verdad?- Ella es una mujer, mujer...y no una neurasténica como tú.
-No te alegra entonces que tu hermana mayor se case.
-Siempre has hecho lo que has querido, y por más que yo pudiera decirte...
-¡Vamos que no te hace nunguna gracia tener un cuñado barón!
-Simplemente, ya no contaba con tener un cuñado.
-¿Ya?
-Claro que pensándolo bien, si es tan mayor me durará poco -añadió Roberto riendo su propia gracia.
- A ti si que te va a durar poco esa chica...como se llame, si eres tan cretino.
-Ángela, perdona, que me alegro por ti. Así no estarás sola y dejarás de hacer insensateces.

Cuando Roberto salió de la casa de su hermana la temperatura había bajado y el frío se hacía sentir. Se caló el sombrero, del que últimamente no se separaba, y se subió el cuello del abrigo para conseguir encender un cigarrillo.

Ángela continuó revolviendo en el baúl y extrajo del fondo un "Sari" de tonos azulados y bordeado de oro, que le habían regalado en el viaje que hizo a la India hacía ya cerca de veinte años. Tomó la prenda con ambas manos y se la acercó a la cara. Era imposible que el olor del vestido le transportase a Bombay, pero su imaginación le hizo volar. Con los ojos cerrados evocó aquellos días llenos de paz y armonía, y también de malos recuerdos. Omar le había dicho, mientras la abrazaba, que aquella prenda enigmática era para las mujeres de la India el mayor signo de feminidad que poseían; que cuando las familias habían decidido con quién casarlas, el "Sari" era prenda obligada en el enlace. Pero los recuerdoss que turbaron a Ángela iban mucho más allá de un simple vestido; el amor que un día llegó a sentir por aquel hombre no lo había vuelto a tener por nadie. Pero por aquellos años las circunstancias no les eran propicias. Ni un sólo día desde entonces había dejado de recordar a aquel muchaco de tez morena y ojos negros que la supo hacer tan feliz en tan poco tiempo. Sus ojos se llenaron de lágrimas y la decisión que tomó en aquel momento la hizo sonreír: iría a su boda vestida con aquel Sari, pensó que de esta forma ,Omar, formaría parte de su nueva vida. ¡Se iba a enterar esa Mari Leo!

2 comentarios:

  1. ¡Lo que podemos sacar de los sueños! GENIAL. Sigue escribiendo que yo seguiré leyéndote. Besos.

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  2. Rafa:

    Asombrado me tienes. Enhorabuena por el texto. Se nota que las musas (aparte de tu mérito claro) viven cerca de ti. Me ha gustado mucho, así que sigue con el siguiente capítulo, auqnue solo sea para saber qué pasó después. Un abrazo

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