Aquella noche, Leonor había dormido mal. Encendió la lámpara de la mesilla. Somnolienta y con los ojos prácticamente cerrados se dirigió al baño. Se miró en el espejo y observó las insinuantes ojeras que parecían empezar a quedarse a vivir en su cara. Se frotó los ojos con las palmas de las manos; odiaba lavarse con agua fría nada más levantarse. Orinó y volvió a la habitación. Aún no había amanecido. Una luz difusa entraba por las rendijas de la persiana del dormitorio. Le costó más de lo habitual levantarla. Abrió la ventana y un aire gélido le abofeteó el rostro; su primera intención fue cerrar pero la noche anterior había estado fumando en la cama, mientras leía el libro que Nuria le había regalado por su cumpleaños. La trama de "La conjura de los necios" hizo que estuviera despierta hasta bien entrada la noche. Había que ventilar la habitación a fondo. Se puso una bata blanca encima del camisón y fue a llamar a su hija:
-Nuria, cariño, son las siete. levántate.
Nuria, ronroneó y se dió media vuelta en la cama mientras bostezaba.
Mientras se hacía el café, Leonor Sarmiento regresó al cuarto de baño a ducharse. El vaho producido por el agua caliente creó una película sobre el espejo; la mujer limpió con la mano izquierda la superficie del cristal mientras comenzaba a secarse con la toalla. La imagen dejó ver un cuerpo desnudo, delgado, atractivo y sensual. Le gustaba contemplar su desnudez; lo hacía a menudo mientras secaba su cabellera negra.
La tarde del viernes, camino de su casa, Roberto entró en el video-club. Le atendió Nuria, la hija de la dueña. Nuria era joven, alegre y guapa. Demasiado joven, demasiado alegre y demasiado guapa como para que se fijase en él. Pero, ¡joder!, al menos podía saber ya el tipo de cine que le gustaba. ¡Llevaba toda la vida alquilando y comprando películas, joder con la juventud! Leonor, madre de la chica, le atendía mucho mejor. Conocía sus preferencias y le indicaba dónde debía buscar, lo que le simplificaba la fatigosa labor de leer las carátulas de las cintas título tras título. Leonor le gustaba, pero nunca se había atrevido a digirse a ella fuera de la relación de cliente. Además estaba su hija, y suponía que un matrimonio con marido incluido. Encontró lo que buscaba, pagó en caja sin mirar a Nuria, la chica le correspondió de la misma manera, y salió a la calle. Camino de casa comenzó a llover, al principio débilmente, luego con intensidad. Roberto, sin la ropa adecuada, se iba empapando de lluvia.
-¿Adónde va usted, alma de cántaro, con la que está cayendo? -escuchó a su espalda, mientras se le acercaban y cubrían con un paraguas. Era Leonor.
-¡Ah!, hola Leo...nor. Vengo de coger una película e iba hacia casa.
-Deje que le acompañe hasta el portal. Va a pillar una pulmonía.
-Gracias -balbució Roberto, a quien la compañía de la mujer le intimidaba.
Mientras caminaban, la tarde se iba volviendo más oscura y fría. Negros nubarrones destilaban presagios de tormenta.
-Ya tenemos aquí el otoño -comentó Leonor.
-Sí -respondió Roberto.
(Que escueto es este hombre -pensó ella). (No debo hablar del tiempo -pensó él- Esta mujer se merece algo más).
-Y, su hija, ¿qué tal está?
-¿Pero no acaba de verla en la tienda?
-Sí, claro -se ruborizó Roberto-. Lo decía por hablar de algo.
-¿Y de qué quiere hablar, y con este tiempecito?
-No sé. De cine tal vez -se aventuró a insinuar- Podíamos ir a tomar un café -añadió mientras se ruborizaba de nuevo.
-Yo sé poco de cine -indicó Leonor mientras sonreía al comprobar el rubor del hombre.
-Eso de que sabes poco de cine. ¡Si nunca dudas de las películas que quiero alquilar!
-Eso es ojo comercial; no que entienda de cine.
La mujer llevaba una gabardina larga, gris oscura, que le llegaba hasta los tobillos. Se adornaba con un sombrero, quizás pasado de moda, pero de buen estilo. Roberto Linaje, siempre la había visto atractiva y elegante. Caminaban en silencio. Leonor cogió el brazo a Roberto, y éste sufrió un suave estremecimienmto que fue apercibido por la mujer.
