-Sí, ¿dígame?
-¡Hola, soy Ángela!
-¿...Quién?
-¡Ángela, tu cuñada!
-¿...Mi, qué?
-¡Tu cuñada, la hermana de Roberto!
-¡Ah, Roberto!...Sí.
-Leo, él me ha dado tu número; ya sé que hace mucho que no nos vemos...
-¿...Eh?
-Bueno, pensándolo bien no nos hemos visto nunca...¡Es broma!¡Es un chiste!
(Silencio)
-Leo, ¿estás ahí?
-Si, sí...creo.
-Te llamaba para ver si podíamos vernos esta tarde. Me parece un disparate que mi hermanito no nos haya presentado todavía, así que podíamos quedar y conocernos antes de mi boda. ¿No te parece?
-No sé qué me parece más disparate: el no conocernos todavía o el quedar así de pronto.
-¡Coño, que salida! Empiezas a gustarme, Leo.
-No, si me parece bien, deberíamos conocernos antes de show.
Se oyó una carcajada al otro lado de la línea. Ángela reía sin reparo alguno.
-Sí, va a ser todo un show, te lo aseguro. ¿Te parece bien entonces que nos vemos hoy mismo? Quiero celebrar mi despedida de soltera; hace casi cincuenta años que estoy esperándola...bueno sin el casi.
Ahora era Leonor quien reía.
-Tú también empiezas a caerme bien; tu hermano me había puesto en guardia.
-Mi hermano es como todos los hombres: vanidoso e idiota. Vanidoso porque a todos los hombres les han hecho así. Lo de idiota lo ha conseguido el solito, sin ningún esfuerzo; pero le quiero mucho, te lo aseguro.
-No me cabe duda, tu hermano se deja querer. Vale, pues quedamos. Pero me va a resultan un poco incómodo ir con tus amigas, a las que lógicamente no conozco, a tu despedida.
-¡No, si yo tampoco las conozco! Tú y yo solas.
-¡La hostia!, con perdón.Eso es lo que Roberto dice de ti con frecuencia.
-No lo creía tan católico -y Ángela soltó otra carcajada-. A propósito, Leo, noto en tu voz un acento extraño: ?no eres española?
-Sí, ahora soy española, pero nací en Argentina, por mucho que lo intento no logro hacerlo desaparecer.
-A la noche me lo cuentas. ¿Quedamos sobre las ocho en El Patillas?
-¿...Dónde?
-¡Lo dicho: mi hermano es idiota! ¿Nunca te ha llevado al Patillas? Ya te voy a buscar a tu video-club sobre esa hora. ¿Vale?
-Vale.
-Hemos tenido suerte, aquí es difícil encontrar dónde sentarse; además los jueves se pone de bote en bote -comentó Ángela al oído de Leonor-. Este lugar es como una pequeña catedral del cante.
-Sí, pequeño si que es -indicó Leonor mientras recorría con la vista el local.
-Pequeño, pero con duende. Ya verás, si tenemos fortuna pueden dejarse ver por aquí la flor y nata de la bohemia de la ciudad. Gente muy, pero que muy interesante. Mientras tanto ¡dale a la cerveza, cuñada, que la vida es breve!
-¿No está todo demasiado sucio? -preguntó Leonor.
-Es parte de la magia del local. Mira a tu alrededor, Leonor. ¡Coño me ha salido un pareado! -exclamó Ángela levantando la botella de Mahou y echándose a reír-. Te imaginas este local sin los carteles taurinos, sin las fotografías de artistas de todas las épocas, que han pasado por aquí no lo dudes -aclaró a la boquiabierta Leonor-, sin las citas de las paredes, y sin la mugre. Es su magia, Leo, no te equivoques. Siempre se ha dicho que "Sanidad" ha tratado en más de una ocasión de cerrar el local, pero no ha podido con este santuario. Mira las guitarras que se columpian en el techo. La gente viene y expresa sus sentimientos con ellas. En este espacio, créeme, se han grabado discos, se han celebrado despedidas de solteros, ¡joder, como la nuestra!, y hasta yo misma he asistido a una boda con su novia vestida de blanco y todo. Por ahí, por algún rincón, estará la foto.
-No se puede negar que te gusta este lugar, lo veo en tus ojos -dijo Leonor.
-Sí, hacía tiempo que no venía, pero hace años rara era la semana que no me daba una vuelta por quí.¡Mira, mira Leo, quien entra: el señor mayor, el del sombrero y pañuelo rojo al cuello! Todo un superviviente del Patillas. ¡Cómo canta los tangos, querida!, y éste no falla. Ya verás que pronto se arranca; en cuanto alguien se atreva con la guitarra. Por cierto, ¿le digo a Baldomero que como eres argentina te gustaría acompañar al tanguista?
-¡Estás loca!, y ¿quién es Baldomero, si puede saberse?
-Pues quien iba a ser, el dueño del local; bueno es también el tabernero, el chico de los recados, el que limpia, friega y barre; toda una institución. No te has fijado en las patillas que porta el hombre. El local era de su padre, el auténtico "Patillas", una celebridad en la ciudad.
-Comprendo, pero ni se te ocurra hacerme cantar. Por dios, que vergüenza.
La noche fue transcurriendo. Las cervezas fueron cayendo lentas pero sin pausa. Ángela y Leonor saborearon cada minuto con avidez, mientras una risa "floja" se iba instalando en sus cuerpos. No fueron pocos los ojos que se posaron en las dos mujeres aquella noche, pero ellas se sentían a gusto con su sola compañía.
-¿Cómo crees que la tendrá aquel del jersey rojo, cómo mi futuro? Se lo podría preguntar, más que nada para salir de dudas antes del enlace.
Leonor reía mirándo al techo.
Compartieron vivencias y sentimientos. La amistad se fue adueñando de las dos mujeres; la fueron saboreando poco a poco. Ya entrada la noche, cerraron El Patillas ante un somnoliento Baldomero.
-Adiós Leo, -dijo Ángela-. Hasta el sábado, hasta mi boda.
-Adiós, Ángela, ha sido un placer conocerte.
Ángela se acercó a Leonor y la besó en los labios. Leonor quedó sorprendida pero no le disgustó aquella forma de despedirse. Optó por devolver aquel beso pues pensó que no la correspondía
miércoles, 29 de abril de 2009
lunes, 27 de abril de 2009
La cuñada de Ángela
Aquella noche, Leonor había dormido mal. Encendió la lámpara de la mesilla. Somnolienta y con los ojos prácticamente cerrados se dirigió al baño. Se miró en el espejo y observó las insinuantes ojeras que parecían empezar a quedarse a vivir en su cara. Se frotó los ojos con las palmas de las manos; odiaba lavarse con agua fría nada más levantarse. Orinó y volvió a la habitación. Aún no había amanecido. Una luz difusa entraba por las rendijas de la persiana del dormitorio. Le costó más de lo habitual levantarla. Abrió la ventana y un aire gélido le abofeteó el rostro; su primera intención fue cerrar pero la noche anterior había estado fumando en la cama, mientras leía el libro que Nuria le había regalado por su cumpleaños. La trama de "La conjura de los necios" hizo que estuviera despierta hasta bien entrada la noche. Había que ventilar la habitación a fondo. Se puso una bata blanca encima del camisón y fue a llamar a su hija:
-Nuria, cariño, son las siete. levántate.
Nuria, ronroneó y se dió media vuelta en la cama mientras bostezaba.
