sábado, 6 de julio de 2013

En el refugio de los sueños: EL BALCÓN (25)

      En Gennevilliers, Manet vive la luz con tal intensidad que su pintura se ha vuelto más viva, más vital, pero discrepa a diario con su amigo Monet y demás impresionistas que se han unido en esa localidad con la idea de crear un grupo avanzado en el mundo de la pintura. Las disputas son frecuentes entre ambos. Manet ha condescendido, sin apenas darse cuenta, en algunos de los rasgos que le definían. Su pincelada se ha vuelto más suelta, pero lucha por no hacer más concesiones.
     -Jamás utilizaré pinceladas yuxtapuestas, de colores puros. Eso no existe en la realidad. El truco consiste en pintar con naturalidad lo natural. Y por supuesto jamás renunciaré a utilizar el color negro como vosotros, eso es usura -increpaba a su amigo, en alguno de sus paseos diarios-. ¡Cómo se puede pintar sin buscar la oscuridad, y el contraste!, aunque éste haya que lograrlo a través de las sombras, sombras que han de ser esencialmente color más que ausencia de luz.
      -No hace falta -respondía con frecuencia Monet-. La luz ya se encarga de dar contorno a los objetos.
      -¡No hace falta, no hace falta! ¡Pandilla de vagos! En lo que sí estoy de acuerdo con vuestra pintura es en cómo lográis esa sensación de inmediatez. Es sorprendente. Captáis una imagen en vuestro cerebro y sois capaces de plasmar en el lienzo ese momento sin desequilibrio con la visión inicial. Es admirable. Y en eso sí tenéis razón: es la luz con su diversidad cromática la que os hace pintar de esa manera tan extraña. Será mérito, en todo caso, de la luz, no vuestra  -añadió irónicamente.
      -Te aseguro Edouard que tu pintura no está tan lejos de la nuestra. Me atrevería a decir que has sido nuestro maestro. Muchos de nosotros nos hemos basado en tu forma de pintar, tan ajena al academicismo, para llegar a la simplicidad que  hemos logrado.
     -Vuestra pintura, mi querido Claude, si algo no tiene: es simplicidad. La admiro por la impresión que produce, por su inmediatez, como te he dicho, pero no  porque sea simple.
     -Me refiero a que pintamos con menos colores en nuestra paleta. Nos sobra con tres y sus diferentes cromatismos.
     -Pues  parece que estuvieran todos, tal es el resultado de vuestros lienzos.  Pero,  ¡falta el negro ¡
      Claude Monet sonreía mientras pasaba su brazo por el hombro de Manet y continuaban con su paseo matinal.
      La casa de los Manet en Gennevilliers se convertía con relativa frecuencia, ante la inquietud de Suzzane, en una continuación de las tertulias del café Guerbois. La esposa de Edouard se desvivía por atender a los que ella consideraba sus invitados, pero no podía por menos que recorrer por su espalda cierto escalofrío siempre que los temas políticos hacían acto de presencia; la acercaban demasiado a los sucesos de la capital. Afortunadamente en estas tertulias, que a veces se alargaban hasta bien entrada la noche, acudían mayoría de pintores y artistas que huyendo de París habían buscado refugio seguro en aquel lugar, por lo que los comentarios no solían transgredir las normas que parecían haberse establecido por la propia situación política. Cuando se hacía inevitable comentar las escasas y dudosas noticias que llegaban, Suzzane, siempre atenta y ante la mirada cómplice de su esposo, trataba de llevar la conversación por senderos que con su voz pausada y tranquila desvanecían cualquier locuaz altercado antes de que éste se produjera. A Edouard le producía un gran placer observar a su esposa controlando la situación, pues nunca intuyó que aquella chica apocada que llegó un buen día a su casa, con un pequeño chiquillo, en busca de trabajo, fuese la misma que había acabado por convertirse en su esposa y que ahora era también dueña de aquel firme comportamiento ante lo que para ella era una forma de conservar su hogar. Pero, ¿no había obrado con respecto a él de la misma manera? -se preguntaba-. Él era un hombre mundano antes de conocerla, y no es que hubiera perdido aquella capacidad, pero si era cierto que la llegada de Suzzane había trastocado, mejorado a juicio de amigos y familia, su forma de entender la vida. En aquella época compartía su vida con Victorine; la ruptura con aquella mujer coincidió, de alguna manera, con su enamoramiento por Suzzane.
