martes, 18 de marzo de 2014

En el refugio de los sueños: La mujer del sombrero (5)

Se besaron en la boca. Aquello empezaba a ser una costumbre –pensó Cristina-. Luis tampoco comentó nada, le gustaba besarla. 
      -Hace tanto calor este verano, y eso que ya está oscureciendo. ¿Nos vamos por La Latina a tomar unas cañas? –preguntó Luis.
      - Yo no puedo, soy menor. ¿No estarás incitándome a la bebida, verdad? –contestó Cristina con ironía-. Un buen amigo me ha aconsejado que no beba alcohol todavía.
      - ¿Y se puede saber quién es ese simpático?
      - Un buen amigo ya te lo he dicho. Pero al que a veces no hago caso –rió Cristina mientras se ponía a andar de espaldas frente al chico sin soltar su mano.
      - Qué me cuentas de la gran señora.
      - Pues nada, que es una gran señora.
      Anochecía cuando llegaron al Mercado de la Paja. El barrio de La Latina era un hervidero de gente joven ansiosa de diversión. Quién no haya tomado unas cañas por esta zona de Madrid sin duda ha perdido parte de su existencia; eso al menos era lo que parecía decir aquella batahola de chicos y chicas que reían por el simple hecho de estar juntos, de convivir, de ser amigos en definitiva. En los bajos del mercado, convertido en parte en centro cultura, y en tanto se terminaba la construcción proyectada por el Ayuntamiento, se había instalado un cine de verano al aire libre. El pase de las películas era gratuito y mucha gente se hallaba sentada en sillas de madera dispuestas para ver las proyecciones. Cristina y Luis que habían ya repostado su primera caña de la tarde-noche y llevaban en la mano la segunda ronda, tomaron asiento. Luis posó el brazo derecho sobre el hombro de la chica y Cristina apoyó la cabeza sobre el de él. La película hacía tiempo que había comenzado pero a ellos eso apenas les importaba. Los besos se fueron sucediendo mientras la cerveza parecía ir a caer de los vasos.


Aquel lunes era especial. Hacía calor pero nubes negras se aposentaban en el cielo y parecía ir a descargar la tormenta. Cristina apenas salió del metro corrió hacia el portal de la vivienda de doña Soledad presagiando la lluvia. No había llegado cuando ésta cayó duchando a la chica en apenas unos minutos. No detuvo su carrera hasta llegar al vestíbulo dónde el portero del inmueble la recibió con una gran sonrisa.