Mientras se hacía el café, Leonor Sarmiento regresó al cuarto de baño a ducharse. El vaho producido por el agua caliente creó una película sobre el espejo; la mujer limpió con la mano izquierda la superficie del cristal mientras comenzaba a secarse con la toalla. La imagen dejó ver un cuerpo desnudo, delgado, atractivo y sensual. Le gustaba contemplar su desnudez; lo hacía a menudo mientras secaba su cabellera negra.
La tarde del viernes, camino de su casa, Roberto entró en el video-club. Le atendió Nuria, la hija de la dueña. Nuria era joven, alegre y guapa. Demasiado joven, demasiado alegre y demasiado guapa como para que se fijase en él. Pero, ¡joder!, al menos podía saber ya el tipo de cine que le gustaba. ¡Llevaba toda la vida alquilando y comprando películas, joder con la juventud! Leonor, madre de la chica, le atendía mucho mejor. Conocía sus preferencias y le indicaba dónde debía buscar, lo que le simplificaba la fatigosa labor de leer las carátulas de las cintas título tras título. Leonor le gustaba, pero nunca se había atrevido a digirse a ella fuera de la relación de cliente. Además estaba su hija, y suponía que un matrimonio con marido incluido. Encontró lo que buscaba, pagó en caja sin mirar a Nuria, la chica le correspondió de la misma manera, y salió a la calle. Camino de casa comenzó a llover, al principio débilmente, luego con intensidad. Roberto, sin la ropa adecuada, se iba empapando de lluvia.
-¿Adónde va usted, alma de cántaro, con la que está cayendo? -escuchó a su espalda, mientras se le acercaban y cubrían con un paraguas. Era Leonor.
-¡Ah!, hola Leo...nor. Vengo de coger una película e iba hacia casa.
-Deje que le acompañe hasta el portal. Va a pillar una pulmonía.
-Gracias -balbució Roberto, a quien la compañía de la mujer le intimidaba.
Mientras caminaban, la tarde se iba volviendo más oscura y fría. Negros nubarrones destilaban presagios de tormenta.
-Ya tenemos aquí el otoño -comentó Leonor.
-Sí -respondió Roberto.
(Que escueto es este hombre -pensó ella). (No debo hablar del tiempo -pensó él- Esta mujer se merece algo más).
-Y, su hija, ¿qué tal está?
-¿Pero no acaba de verla en la tienda?
-Sí, claro -se ruborizó Roberto-. Lo decía por hablar de algo.
-¿Y de qué quiere hablar, y con este tiempecito?
-No sé. De cine tal vez -se aventuró a insinuar- Podíamos ir a tomar un café -añadió mientras se ruborizaba de nuevo.
-Yo sé poco de cine -indicó Leonor mientras sonreía al comprobar el rubor del hombre.
-Eso de que sabes poco de cine. ¡Si nunca dudas de las películas que quiero alquilar!
-Eso es ojo comercial; no que entienda de cine.
La mujer llevaba una gabardina larga, gris oscura, que le llegaba hasta los tobillos. Se adornaba con un sombrero, quizás pasado de moda, pero de buen estilo. Roberto Linaje, siempre la había visto atractiva y elegante. Caminaban en silencio. Leonor cogió el brazo a Roberto, y éste sufrió un suave estremecimienmto que fue apercibido por la mujer.
-¿No le molestará que le haya cogido el brazo, verdad? Así nos protegemos mejor de la lluvia.
-No..., no te preocupes. Sí, tienes razón..., así no nos mojamos
Llovía con intensidad. Las nubes se habían cerrado. Las hojas de los árboles, se derramaban sobre ellos. El aire hería los ojos. Leonor se aproximó más a Roberto apoyando ligeramente la cabeza en el hombro de él, mientras sujetaba con su mano derecha el sombrero por miedo a que volase. Roberto, que había tomado el paraguas, hubo de bajarlo para cubrir a la mujer, y así mismo, de la ventolera y del aguacero.
-Entremos en ese café.
-¿Café? -preguntó Roberto.
-Cortado, por favor.
-Voy a buscarlos.
Mientras el camarero ponía los cafés, Roberto, desde la barra, miró a Leonor, que estaba en esos momentos quitándose la mojada gabardina. El sombrero, que llevaba una cinta negra, aún lucía sobre su cabeza. Al quitárselo el brillante pelo negro cayó, sensual, sobre sus hombros y parte de la espalda. Llevaba un traje de chaqueta de color gris con botones forrados de la misma tela. Las solapas estaban cubiertas por el amplio cuello de una camisa blanca que de alguna forma iluminaba su rostro. Leonor acababa de cumplir cuarenta años y poseía en su mirada una marudez plena.
Los ojos de la mujer miraron hacia la barra y allí se encontraron con los del hombre. Ambos mantuvieron las miradas.
(¡Es bella! -pensó él). (¡Si vistiera mejor! -pensó ella)
Las manos del improvisado camarero temblaban al acercar los cafés a la mesa. La mirada de Roberto iba de una taza a la otra y el tintineo de las cucharillas hacía presagiar lo peor. Las tazas parecieron unir un suspiro al de Leonor al aterrizar sobre el mármol de la mesita, sanas y salvas.
-¿Fumas? -preguntó Roberto.
-No debiera. Pero sí, fumo. Este lugar propicia el vicio Se está bien aquí, al calor y protegidos de la lluvia. Sólo falta el "mate", Uhm, el mate -suspiró Leonor mientras cerraba los ojos para así poder apoderarse de sus pensamientos.
-Sí es cierto -comentó Roberto, mientras pensaba que aquel diálogo no les llevaba a ninguna parte. Es raro -continuó- hace tiempo que quería charlar contigo y nunca me había atrevido.
Es dificil medir el tiempo cuando no se tiene un reloj a mano. El pensamiento puede recorrer espacios sorprendentes. Puede viajar de arriba a bajo; transitar caminos o revivir recuerdos o lugares visitados, en ese breve lapso, mientras la persona que tienes a tu lado te mira a los ojos y tú esperas que sea ella quien se decida a decir la próxima palabra.
-Aún llueve -dijeron los dos al unísono y sonrieron.
-¿A qué hora cierras esta noche? -se atrevió a preguntar Roberto.
-Muy audaz te veo para no haberme dirigido la palabra hasta hoy.
-¿Podré ir a buscarte, a eso de las doce?
-Nunca hago planes con tanta antelación -contestó una enigmática Leonor.
-Pareces un artísta de cine, Roberto, con la gabardina, el sombrero, el paraguas... -dijo ella al salir del video-club. Te queda bien. Me gusta Te hace...como diría...más atractivo, más maduro.
-¡Vamos, que no te gusta!
-¡Qué si, hombre, qué sí! Sólo que me ha sorprendido que vinieras a buscarme.
-¿Tienes que ir a casa o podemos dar un paso?
-Nadie me espera en casa a estas horas. Nuria, hoy es viernes, no llegará hasta las tantas; ¡juventud!
-Ya.
Leonor miró a un pensativo Roberto.
-No hay nungún hombre en mi vida, si es eso lo que quieres saber desde que nos encontramos esta tarde.
-Has descubierto mis pensamientos.
-Era fácil. Además soy mujer.
-Qué quieres decir.
-Nada, que tenemos un don especial para estas cosas. ¡Coño, Roberto, que tengo cuarenta tacos!, ¡Ah!, y hambre, también tengo hambre. Invítame a picar algo.