-¿No le molestará que le haya cogido el brazo, verdad? Así nos protegemos mejor de la lluvia.
-No..., no te preocupes. Sí, tienes razón..., así no nos mojamos
Llovía con intensidad. Las nubes se habían cerrado. Las hojas de los árboles, se derramaban sobre ellos. El aire hería los ojos. Leonor se aproximó más a Roberto apoyando ligeramente la cabeza en el hombro de él, mientras sujetaba con su mano derecha el sombrero por miedo a que volase. Roberto, que había tomado el paraguas, hubo de bajarlo para cubrir a la mujer, y así mismo, de la ventolera y del aguacero.
-Entremos en ese café.
-¿Café? -preguntó Roberto.
-Cortado, por favor.
-Voy a buscarlos.
Mientras el camarero ponía los cafés, Roberto, desde la barra, miró a Leonor, que estaba en esos momentos quitándose la mojada gabardina. El sombrero, que llevaba una cinta negra, aún lucía sobre su cabeza. Al quitárselo el brillante pelo negro cayó, sensual, sobre sus hombros y parte de la espalda. Llevaba un traje de chaqueta de color gris con botones forrados de la misma tela. Las solapas estaban cubiertas por el amplio cuello de una camisa blanca que de alguna forma iluminaba su rostro. Leonor acababa de cumplir cuarenta años y poseía en su mirada una marudez plena.
Los ojos de la mujer miraron hacia la barra y allí se encontraron con los del hombre. Ambos mantuvieron las miradas.
(¡Es bella! -pensó él). (¡Si vistiera mejor! -pensó ella)
Las manos del improvisado camarero temblaban al acercar los cafés a la mesa. La mirada de Roberto iba de una taza a la otra y el tintineo de las cucharillas hacía presagiar lo peor. Las tazas parecieron unir un suspiro al de Leonor al aterrizar sobre el mármol de la mesita, sanas y salvas.
-¿Fumas? -preguntó Roberto.
-No debiera. Pero sí, fumo. Este lugar propicia el vicio Se está bien aquí, al calor y protegidos de la lluvia. Sólo falta el "mate", Uhm, el mate -suspiró Leonor mientras cerraba los ojos para así poder apoderarse de sus pensamientos.
-Sí es cierto -comentó Roberto, mientras pensaba que aquel diálogo no les llevaba a ninguna parte. Es raro -continuó- hace tiempo que quería charlar contigo y nunca me había atrevido.
Es dificil medir el tiempo cuando no se tiene un reloj a mano. El pensamiento puede recorrer espacios sorprendentes. Puede viajar de arriba a bajo; transitar caminos o revivir recuerdos o lugares visitados, en ese breve lapso, mientras la persona que tienes a tu lado te mira a los ojos y tú esperas que sea ella quien se decida a decir la próxima palabra.
-Aún llueve -dijeron los dos al unísono y sonrieron.
-¿A qué hora cierras esta noche? -se atrevió a preguntar Roberto.
-Muy audaz te veo para no haberme dirigido la palabra hasta hoy.
-¿Podré ir a buscarte, a eso de las doce?
-Nunca hago planes con tanta antelación -contestó una enigmática Leonor.
-Pareces un artísta de cine, Roberto, con la gabardina, el sombrero, el paraguas... -dijo ella al salir del video-club. Te queda bien. Me gusta Te hace...como diría...más atractivo, más maduro.
-¡Vamos, que no te gusta!
-¡Qué si, hombre, qué sí! Sólo que me ha sorprendido que vinieras a buscarme.
-¿Tienes que ir a casa o podemos dar un paso?
-Nadie me espera en casa a estas horas. Nuria, hoy es viernes, no llegará hasta las tantas; ¡juventud!
-Ya.
Leonor miró a un pensativo Roberto.
-No hay nungún hombre en mi vida, si es eso lo que quieres saber desde que nos encontramos esta tarde.
-Has descubierto mis pensamientos.
-Era fácil. Además soy mujer.
-Qué quieres decir.
-Nada, que tenemos un don especial para estas cosas. ¡Coño, Roberto, que tengo cuarenta tacos!, ¡Ah!, y hambre, también tengo hambre. Invítame a picar algo.