    - Estuvimos dos o tres años todavía en España, no recuerdo bien, antes de que a mí Alfonso lo nombraran Cónsul –empezó a contar doña Soledad una vez que vio llegar a Cristina, puntual como cada tarde-.  Su primer destino, nuestro primer destino – corrigió- fue Italia, pero primero he de comentarte una anécdota que sucedió en España por aquellos años de postguerra y que curiosamente hizo tambalear a más de un miembro del gobierno del general Franco, ya Caudillo como supongo sabrás. Fue al poco de concluir la contienda:  
    Luis Alarcia Ginés estuvo en la prisión de Burgos quince años. Desde 1938 hasta la navidad de 1953. Tenía al salir treinta y siete años. La mayor parte de su juventud la pasó entre rejas. Cuando logró la libertad su aspecto físico era el de un hombre mayor. Pero la vida le estaba esperando para darle una nueva oportunidad y poder saborear una pequeña venganza en recompensa por aquello en lo que había creído, luchado y perdido.
        Afiliado al Frente Popular, en Cáceres, fue capturado y hecho prisionero en el frente de Madrid y trasladado a la prisión de Burgos. Evitó un juicio sumarísimo por no haber sido un miembro destacado de aquel partido republicano; aún así se libró milagrosamente de formar parte de alguna de las “sacas” que con la llegada de la noche efectuaban sus carceleros, los cuales “sacaban” fuera de la cárcel a los vencidos de la Guerra Civil, y de los cuales no se volvía a tener conocimiento sobre su paradero.
       El ocho de diciembre de 1953 pudo respirar el aire de la libertad. Solo, sin dinero, lejos de su tierra, sin amigos que le pudieran socorrer, durmió en un banco de la estación de ferrocarril de la ciudad burgalesa. Únicamente quien haya llegado a esta ciudad una noche invernal y se apeara en sus andenes, hoy demolidos, podrá entender el frío que tuvo que soportar nuestro amigo Luis; claro que peor fueron los años de cautiverio, aunque allí sí pudo contar con la amistad de otros presos republicanos como él. A algunos les vio sacar a culetazos de las celdas; otros, como él, sobrevivieron y su amistad perduró durante el resto de sus vidas.
       Buscar trabajo era su principal preocupación. Hasta encontrarlo vivió de la caridad de la gente, como tantos otros que habían sido alejados de sus hogares. Por aquellos años era difícil viajar, sobre todo si no se disponía de dinero. Además a Luis nadie le esperaba en Extremadura: sus padres habían muerto como consecuencia o a causa de aquella incivil confrontación entre hermanos. Probó suerte. El trabajo era escaso. Al final lo fortuna le sonrió.
       El general Franco había inaugurado en julio de aquel mismo año la Fábrica de Moneda y Timbre; ésta apenas había iniciado su funcionamiento. El historial de nuestro hombre, si es que alguna vez lo hubo, no trascendió, y Luis fue admitido. Su primera labor fue de carretillero: traer y llevar de un lugar a otro el papel con el que se confeccionaban los billetes. Cuando años más tarde llegó el metal para la fabricación de las monedas, él ya había abandonado aquella primera labor. Llegó a oficial de primera encargado del troquelado de las monedas. Cuarenta y dos años más tarde se jubiló: tenía cerca de setenta años. Pero antes, al cumplir los cuarenta y tres pudo sonreír, reír a carcajadas sería más preciso decir.  
        Antes de las carcajadas su solitaria cama se llenó de muchas noches de incertidumbre- explicó haciendo un inciso.
-Supongo – dijo la anciana desviando la mirada de la ventana a la que parecía sujeta por un lazo inasible- que tu cama seguirá solitaria, ¿verdad mi niña?
- Claro, doña Soledad. ¡Qué cosas se le ocurren!
       Luis trabajaba- suspiró, para continuar-, junto a una veintena de compañeros, en la cadena de fabricación de monedas. El ruido de las máquinas era ensordecedor. Apenas si podían mantener algún tipo de comunicación entre ellos, por lo que pasaban la jornada sumidos en su trabajo, y en el caso de Luis absorto en sus propios pensamientos. Pensamientos que le trasladaban a los calabozos de la prisión y a la pérdida de dignidad y libertad que tuvo que soportar. Pero cómo vengarse…
        Con los troqueles preparaban para su fabricación monedas de: cinco céntimos, de diez, de veinticinco, de cincuenta (los llamados dos reales o caraba), de una peseta, la famosa “rubia” por su color y que era la unidad de todo el sistema monetario. Fabricaban así mismo, la moneda de cinco pesetas y la de cien que sólo ostentaban las clases pudientes de aquellos años. A diario pasaban por sus manos y por las de sus compañeros, de forma indistinta y arbitraria, la creación de aquellas monedas. Trabajaban al unísono por lo que cualquiera de ellos podía estar trabajando en una única moneda o en varias el mismo día.
       A Luis Alarcia Ginés le dieron aquella mañana calurosa del mes de agosto, pocos días antes de tomar un período de vacaciones, el troquel para fabricar la moneda de cincuenta céntimos.
       El troquel venía dividido en diez partes, que el operario tenía que ordenar según el diseño de la moneda que se le adjuntaba. Luis se sabía de memoria la combinación, pero en aquella ocasión, se fijó en una de las piezas y… sonrió.
       La moneda de cincuenta céntimos era, sin duda, la más popular entre la gente, quizás por el vacío que tenía en su centro. Aquel agujero, en muchos casos, era utilizado por la juventud de la época para adosarlo con un remache a un cinturón. Con un buen número de ellas se fabricaba, caseramente, quizás uno de los primeros complementos de moda  masculina. Pero vamos a lo que nos interesa.
       Aquella moneda de cincuenta céntimos con su agujero interior era llamada: “caraba” (nunca supe el porqué de dicho nombre).  En su anverso se podían ver: la palabra España en mayúsculas, haciendo arco con el exterior de la moneda, el año de acuñación, el timón y un ancla de barco. En su reverso coexistían; el 50 en numeral, la palabra céntimos debajo de la cifra, y el escudo de España con el yugo y las flechas. Luis seguía sonriendo.
          La tirada, como de costumbre, cada vez que se hacía era de 25.000 monedas. Veinticinco mil sonrisas.
          Después de una semana, tiempo en que las monedas fabricadas ya circulaban,  y un día antes de tomar vacaciones, Luis pidió permiso para hablar con su directo superior. Ya en el despacho le expuso la razón de su inquietud. A su jefe un color se le iba y otro se le venía. Incrédulo, hasta que Luis le mostró una de las monedas, que según le dijo le habían dado en un comercio burgalés, estuvo a punto del desmayo: “El yugo y las flechas de la Falange Española lucía brillante en la moneda, pero boca abajo”.
           Intolerable, esto es intolerable, bramaba el director de la Fábrica de Moneda y Timbre. ¡Que me traigan al causante de este atropello, inmediatamente!
           ¿Causante? ¿Quién era el causante?
            Un error, sólo un error, señor Director. Hay que andar con pies de plomo y tratar de sacar de la circulación las monedas –se atrevió a esgrimir el subordinado- Y menos mal que Luis Alarcia nos ha puesto en sobre aviso.
            Fueron unas vacaciones llenas de incertidumbre para Luis. Durante aquellos días estuvo al acecho de una llamada de la fábrica. Esta no se produjo y con el fin de las vacaciones y el regreso a su trabajo, se disipó aquel motivo de preocupación. Por fin pudo sonreír, reír de placer, la calle estaba regada de aquellas monedas.

2 comentarios:

  1. Que bueno. Aun guardo unas cuantas monedas de 50 céntimos en mi colección. Pero no me había enterado de esto. Miraré si es que te lo has inventado o es verdad:-)
    Un poco misteriosa la dama del sombrero, me parece a mi.
    Un abrazo

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  2. Hola Katy: fue real que las monedas se fabricaron con las flechas invertidas; la invención está en la historia por mi parte, pero las monedas sí que rodaron por ahí. El Banco de España las pagaba a 25 pesetas de las de entonces con el ánimo de recogerlas todas, supongo que alguien tendrá alguna en su colección. Un abrazo

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