Después de tomar unos sándwichs. Roberto sintió que le temblaba la mano izquierda. Algo parecido comenzó a sucederle a Leonor, pero en su caso era la pierna la que reflejaba su inquietud. Ninguno de los dos estaba preparado para aquel momento; hacía mucho tiempo que ambos no habían llegado a ese punto. A Roberto la mujer le gustaba mucho, le gustaba como para asustarle, quizá porque estaba desentrenado, porque era muy probable que lo echase todo a perder. Esa inseguridad también era propiedad de Leonor, pero lo disimulaba mejor. No había estado con un hombre desde hacía tiempo...demasiado se decía a menudo, y aunque su vida hubiese sido más abierta al amor no por ello podía disimular su zozobra.
-Bueno dijo él- podemos... - y se paró en seco mientras miraba los ojos de ella.
-Vale, como quieras - contestó ella sin saber muy bien el qué.
-¿Conoces algún bar... por aquí cerca -propuso él.
-Claro...-volvió a contestar ella-. No -rectificó meneando la cabeza a ambos lados.
-Podríamos ir a mi casa -se atrevió a proponer él.
-O a la mía.
-¡Eso, a la tuya!
-Uf, no, mi hija. Llega tarde, pero llega.
-¿Espero tener güisqui? -se preguntó en voz alta Roberto.
-Algo tendrás -terció Leonor.
Bebieron la primera copa muy deprisa con el escaso hielo que Roberto no derramó sobre la alfombra- hablando de su trabajo- En la segunda copa ella se atrevió a contar un chiste y lo demás vino sobre ruedas. Antes de reír, él se inclinó sobre ella para besarla, pero calculó mal el ángulo y besó la nariz de Leonor que entonces, y sin acabar el chiste, comenzó a reír. Al final sus bocas se encontraron. Se besaron el silencio, durante varios minutos, alargando el depués.
-¡No tengo nada que ponerme! -exclamó Leonor mirándose al espejo, mientras se colocaba una blusa de color azul sobre el pecho.
-Creo que es un comentario muy femenino. ¿Estás nerviosa? - preguntó Roberto
-Sólo a ti se te ocurre que vayamos a la boda de tu hermana, Ángela, sin habernos presentado antes. Voy a hacer el ridículo. Y no es que no tenga nada que ponerme, es que quiero quedar bien, ¿comprendes?
-No se preocupe señorita Sarmiento, será usted la admiración de la fiesta, seguro.
Frente al espejo, Leonor sonreía; se sabía bella. Roberto, a su espalda, miraba la silueta de la mujer: las piernas largas y bien contorneadas, las sinuosas caderas, el talle y la recta y huesuda espalda, y el cabello negro y rizado que le caía sobre los hombros, y el rostro: aquel rostro que le tenía hechizado. Se levantó del borde de la cama desde donde había estado observándola y le tomó por la cintura mientras besaba el cuello de la mujer.
-Ten las manos quietas un momento y ayuda a decidirme con la ropa. Para el sábado sólo quedan tres días.
-¿Tres días necesitas para vestirte? Pero, si estás preciosa con esa falda negra y con ese suéter de algodón tan insinuante.
-¿No pensarás que voy a ir a la boda de tu hermana con este suéter, verdad?
-¿Te lo quito, entonces?
-¡Linaje! -gritó riendo la mujer, miesntras el hombre intentaba quitarle la prenda.
Leonor sonreía mientras se contemplaba en el espejo. Y no pudo por menos que volverse y besar a aquel hombre que le había devuelto la felicidad. El abrigo que se estaba probando desapareció en un suspiro, y el suéter, y la falda; las medias no fueron obstáculo y sus prendas más íntimas fueron desprendidas de su cuerpo con avidez. Lo del hombre ya fue más difícil; siempre los calcetines y zapatos habían sido un obstáculo. Pero al fin, desnudos, recorrieron sus cuerpos como si no se conocieran, como si hiciera un siglo que no se hubieran visto.
-Nuria, cariño, son las siete. levántate.
Nuria, ronroneó y se dió media vuelta en la cama mientras bostezaba.
Mientras se hacía el café, Leonor Sarmiento regresó al cuarto de baño a ducharse. El vaho producido por el agua caliente creó una película sobre el espejo; la mujer limpió con la mano izquierda la superficie del cristal mientras comenzaba a secarse con la toalla. La imagen dejó ver un cuerpo desnudo, delgado, atractivo y sensual. Le gustaba contemplar su desnudez; lo hacía a menudo mientras secaba su cabellera negra.
La tarde del viernes, camino de su casa, Roberto entró en el video-club. Le atendió Nuria, la hija de la dueña. Nuria era joven, alegre y guapa. Demasiado joven, demasiado alegre y demasiado guapa como para que se fijase en él. Pero, ¡joder!, al menos podía saber ya el tipo de cine que le gustaba. ¡Llevaba toda la vida alquilando y comprando películas, joder con la juventud! Leonor, madre de la chica, le atendía mucho mejor. Conocía sus preferencias y le indicaba dónde debía buscar, lo que le simplificaba la fatigosa labor de leer las carátulas de las cintas título tras título. Leonor le gustaba, pero nunca se había atrevido a digirse a ella fuera de la relación de cliente. Además estaba su hija, y suponía que un matrimonio con marido incluido. Encontró lo que buscaba, pagó en caja sin mirar a Nuria, la chica le correspondió de la misma manera, y salió a la calle. Camino de casa comenzó a llover, al principio débilmente, luego con intensidad. Roberto, sin la ropa adecuada, se iba empapando de lluvia.
-¿Adónde va usted, alma de cántaro, con la que está cayendo? -escuchó a su espalda, mientras se le acercaban y cubrían con un paraguas. Era Leonor.
-¡Ah!, hola Leo...nor. Vengo de coger una película e iba hacia casa.
-Deje que le acompañe hasta el portal. Va a pillar una pulmonía.
-Gracias -balbució Roberto, a quien la compañía de la mujer le intimidaba.
Mientras caminaban, la tarde se iba volviendo más oscura y fría. Negros nubarrones destilaban presagios de tormenta.
-Ya tenemos aquí el otoño -comentó Leonor.
-Sí -respondió Roberto.
(Que escueto es este hombre -pensó ella). (No debo hablar del tiempo -pensó él- Esta mujer se merece algo más).
-Y, su hija, ¿qué tal está?
-¿Pero no acaba de verla en la tienda?
-Sí, claro -se ruborizó Roberto-. Lo decía por hablar de algo.
-¿Y de qué quiere hablar, y con este tiempecito?
-No sé. De cine tal vez -se aventuró a insinuar- Podíamos ir a tomar un café -añadió mientras se ruborizaba de nuevo.
-Yo sé poco de cine -indicó Leonor mientras sonreía al comprobar el rubor del hombre.
-Eso de que sabes poco de cine. ¡Si nunca dudas de las películas que quiero alquilar!
-Eso es ojo comercial; no que entienda de cine.
La mujer llevaba una gabardina larga, gris oscura, que le llegaba hasta los tobillos. Se adornaba con un sombrero, quizás pasado de moda, pero de buen estilo. Roberto Linaje, siempre la había visto atractiva y elegante. Caminaban en silencio. Leonor cogió el brazo a Roberto, y éste sufrió un suave estremecimienmto que fue apercibido por la mujer.
-¿No le molestará que le haya cogido el brazo, verdad? Así nos protegemos mejor de la lluvia.