Después de tomar unos sándwichs. Roberto sintió que le temblaba la mano izquierda. Algo parecido comenzó a sucederle a Leonor, pero en su caso era la pierna la que reflejaba su inquietud. Ninguno de los dos estaba preparado para aquel momento; hacía mucho tiempo que ambos no habían llegado a ese punto. A Roberto la mujer le gustaba mucho, le gustaba como para asustarle, quizá porque estaba desentrenado, porque era muy probable que lo echase todo a perder. Esa inseguridad también era propiedad de Leonor, pero lo disimulaba mejor. No había estado con un hombre desde hacía tiempo...demasiado se decía a menudo, y aunque su vida hubiese sido más abierta al amor no por ello podía disimular su zozobra.
-Bueno dijo él- podemos... - y se paró en seco mientras miraba los ojos de ella.
-Vale, como quieras - contestó ella sin saber muy bien el qué.
-¿Conoces algún bar... por aquí cerca -propuso él.
-Claro...-volvió a contestar ella-. No -rectificó meneando la cabeza a ambos lados.
-Podríamos ir a mi casa -se atrevió a proponer él.
-O a la mía.
-¡Eso, a la tuya!
-Uf, no, mi hija. Llega tarde, pero llega.
-¿Espero tener güisqui? -se preguntó en voz alta Roberto.
-Algo tendrás -terció Leonor.
Bebieron la primera copa muy deprisa con el escaso hielo que Roberto no derramó sobre la alfombra- hablando de su trabajo- En la segunda copa ella se atrevió a contar un chiste y lo demás vino sobre ruedas. Antes de reír, él se inclinó sobre ella para besarla, pero calculó mal el ángulo y besó la nariz de Leonor que entonces, y sin acabar el chiste, comenzó a reír. Al final sus bocas se encontraron. Se besaron el silencio, durante varios minutos, alargando el depués.
-¡No tengo nada que ponerme! -exclamó Leonor mirándose al espejo, mientras se colocaba una blusa de color azul sobre el pecho.
-Creo que es un comentario muy femenino. ¿Estás nerviosa? - preguntó Roberto
-Sólo a ti se te ocurre que vayamos a la boda de tu hermana, Ángela, sin habernos presentado antes. Voy a hacer el ridículo. Y no es que no tenga nada que ponerme, es que quiero quedar bien, ¿comprendes?
-No se preocupe señorita Sarmiento, será usted la admiración de la fiesta, seguro.
Frente al espejo, Leonor sonreía; se sabía bella. Roberto, a su espalda, miraba la silueta de la mujer: las piernas largas y bien contorneadas, las sinuosas caderas, el talle y la recta y huesuda espalda, y el cabello negro y rizado que le caía sobre los hombros, y el rostro: aquel rostro que le tenía hechizado. Se levantó del borde de la cama desde donde había estado observándola y le tomó por la cintura mientras besaba el cuello de la mujer.
-Ten las manos quietas un momento y ayuda a decidirme con la ropa. Para el sábado sólo quedan tres días.
-¿Tres días necesitas para vestirte? Pero, si estás preciosa con esa falda negra y con ese suéter de algodón tan insinuante.
-¿No pensarás que voy a ir a la boda de tu hermana con este suéter, verdad?
-¿Te lo quito, entonces?
-¡Linaje! -gritó riendo la mujer, miesntras el hombre intentaba quitarle la prenda.
Leonor sonreía mientras se contemplaba en el espejo. Y no pudo por menos que volverse y besar a aquel hombre que le había devuelto la felicidad. El abrigo que se estaba probando desapareció en un suspiro, y el suéter, y la falda; las medias no fueron obstáculo y sus prendas más íntimas fueron desprendidas de su cuerpo con avidez. Lo del hombre ya fue más difícil; siempre los calcetines y zapatos habían sido un obstáculo. Pero al fin, desnudos, recorrieron sus cuerpos como si no se conocieran, como si hiciera un siglo que no se hubieran visto.
¡GENIAL! Describes los ambientes y los personajes de tal manera que es imposible no verlos como en una buena película de cine clásico.
ResponderEliminarSolo una crítica, constructiva, eso sí. Si utilizas anglicismos como sandwiches y whisky, deberías escribirlo en ingles, aunque he de reconocer que ignoro si puede escribirse como tu lo has hecho. Con "suéter" me pasa lo mismo.
Enhorabuena. Continua, me muero de ganas de leer mas.
Besos
Bueno, pues ya somos dos rafa, asi que dale a la tecla.
ResponderEliminarUn abrazo