        En esa observación y ajeno por un momento a los comentarios de la tertulia, Manet recuerda los días pasados en su compañía, en la casa de París,  sin que ella pareciera percatarse de la situación. ¿O, sí?  Quizás la había infravalorado. Parecía darse cuenta, a medida que la iba conociendo más y más, que ciertamente había sido  ella quién había logrado inclinar la balanza hacia el momento actual. Recuerda la primera vez que le tomó las manos, las tenía frías, seguro que por el nerviosismo pensó en aquel  momento; los dedos finos y alargados mostraban una blanca desnudez. Su rostro, aunque no fuera hermoso, era claro, expresivo, sugerente y sobre todo era firme, seguro en sus convicciones, irradiaba personalidad, como así iba quedando demostrado en el transcurrir de aquellos años. Recuerda cuando la propuso el matrimonio. ¿Tanto le había hecho cambiar aquella mujer, y en tampoco espacio de tiempo? Recuerda, fugazmente, a sus modelos: Victorine, por encima de todas, a Eva Gonzales en su etapa pictórica más española, a Henriette Hauser, a Suzón, y a tantas otras que habían pasado por su taller y  con las que mantuvo relaciones. Y llegó Suzzane, y, sin proponérselo, poco a poco se fue apropiando de su voluntad. Pero también recuerda que la primera vez que tomó sus manos, aquella muchacha, sin rechazarlo, ya le había mostrado con la mirada, su firmeza. Y recuerda lo que aconteció después. Él siempre había llevado la iniciativa en el amor con todas y cada una de las mujeres que habían transitado por su vida. Pero esta vez fue distinto. Alguien le dijo una vez que mientras el hombre tiene voluntad para el amor, la mujer tiene pudor. Su voluntad siempre había durado como un suspiro, lo que tardaba en franquear la puerta el deseo, y siempre se había encontrado con mujeres dispuestas a complacerle. Suzzane le fue llevando, paso a paso, no al deseo sino al verdadero amor; lo cual al  final resultó ser más deseable. Aquel día que la tomó las frías y nerviosas manos, pudo notar la diferencia. Suzzane no las retiró de inmediato, pero en su comportamiento había algo para lo que Edouard no estaba preparado: no era el rechazo, pero sí la espera. El pudor femenino, con el que no había contado hasta entonces, hizo acto de presencia como un valor más que añadir a aquella mujer. Con sus fortuitas amantes nunca dudó quién había dado el primer paso y quién era el auténtico responsable de los pasos siguientes. Fue Suzzane la que le hizo cambiar de opinión. Cuando el amor llegó a ellos había transcurrido el tiempo suficiente como para que Edouard ya no fuese un extraño a los ojos de Suzzane. Sus momentos más íntimos eran tomados por ambos como el hecho más importante de sus vidas; y así sucedía en cada ocasión. Eran dichosos el uno con el otro y el tiempo, cuando estaban juntos, parecía no existir. Dilataban más y más cada roce, cada tacto de la piel, sin duda no querían que llegase el desenlace. Aquella mujer supo llevarlo desde el principio por el dédalo del amor en la búsqueda de aquello que más puede desear un hombre: una mujer  sin atisbos de complicidad hacia quien sería  su esposo, pues siempre fue una mujer libre para tomar sus decisiones y  enamorarse de él.
(Continuará 25)


2 comentarios:

  1. Estamos en compás de espera. Tranquilidad en el horizonte, apenas interrumpida por las reuniones y comentarios políticos. A mi juicio estas dos parejas en estos momentos no distan demasiado la una de la otra. Los dos Tanto Manet como Jean están profundamente enamorados de sus mujeres.
    Un abrazo

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  2. Hola Katy: siempre tan aguda. Bueno creo que es bajar un poco al artista, al creador, al genio...al mundo de los mortales: ellos también tuvieron sus vidas familiares y su quehacer diario. Un abrazo

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