-No..., no te preocupes. Sí, tienes razón..., así no nos mojamos
Llovía con intensidad. Las nubes se habían cerrado. Las hojas de los árboles, se derramaban sobre ellos. El aire hería los ojos. Leonor se aproximó más a Roberto apoyando ligeramente la cabeza en el hombro de él, mientras sujetaba con su mano derecha el sombrero por miedo a que volase. Roberto, que había tomado el paraguas, hubo de bajarlo para cubrir a la mujer, y así mismo, de la ventolera y del aguacero.
-Entremos en ese café.
-¿Café? -preguntó Roberto.
-Cortado, por favor.
-Voy a buscarlos.
Mientras el camarero ponía los cafés, Roberto, desde la barra, miró a Leonor, que estaba en esos momentos quitándose la mojada gabardina. El sombrero, que llevaba una cinta negra, aún lucía sobre su cabeza. Al quitárselo el brillante pelo negro cayó, sensual, sobre sus hombros y parte de la espalda. Llevaba un traje de chaqueta de color gris con botones forrados de la misma tela. Las solapas estaban cubiertas por el amplio cuello de una camisa blanca que de alguna forma iluminaba su rostro. Leonor acababa de cumplir cuarenta años y poseía en su mirada una marudez plena.
Los ojos de la mujer miraron hacia la barra y allí se encontraron con los del hombre. Ambos mantuvieron las miradas.
(¡Es bella! -pensó él). (¡Si vistiera mejor! -pensó ella)
Las manos del improvisado camarero temblaban al acercar los cafés a la mesa. La mirada de Roberto iba de una taza a la otra y el tintineo de las cucharillas hacía presagiar lo peor. Las tazas parecieron unir un suspiro al de Leonor al aterrizar sobre el mármol de la mesita, sanas y salvas.
-¿Fumas? -preguntó Roberto.
-No debiera. Pero sí, fumo. Este lugar propicia el vicio Se está bien aquí, al calor y protegidos de la lluvia. Sólo falta el "mate", Uhm, el mate -suspiró Leonor mientras cerraba los ojos para así poder apoderarse de sus pensamientos.
-Sí es cierto -comentó Roberto, mientras pensaba que aquel diálogo no les llevaba a ninguna parte. Es raro -continuó- hace tiempo que quería charlar contigo y nunca me había atrevido.
Es dificil medir el tiempo cuando no se tiene un reloj a mano. El pensamiento puede recorrer espacios sorprendentes. Puede viajar de arriba a bajo; transitar caminos o revivir recuerdos o lugares visitados, en ese breve lapso, mientras la persona que tienes a tu lado te mira a los ojos y tú esperas que sea ella quien se decida a decir la próxima palabra.
-Aún llueve -dijeron los dos al unísono y sonrieron.
-¿A qué hora cierras esta noche? -se atrevió a preguntar Roberto.
-Muy audaz te veo para no haberme dirigido la palabra hasta hoy.
-¿Podré ir a buscarte, a eso de las doce?
-Nunca hago planes con tanta antelación -contestó una enigmática Leonor.
-Pareces un artísta de cine, Roberto, con la gabardina, el sombrero, el paraguas... -dijo ella al salir del video-club. Te queda bien. Me gusta Te hace...como diría...más atractivo, más maduro.
-¡Vamos, que no te gusta!
-¡Qué si, hombre, qué sí! Sólo que me ha sorprendido que vinieras a buscarme.
-¿Tienes que ir a casa o podemos dar un paso?
-Nadie me espera en casa a estas horas. Nuria, hoy es viernes, no llegará hasta las tantas; ¡juventud!
-Ya.
Leonor miró a un pensativo Roberto.
-No hay nungún hombre en mi vida, si es eso lo que quieres saber desde que nos encontramos esta tarde.
-Has descubierto mis pensamientos.
-Era fácil. Además soy mujer.
-Qué quieres decir.
-Nada, que tenemos un don especial para estas cosas. ¡Coño, Roberto, que tengo cuarenta tacos!, ¡Ah!, y hambre, también tengo hambre. Invítame a picar algo.
Después de tomar unos sándwichs. Roberto sintió que le temblaba la mano izquierda. Algo parecido comenzó a sucederle a Leonor, pero en su caso era la pierna la que reflejaba su inquietud. Ninguno de los dos estaba preparado para aquel momento; hacía mucho tiempo que ambos no habían llegado a ese punto. A Roberto la mujer le gustaba mucho, le gustaba como para asustarle, quizá porque estaba desentrenado, porque era muy probable que lo echase todo a perder. Esa inseguridad también era propiedad de Leonor, pero lo disimulaba mejor. No había estado con un hombre desde hacía tiempo...demasiado se decía a menudo, y aunque su vida hubiese sido más abierta al amor no por ello podía disimular su zozobra.
-Bueno dijo él- podemos... - y se paró en seco mientras miraba los ojos de ella.
-Vale, como quieras - contestó ella sin saber muy bien el qué.
-¿Conoces algún bar... por aquí cerca -propuso él.
-Claro...-volvió a contestar ella-. No -rectificó meneando la cabeza a ambos lados.
-Podríamos ir a mi casa -se atrevió a proponer él.
-O a la mía.
-¡Eso, a la tuya!
-Uf, no, mi hija. Llega tarde, pero llega.
-¿Espero tener güisqui? -se preguntó en voz alta Roberto.
-Algo tendrás -terció Leonor.
Bebieron la primera copa muy deprisa con el escaso hielo que Roberto no derramó sobre la alfombra- hablando de su trabajo- En la segunda copa ella se atrevió a contar un chiste y lo demás vino sobre ruedas. Antes de reír, él se inclinó sobre ella para besarla, pero calculó mal el ángulo y besó la nariz de Leonor que entonces, y sin acabar el chiste, comenzó a reír. Al final sus bocas se encontraron. Se besaron el silencio, durante varios minutos, alargando el depués.
-¡No tengo nada que ponerme! -exclamó Leonor mirándose al espejo, mientras se colocaba una blusa de color azul sobre el pecho.
-Creo que es un comentario muy femenino. ¿Estás nerviosa? - preguntó Roberto
-Sólo a ti se te ocurre que vayamos a la boda de tu hermana, Ángela, sin habernos presentado antes. Voy a hacer el ridículo. Y no es que no tenga nada que ponerme, es que quiero quedar bien, ¿comprendes?
-No se preocupe señorita Sarmiento, será usted la admiración de la fiesta, seguro.
Frente al espejo, Leonor sonreía; se sabía bella. Roberto, a su espalda, miraba la silueta de la mujer: las piernas largas y bien contorneadas, las sinuosas caderas, el talle y la recta y huesuda espalda, y el cabello negro y rizado que le caía sobre los hombros, y el rostro: aquel rostro que le tenía hechizado. Se levantó del borde de la cama desde donde había estado observándola y le tomó por la cintura mientras besaba el cuello de la mujer.
-Ten las manos quietas un momento y ayuda a decidirme con la ropa. Para el sábado sólo quedan tres días.
-¿Tres días necesitas para vestirte? Pero, si estás preciosa con esa falda negra y con ese suéter de algodón tan insinuante.
-¿No pensarás que voy a ir a la boda de tu hermana con este suéter, verdad?
-¿Te lo quito, entonces?
-¡Linaje! -gritó riendo la mujer, miesntras el hombre intentaba quitarle la prenda.
Leonor sonreía mientras se contemplaba en el espejo. Y no pudo por menos que volverse y besar a aquel hombre que le había devuelto la felicidad. El abrigo que se estaba probando desapareció en un suspiro, y el suéter, y la falda; las medias no fueron obstáculo y sus prendas más íntimas fueron desprendidas de su cuerpo con avidez. Lo del hombre ya fue más difícil; siempre los calcetines y zapatos habían sido un obstáculo. Pero al fin, desnudos, recorrieron sus cuerpos como si no se conocieran, como si hiciera un siglo que no se hubieran visto.
miércoles, 22 de abril de 2009
Valor y Precio.
Lo escribió Machado hace ya años: "No hay que confundir valor y precio". ¿Cuánto vale lo que haces, lo que piensas, lo que escribes?
Si el precio viene dado por el valor concreto que en un momento determinado se materializa la venta de un bien. ¿Qué precio puede tener algo tan subjetivo como un pensamiento? Al igual que en el caso de un bien: una casa, una empresa..., el valor vendrá dado por aquel al que pueda interesar ese pensamiento; cuanto más de acuerdo esté con él más valor tendrá.
¿Dependerá, también, de la oferta y la demanda?, o el que "compre" tus sentimientos no se parará en pensar en que quizás a otras personas puedan interesarles. ¿Pasa con el amor? Con el deseo tal vez, con el amor sería muy triste.
Así pues el valor variará en función del destinatario final de la valoración. ¿Qué quedará, entonces, de ese pensamiento inicial? ¿Volverás a tener libertad para pensar?
Nuestros pensamientos siempre parten de una situación preconcebida: nuestro conocimiento. Nadie hay enteramente puro para no tener condicionados sus actos, sus sentimientos. Si amas a alguien, le amas por algo que has sentido hacia esa persona. Lo bello sería amar sin tener ese conocimiento. ¿Pero, quién se atreve?
Si el precio viene dado por el valor concreto que en un momento determinado se materializa la venta de un bien. ¿Qué precio puede tener algo tan subjetivo como un pensamiento? Al igual que en el caso de un bien: una casa, una empresa..., el valor vendrá dado por aquel al que pueda interesar ese pensamiento; cuanto más de acuerdo esté con él más valor tendrá.
¿Dependerá, también, de la oferta y la demanda?, o el que "compre" tus sentimientos no se parará en pensar en que quizás a otras personas puedan interesarles. ¿Pasa con el amor? Con el deseo tal vez, con el amor sería muy triste.
Así pues el valor variará en función del destinatario final de la valoración. ¿Qué quedará, entonces, de ese pensamiento inicial? ¿Volverás a tener libertad para pensar?
Nuestros pensamientos siempre parten de una situación preconcebida: nuestro conocimiento. Nadie hay enteramente puro para no tener condicionados sus actos, sus sentimientos. Si amas a alguien, le amas por algo que has sentido hacia esa persona. Lo bello sería amar sin tener ese conocimiento. ¿Pero, quién se atreve?
lunes, 20 de abril de 2009
La cuñada de Mari Leo
Eran las siete cuando Roberto abrió la cancela del pequeño jardín que comunicaba con la casa de su hermana Ángela. La tarde era oscura pues todo el día había permanecido lloviendo y el cielo presentaba nubarrones negros que adelantaban las primeras sombras de la incipiente noche. La verja oxidada por el tiempo y la falta de cuidados emitió un un agudo chirrido al ser empujada. Pequeños arbustos sin podar y multitud de hojas secas, caídas de los árboles cercanos a la casa, cubrían la rala hierba. Sobre la puerta de entrada un pequeño farol iluminaba el vano y la luz se extendía tenuamente sobre el resto de la fachada. Al ir a tocar el timbre, Roberto observó que la puerta estaba entreabierta, la empujó temeroso y encendió la lámpara del pequeño recibidor; la casa estaba en silencio. Atravesó la sala. En la primera planta no había ninguna luz encendida. Al fondo del corredor abrió la puerta que le comunicaba con el amplio jardín situado en la parte de atrás de la vivienda; encendió el foco, que desde la parte baja de la galería situada en el primer piso, iluminaba aquel espacio; el desorden era total: sillas y mesas de plástico, macetas, útiles de jardinería, leña apilada sin criterio alguno..., convivian en aquel jardín junto a una hermosa y arrinconada lila. Varios frutales y un acebo con frutos rojizos completaban la zona. Roberto regresó al interior de la casa.
-¡Ángela! -gritó desde el comienzo de la escalera que comunicaba con el segundo piso.
-¡Ángela! -volvió a gritar con más fuerza, casi con desesperación-. ¡Estás ahí arriba!
-Sube, Roberto, estoy en del desván -contestó esta vez una voz, mientras Roberto suspiraba y decía para sí:"chiflada, que eres una chiflada".
El último tramo de la escalera pudo con nuestro hombre, poco proclive al ejercicio físico. Una pequeña bombilla era toda la iluminación de la buhardilla. El haz amarillento que se despredía del filamento hacía visible el polvo que anidaba en aquel lugar y, que al ser removido por el ajetreo de Ángela, hacía perceptible una fina película dorada que caía de nuevo sobre muebles, estantes y los diversos objetos que abigarraban el local. Ángela se encontraba de espaldas a la puerta husmeando en un baúl. Tenía la cabeza, los brazos y el tronco dentro del mueble, mientras de puntillas intentaba llegar al fondo del mismo. No parecía sino que iba a caer en su interior en cualquier momento.
-¿Qué buscas con tanto afán?
-Algo que ponerme esta noche.
-¿Y piensas encontrarlo ahí? Claro que concociéndote no me extraña. ¿Vas a una fiesta de carnaval? Te recuerdo que todavía queda un mes.
-No, no voy a ninguna fiestra -contestó Ángela con ironía.
-Bueno, ¿se puede saber que era eso tan importante que querías contarme?
-¿Importante?...¡Ah, sí, que me caso!
-¿Que te qué?
-Que me caso, Roberto, que tu hermanita se casa.
-¡Joder! Y se puede saber contra quién.
-Contra...¡idiota! Me caso con un barón.
-¡Hostia!¡Y yo toda la vida pensando que eras lesbiana!
-Pero que inculto eres, hermanito. Me caso con un barón; con "b". Acaso no has notado que en mi correcta pronunciación utilizaba un sonido bilabial para diferenciarlo del énfasis con que hubiera vocalizado la "v" de varón. Además nosotros también tenemos "linaje" -dijo chistósamente jugando con su apellido, que no era otro que Linaje.
- Lo dicho, Ángela: eres la hostia. Cualquier persona de este jodido mundo hubiera dicho que se casa con Alberto, Alfredo, Pedro... Tú no, tú te casas con un barón, y además bilabial. ¿Joder, hermana!, cada día estás peor. Te recuerdo que casi tienes cincuenta tacos, hermosa.
-Ildefonso Carlos, se llama Ildefonso Carlos; el tiene algunos años más.
-¿Cuántos más?
-Algunos.
-Vamos, que es un vejestorio.
-Pero es barón. Su familia...lejana, perteneció a la nobleza de España.
-En la época del Cid, supongo.
-¡Qué sarcástico te pones! No sé para que te doy explicaciones. ¿No será envidia lo que tú tienes? ¿Ah, por cierto!: ¿qué me vas a regalar?
-Lo que me faltaba; envidia de casarme con un vejestorio, y encima regalito. ¿Ya verás la cara que pones cuando te presente a Mari Leo!
-¿Y quiés es Mari Leo, si puede saberse?
-La mujer a la que amo y que en estos momentos comparte mi vida.
-¡Qué jodido, qué callado lo tenías!
-Ya ves, la vida está llena de sorpresas, sólo Que Mari Leo no es baronesa -¿se dice así, verdad?- Ella es una mujer, mujer...y no una neurasténica como tú.
-No te alegra entonces que tu hermana mayor se case.
-Siempre has hecho lo que has querido, y por más que yo pudiera decirte...
-¡Vamos que no te hace nunguna gracia tener un cuñado barón!
-Simplemente, ya no contaba con tener un cuñado.
-¿Ya?
-Claro que pensándolo bien, si es tan mayor me durará poco -añadió Roberto riendo su propia gracia.
- A ti si que te va a durar poco esa chica...como se llame, si eres tan cretino.
-Ángela, perdona, que me alegro por ti. Así no estarás sola y dejarás de hacer insensateces.
Cuando Roberto salió de la casa de su hermana la temperatura había bajado y el frío se hacía sentir. Se caló el sombrero, del que últimamente no se separaba, y se subió el cuello del abrigo para conseguir encender un cigarrillo.
Ángela continuó revolviendo en el baúl y extrajo del fondo un "Sari" de tonos azulados y bordeado de oro, que le habían regalado en el viaje que hizo a la India hacía ya cerca de veinte años. Tomó la prenda con ambas manos y se la acercó a la cara. Era imposible que el olor del vestido le transportase a Bombay, pero su imaginación le hizo volar. Con los ojos cerrados evocó aquellos días llenos de paz y armonía, y también de malos recuerdos. Omar le había dicho, mientras la abrazaba, que aquella prenda enigmática era para las mujeres de la India el mayor signo de feminidad que poseían; que cuando las familias habían decidido con quién casarlas, el "Sari" era prenda obligada en el enlace. Pero los recuerdoss que turbaron a Ángela iban mucho más allá de un simple vestido; el amor que un día llegó a sentir por aquel hombre no lo había vuelto a tener por nadie. Pero por aquellos años las circunstancias no les eran propicias. Ni un sólo día desde entonces había dejado de recordar a aquel muchaco de tez morena y ojos negros que la supo hacer tan feliz en tan poco tiempo. Sus ojos se llenaron de lágrimas y la decisión que tomó en aquel momento la hizo sonreír: iría a su boda vestida con aquel Sari, pensó que de esta forma ,Omar, formaría parte de su nueva vida. ¡Se iba a enterar esa Mari Leo!
-¡Ángela! -gritó desde el comienzo de la escalera que comunicaba con el segundo piso.
-¡Ángela! -volvió a gritar con más fuerza, casi con desesperación-. ¡Estás ahí arriba!
-Sube, Roberto, estoy en del desván -contestó esta vez una voz, mientras Roberto suspiraba y decía para sí:"chiflada, que eres una chiflada".
El último tramo de la escalera pudo con nuestro hombre, poco proclive al ejercicio físico. Una pequeña bombilla era toda la iluminación de la buhardilla. El haz amarillento que se despredía del filamento hacía visible el polvo que anidaba en aquel lugar y, que al ser removido por el ajetreo de Ángela, hacía perceptible una fina película dorada que caía de nuevo sobre muebles, estantes y los diversos objetos que abigarraban el local. Ángela se encontraba de espaldas a la puerta husmeando en un baúl. Tenía la cabeza, los brazos y el tronco dentro del mueble, mientras de puntillas intentaba llegar al fondo del mismo. No parecía sino que iba a caer en su interior en cualquier momento.
-¿Qué buscas con tanto afán?
-Algo que ponerme esta noche.
-¿Y piensas encontrarlo ahí? Claro que concociéndote no me extraña. ¿Vas a una fiesta de carnaval? Te recuerdo que todavía queda un mes.
-No, no voy a ninguna fiestra -contestó Ángela con ironía.
-Bueno, ¿se puede saber que era eso tan importante que querías contarme?
-¿Importante?...¡Ah, sí, que me caso!
-¿Que te qué?
-Que me caso, Roberto, que tu hermanita se casa.
-¡Joder! Y se puede saber contra quién.
-Contra...¡idiota! Me caso con un barón.
-¡Hostia!¡Y yo toda la vida pensando que eras lesbiana!
-Pero que inculto eres, hermanito. Me caso con un barón; con "b". Acaso no has notado que en mi correcta pronunciación utilizaba un sonido bilabial para diferenciarlo del énfasis con que hubiera vocalizado la "v" de varón. Además nosotros también tenemos "linaje" -dijo chistósamente jugando con su apellido, que no era otro que Linaje.
- Lo dicho, Ángela: eres la hostia. Cualquier persona de este jodido mundo hubiera dicho que se casa con Alberto, Alfredo, Pedro... Tú no, tú te casas con un barón, y además bilabial. ¿Joder, hermana!, cada día estás peor. Te recuerdo que casi tienes cincuenta tacos, hermosa.
-Ildefonso Carlos, se llama Ildefonso Carlos; el tiene algunos años más.
-¿Cuántos más?
-Algunos.
-Vamos, que es un vejestorio.
-Pero es barón. Su familia...lejana, perteneció a la nobleza de España.
-En la época del Cid, supongo.
-¡Qué sarcástico te pones! No sé para que te doy explicaciones. ¿No será envidia lo que tú tienes? ¿Ah, por cierto!: ¿qué me vas a regalar?
-Lo que me faltaba; envidia de casarme con un vejestorio, y encima regalito. ¿Ya verás la cara que pones cuando te presente a Mari Leo!
-¿Y quiés es Mari Leo, si puede saberse?
-La mujer a la que amo y que en estos momentos comparte mi vida.
-¡Qué jodido, qué callado lo tenías!
-Ya ves, la vida está llena de sorpresas, sólo Que Mari Leo no es baronesa -¿se dice así, verdad?- Ella es una mujer, mujer...y no una neurasténica como tú.
-No te alegra entonces que tu hermana mayor se case.
-Siempre has hecho lo que has querido, y por más que yo pudiera decirte...
-¡Vamos que no te hace nunguna gracia tener un cuñado barón!
-Simplemente, ya no contaba con tener un cuñado.
-¿Ya?
-Claro que pensándolo bien, si es tan mayor me durará poco -añadió Roberto riendo su propia gracia.
- A ti si que te va a durar poco esa chica...como se llame, si eres tan cretino.
-Ángela, perdona, que me alegro por ti. Así no estarás sola y dejarás de hacer insensateces.
Cuando Roberto salió de la casa de su hermana la temperatura había bajado y el frío se hacía sentir. Se caló el sombrero, del que últimamente no se separaba, y se subió el cuello del abrigo para conseguir encender un cigarrillo.
Ángela continuó revolviendo en el baúl y extrajo del fondo un "Sari" de tonos azulados y bordeado de oro, que le habían regalado en el viaje que hizo a la India hacía ya cerca de veinte años. Tomó la prenda con ambas manos y se la acercó a la cara. Era imposible que el olor del vestido le transportase a Bombay, pero su imaginación le hizo volar. Con los ojos cerrados evocó aquellos días llenos de paz y armonía, y también de malos recuerdos. Omar le había dicho, mientras la abrazaba, que aquella prenda enigmática era para las mujeres de la India el mayor signo de feminidad que poseían; que cuando las familias habían decidido con quién casarlas, el "Sari" era prenda obligada en el enlace. Pero los recuerdoss que turbaron a Ángela iban mucho más allá de un simple vestido; el amor que un día llegó a sentir por aquel hombre no lo había vuelto a tener por nadie. Pero por aquellos años las circunstancias no les eran propicias. Ni un sólo día desde entonces había dejado de recordar a aquel muchaco de tez morena y ojos negros que la supo hacer tan feliz en tan poco tiempo. Sus ojos se llenaron de lágrimas y la decisión que tomó en aquel momento la hizo sonreír: iría a su boda vestida con aquel Sari, pensó que de esta forma ,Omar, formaría parte de su nueva vida. ¡Se iba a enterar esa Mari Leo!
jueves, 16 de abril de 2009
Burgos, Capital de la Cultura 2016
Se ha empeñado el Ayuntamiento, y me parece bien, en que Burgos sea nombrada "Capital de la Cultura 2016". Pero pienso que mi ciudad no son los monumentos, aunque en este caso sean excepcionales: la Catedral, el Monasterio de las Huelgas, la Cartuja de Miraflores, la iglesia de San Nicolás, y un largo etc.; que por sí solos merecerían que Burgos lograse lo que se propone a tan largo plazo. Tampoco creo que mi ciudad sean los nuevos paseos, el desvío del tren (a mi parecer gran error; debió de ser soterrado, de esta forma sería más comodo para el viajero que llega a Burgos y que se encuentra ahora con que la estación está en pleno campo), el nuevo aereopuerto a penas sin funcionamiento, y, aquí también, un largo etc. Queda claro, pues, que la herencia recibida no se puede comparar con la que estamos construyendo para nuestros hijos. Basta con dar una vuelta por el Paseo del Espolón, quizás el mas bello de España, y ver hasta cuatro inmuebles en estado de ruina desde hace años, que hablan por sí solos de la desidia de nuestra alcaldía, cuando no de intereses espurios.
¡Cómo se puede aspirar a ser Capital de la Cultura, nada menos!, cuando desde el Ayuntamiento se auspician tres macrobotellones al año: "La romería del curpillos en El Parral, la fiesta del burgalés ausente en Fuentes Blancas, y últimamente el tapeo en las casetas durante nuestros sampedros. La primera tiene un arraigo histórico, aunque supongo que en sus orígenes sería una romería no la charanga en que se ha convertido. La segunda partió de una buena idea pero a nuestros próceres se les ha ido de las manos. Las tres constituyen, a mi entender, una auténtica "marranada" escrito con todos los respetos hacia el berraco; vasos, papeles, restos de comida... cubren el suelo desde primeras horas de la mañana. Ya sé que la mayoría de los burgaleses no estarán de acuerdo conmigo, faltaría más.
La ciudad donde nací es el primer pensamiento que se me pasó por la cabeza; son las voces de los vecinos que en animada charla llegaban hasta mis oídos en aquellas noches cálidas y escasas del verano; es el ir con los amigos a pescar cangrejos, a mano, en el río Arlanzón; es aquel lugar donde llegué a comprender aquello que me hizo abrir los ojos; es la piel de aquella entonces niña y el sabor a manzana de nuestro primer beso; es el "odio" a que sonase el silbato del hermano Castresana porque ponía fin al recreo y al partidillo del patio; son los primeros juegos donde descubrimos el sexo y que nos hacían avergonzarnos sin saber bien el porqué. Esa es la cultura que entiendo. Esa quiero que sea mi ciudad.
Burgos, 16 de abril de 2009.
¡Cómo se puede aspirar a ser Capital de la Cultura, nada menos!, cuando desde el Ayuntamiento se auspician tres macrobotellones al año: "La romería del curpillos en El Parral, la fiesta del burgalés ausente en Fuentes Blancas, y últimamente el tapeo en las casetas durante nuestros sampedros. La primera tiene un arraigo histórico, aunque supongo que en sus orígenes sería una romería no la charanga en que se ha convertido. La segunda partió de una buena idea pero a nuestros próceres se les ha ido de las manos. Las tres constituyen, a mi entender, una auténtica "marranada" escrito con todos los respetos hacia el berraco; vasos, papeles, restos de comida... cubren el suelo desde primeras horas de la mañana. Ya sé que la mayoría de los burgaleses no estarán de acuerdo conmigo, faltaría más.
La ciudad donde nací es el primer pensamiento que se me pasó por la cabeza; son las voces de los vecinos que en animada charla llegaban hasta mis oídos en aquellas noches cálidas y escasas del verano; es el ir con los amigos a pescar cangrejos, a mano, en el río Arlanzón; es aquel lugar donde llegué a comprender aquello que me hizo abrir los ojos; es la piel de aquella entonces niña y el sabor a manzana de nuestro primer beso; es el "odio" a que sonase el silbato del hermano Castresana porque ponía fin al recreo y al partidillo del patio; son los primeros juegos donde descubrimos el sexo y que nos hacían avergonzarnos sin saber bien el porqué. Esa es la cultura que entiendo. Esa quiero que sea mi ciudad.
Burgos, 16 de abril de 2009.
lunes, 13 de abril de 2009
Tres Libros
En los últimos días he leído tres novelas. Dos de ellas escritas por el sueco Stieg Larsson. Sus títulos cuando menos curiosos: "Los hombre que no amaban a las mujeres" y "La chica que soñaba con un barril de gasolina". Ambas te quitan el día o la noche, pues no hay forma de dejar de pasar páginas. Cada suceso te lleva a la reacción consiguiente con una clarividencia total.
Hace unas fechas, hablando con mi hijo, le comentaba que a mi entender leía muy poco. Me contestó, no sé bien si tomándome el pelo, que sólo lo hacía en inglés para que no se le olvidase ese idioma. Puesto a ponerle a prueba, y en un viaje reciente a Bristol intenté comprar el primer libro citado. No había forma de encontrarlo por lo que acudí a una dependienta para que lo buscara a través del ordenador. Por el título no había forma , y sólo por el nombre del autor, Larsson, apareció en la pantalla. Ni que decir tiene que el título no era ni parecido al publicado en español.
Os recomiendo ambos. No defraudan. Lo dice el éxito de lectores que tiene en todo el mundo. Son los dos primeros de una trilogía:"Millennium".
Mi hija, ésta si que lee con avidez, puso en mis manos una novela de la parisina Anna Gavalda, que leí entre las dos anteriores. Para mí fue todo un descubrimiento. La creatividad de esta mujer me resultó apasionante. Crea a sus personajes y se va a vivir con ellos: no es magnífico. Los contradice a menudo. Se mofa de ellos, los ama y sobre todo la divierten. Si a esto unimos que el tema es de actualidad y la descripción de personas, paisajes y formas de vida resultan de una gran sencillez; el resultado, a mi entender, es auténtico. Tan sólo pondría una duda, quizás se deba a mi nula comprensión del idioma inglés: demasiadas frases en esta lengua. Al igual que los de Larsson lo recomiendo.
Hace unas fechas, hablando con mi hijo, le comentaba que a mi entender leía muy poco. Me contestó, no sé bien si tomándome el pelo, que sólo lo hacía en inglés para que no se le olvidase ese idioma. Puesto a ponerle a prueba, y en un viaje reciente a Bristol intenté comprar el primer libro citado. No había forma de encontrarlo por lo que acudí a una dependienta para que lo buscara a través del ordenador. Por el título no había forma , y sólo por el nombre del autor, Larsson, apareció en la pantalla. Ni que decir tiene que el título no era ni parecido al publicado en español.
Os recomiendo ambos. No defraudan. Lo dice el éxito de lectores que tiene en todo el mundo. Son los dos primeros de una trilogía:"Millennium".
Mi hija, ésta si que lee con avidez, puso en mis manos una novela de la parisina Anna Gavalda, que leí entre las dos anteriores. Para mí fue todo un descubrimiento. La creatividad de esta mujer me resultó apasionante. Crea a sus personajes y se va a vivir con ellos: no es magnífico. Los contradice a menudo. Se mofa de ellos, los ama y sobre todo la divierten. Si a esto unimos que el tema es de actualidad y la descripción de personas, paisajes y formas de vida resultan de una gran sencillez; el resultado, a mi entender, es auténtico. Tan sólo pondría una duda, quizás se deba a mi nula comprensión del idioma inglés: demasiadas frases en esta lengua. Al igual que los de Larsson lo recomiendo.
miércoles, 8 de abril de 2009
Bristol
He estado al sur de Gales, en la ciudad inglesa de Bristol, con mi esposa y mis amigos Miguel y Crist, ésta oriunda de esa ciudad; nos invitaron a pasar unos días en la casa de Harry, padre de Crist. Harry es octogenario. A Harry le faltan tres dedos en una mano y dos en la otra; pero tiene los suficientes para coger con frecuencia una jarra de cerveza, para conducir( por la izquierda), para arreglar el pequeño jardín de su casa y para apañárselas el solo y llevar una vida acorde con la idiosincracia inglesa, a la cual defiende con sumo gusto y placer. Una maravilla de persona.
Con Miguel y Crist visitamos la ciudad de Bath, por donde deambularon los romanos dejando su impronta: los baños. La ciudad es digna de verse. Su aspecto victoriano te adentra en aquella época sin darte apenas cuenta. Lugares como Oxford o Wallington, por donde parece no haber pasado el tiempo, también nos llenaron de satisfacción. Sin embargo el recuerdo más grato que tengo de aquellos días, fue el del seis de marzo, fecha de nuestro aniversario de bodas. !Treinta y seis años, ya! Fuimos a comer a un pueblecito de cuento. Su nombre: Lower. Está cerca de Bristol, junto a la fábrica de la Rolls Royce. El Pub en donde comimos conserva ese sabor inglés de lo entrañable. Cuidado a mimo. Con la típica arquitectura que les han hecho mundialmente famosos. Entramados de madera con ladrillo y piedra; separación de espacios y volúmenes que parecen aleatorios pero que se corresponden a un plan preconcebido. Una delicia de sitio. Y además la comida estuvo bien. No hay espacio aquí, ni tampoco lo deseo, hablar de la comida inglesa.
Como colofón del día nos fuimos, ya en Bristol, a escuchar música en vivo. No recuerdo el nombre del Pub, ni el de la banda que tocaba jazz; los tengo guardados entre recuerdos del viaje y algún día aparecerán. La banda, como digo soberbia, estaba compuesta por cinco músicos que en esos días cumplían sus sesenta años encima de los escenarios. Haciendo cuentas y suponiendo que empezasen de jovencitos, el mayor se acercaba a los ochenta años. Pero que rítmo, que precisión y sobre todo !qué entusiasmo!. Algunas de las personas asistentes eran sus "fans" y tenían sus años. Increible. Fue un día perfecto para un viaje perfecto.
08.04.2009
Con Miguel y Crist visitamos la ciudad de Bath, por donde deambularon los romanos dejando su impronta: los baños. La ciudad es digna de verse. Su aspecto victoriano te adentra en aquella época sin darte apenas cuenta. Lugares como Oxford o Wallington, por donde parece no haber pasado el tiempo, también nos llenaron de satisfacción. Sin embargo el recuerdo más grato que tengo de aquellos días, fue el del seis de marzo, fecha de nuestro aniversario de bodas. !Treinta y seis años, ya! Fuimos a comer a un pueblecito de cuento. Su nombre: Lower. Está cerca de Bristol, junto a la fábrica de la Rolls Royce. El Pub en donde comimos conserva ese sabor inglés de lo entrañable. Cuidado a mimo. Con la típica arquitectura que les han hecho mundialmente famosos. Entramados de madera con ladrillo y piedra; separación de espacios y volúmenes que parecen aleatorios pero que se corresponden a un plan preconcebido. Una delicia de sitio. Y además la comida estuvo bien. No hay espacio aquí, ni tampoco lo deseo, hablar de la comida inglesa.
Como colofón del día nos fuimos, ya en Bristol, a escuchar música en vivo. No recuerdo el nombre del Pub, ni el de la banda que tocaba jazz; los tengo guardados entre recuerdos del viaje y algún día aparecerán. La banda, como digo soberbia, estaba compuesta por cinco músicos que en esos días cumplían sus sesenta años encima de los escenarios. Haciendo cuentas y suponiendo que empezasen de jovencitos, el mayor se acercaba a los ochenta años. Pero que rítmo, que precisión y sobre todo !qué entusiasmo!. Algunas de las personas asistentes eran sus "fans" y tenían sus años. Increible. Fue un día perfecto para un viaje perfecto.
08.04.2009
martes, 7 de abril de 2009
Pudor
Abrir el alma, de eso se trata.
Cuando decidí incorporarme a las personas que tienen un blog, de ello hace unos pocos días, era consciente de que la sinceridad debía ser una constante en mi deambular por este espacio. Siempre he considerado que escribir, y que alguien te lea, es romper una barrera. Soy tímido y reconozco que me da pudor hacerlo. Puestos a saltar esta barrera por qué no romper dos al mismo tiempo: me refiero a aquella que nos acerca más a los sentimientos, al alma: la poesía.
"Hablemos de cosas inútiles:
del romper de las olas
en la playa,
del lejano sonido
de una campana,
de una puesta de sol
tras la montaña,
de hacer poesía
a media mañana,
o de entretenerme en leer
un poema de Walt Whitman,
él, que tenía mariposas
entre su canosa barba.
Hablemos, hablemos de cosas inútiles:
de amar, sin pedir
a cambio nada,
de buscar una sonrisa
en la profundidad del alma,
de salir contigo al aire
y luego regresar a casa,
de bebernos las noches
y reencontranos al alba,
de besar cada día
los rincones de tu cara,
de desnudarte en silencio
y amarnos bajo las sábanas.
Hablemos, hablemos de cosas inútiles
o tienes prisa
por ganar algo de plata".
Rompí con mi pudor, a partir de hoy será más fácil. Creo.
06.04.2009
Cuando decidí incorporarme a las personas que tienen un blog, de ello hace unos pocos días, era consciente de que la sinceridad debía ser una constante en mi deambular por este espacio. Siempre he considerado que escribir, y que alguien te lea, es romper una barrera. Soy tímido y reconozco que me da pudor hacerlo. Puestos a saltar esta barrera por qué no romper dos al mismo tiempo: me refiero a aquella que nos acerca más a los sentimientos, al alma: la poesía.
"Hablemos de cosas inútiles:
del romper de las olas
en la playa,
del lejano sonido
de una campana,
de una puesta de sol
tras la montaña,
de hacer poesía
a media mañana,
o de entretenerme en leer
un poema de Walt Whitman,
él, que tenía mariposas
entre su canosa barba.
Hablemos, hablemos de cosas inútiles:
de amar, sin pedir
a cambio nada,
de buscar una sonrisa
en la profundidad del alma,
de salir contigo al aire
y luego regresar a casa,
de bebernos las noches
y reencontranos al alba,
de besar cada día
los rincones de tu cara,
de desnudarte en silencio
y amarnos bajo las sábanas.
Hablemos, hablemos de cosas inútiles
o tienes prisa
por ganar algo de plata".
Rompí con mi pudor, a partir de hoy será más fácil. Creo.
06.04.2009
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