lunes, 8 de julio de 2013

En el refugio de los sueños: EL BALCÓN (26)

       En Gennevilliers, junto al río, Manet pinta y pinta sin descanso. A veces parece querer borrar al atardecer todo el trabajo del día. Pero en sus telas siempre queda la atmósfera, puede palparse la luz al igual que en sus obras de taller podía olerse el ambiente; y esa atmósfera creada es el punto de partida para el día siguiente: “Siempre que este maldito dolor que se me  ha instalado como una  punzada en  el pie  izquierdo no me lo impida” -dice a menudo Edouard a su esposa.
      -Ya sabes lo que te ha recomendado el doctor Lancoste -le recrimina su esposa cada vez que ve cojear a su esposo-, la humedad del río no te conviene, te agudiza el dolor.
      -Pero esta luz sí le conviene a mi pintura, mi querida Suzzane; ya no sé si podré vivir sin ella. He descubierto, en estos pocos meses, reflejos en el agua que jamás hubiera osado pintar. Ahora tengo la necesidad de pintar series de cuadros con el mismo tema de fondo, algo antes impensable para mí. Siempre creí que una composición era única en su tratamiento, y aquí, junto al río, con los reflejos que provoca la luz, puedo pintar y pintar las mismas escenas sin que sean iguales unas de otras: es la luz la que las hace cambiar de estado. No me cansa pintar estas series continuadas. Pero no te preocupes, nos quedan pocos días de estancia en Gennevilliers; pronto hemos de regresar a París. Confío que esos analfabetos de La Comuna hayan respetado nuestro taller. Tengo ganas de ver como ha quedado todo.
      -También yo tengo ganas, Edouard, por los amigos y tu familia, los echo de menos. Y sobre todo por tu salud.
      -No creo que este pie sé de cuenta del cambio, Suzzane. ¡Son los años¡ En cuanto se pasa de los cuarenta parecen avanzar de seis en seis, y además a mi edad si no te duele algo es que estás muerto.
      -Exageras, Edouard, exageras. Pareces un niño mimado reclamando cariño.



 
      -Hemos tenido suerte, Edouard -gritó Jean al entrar al taller de la calle Saint-Petersbourg-, hasta aquí no han llegado los bárbaros.
      -Si, ha habido suerte, los bárbaros, como tú los llamas, no han querido saber nada de la cultura; poseen los mismos conocimientos artísticos que nuestros amigos de la Academia; no han valorado en nada nuestras obras y las han dejado tranquilas, en su exilio particular.
      -Me alegro que lo tomes de esa manera -respondió Jean mientras trataba de ordenar algunos de los bancos del taller-. Creo que podremos reanudar nuestra actividad  cuando queramos.
      -Muy activo te veo -comentó un Manet sonriente-. Se nota que te sienta bien el matrimonio. Pues nada, amigo, a pintar, no vaya a ser que se escapen tus musas. Mientras lo intentas -añadió soltando una carcajada que rebotó en las paredes del taller-, yo voy a ver si calmo los dolores de este maldito pie que me tiene martirizado; ni descansando deja de molestarme.
      -Ya lo siento Edouard, pero ya verás como el regreso a la ciudad te sienta bien.
      -Eso espero, al menos es lo que me dicen mi mujer y el galeno, de lo contrario habría que pensar en amputarlo.
      -¿Nunca te han dicho que eres un hipocondríaco? -ironizó Jean-. ¡Qué exagerado eres!
      -¡Exagerado! Deberías ponerte en mi lugar.
      -¿Y pintar igual que tú? No sé si me conviene.
      -Ante semejante posibilidad prefiero quedarme con mi dolor. “Au revoir, Jean”, que las musas te acompañen -añadió Edouard mientras se dirigía hacia la puerta del taller.
      Al salir del taller Manet sintió el aire tibio del verano en su rostro, cercenado por un ligero olor a humo que el mes transcurrido desde el fin de La Comuna no había logrado disipar del todo. Olía a madera húmeda quemada. Transitaba por uno de los puentes que unen la isla de Notre-Dame con el centro de la ciudad y desde allí podía divisar los edificios que habían sido incendiados en las Tullerías. Vio el Tribunal de Cuentas derruido y convertido en escombro. Numerosos edificios de la calle Rivoli, el propio Ayuntamiento y diversos bulevares estaban calcinados. La ruina se observaba también, aunque sin que Manet pudiera cotejarla, por la lejanía, en el barrio de Montmartre.
      -Y Jean dice que hemos tenido suerte –pensó hablando en voz alta-. Medio París destruido y hemos tenido suerte.
      Caminando sentía menos el dolor de su maltrecho pie que cuando estaba en reposo; imaginaba que de esta forma se rebelaba contra la enfermedad o que la simple distracción obraba a modo de bálsamo. Se fue acercando hacia la calle de Saint-Germain lugar  donde habían sido ejecutados los últimos partidarios de La Commune, y pudo observar de primera mano el abatimiento de las escasas personas que trabajaban intentando ordenar aquel desastre. La vista de aquellos edificios calcinados, de los paseos destruidos y de las calles otrora bulliciosas, le produjo un sentimiento blasfemo contra los hombres. Maldiciendo entre dientes se fue acercando a su casa en busca de los cálidos brazos de su esposa y de un lugar  donde reposar sus piernas.



      -Traigo buenas noticias -anunció Jean tras cruzar el umbral de la puerta de su casa.  Yenny salió a recibirle con una amplia y blanca sonrisa.
     -Qué contento vienes, Jean. ¿Han respetado el taller? -preguntó mientras sus brazos enlazaban el cuello de su esposo y le besaba en los labios.
     -Si me sueltas un momento podré explicártelo, querida -dijo Jean sonriendo  tratando, sin conseguirlo, de desembarazarse de Jenny.
     -El taller está intacto; lleno de polvo, eso sí, pero intacto. Pero no es éste el mayor motivo de mi dicha.
     -¿Cuál entonces?, Jean.
     -Los monárquicos, Jenny, los monárquicos están a punto de asumir el poder en Francia. ¿Sabes lo que esto significa? La restauración de la monarquía parece próxima y viable, y para nosotros y sobre todo para mi familia pueden estar cerca los días de tranquilidad que tanto se merecen.
       -¡Me alegro tanto por vosotros!
       -Alégrate también por ti, Jenny -dijo Jean mientras la atraía hacia sí.
       El cuerpo de Jenny se dejó llevar.



       -Edouard, ¿cómo has tardado tanto en regresar?, me dijiste que volverías en cuanto comprobaras con Jean el estado en que había quedado el taller. Estaba preocupada. ¿Está todo en orden? -preguntó nerviosa Suzzane al sentir la llegada de su esposo.
       - En orden es una manera de decirlo. Una buena parte de la ciudad ha ardido, como ya pudimos vaticinar, el día de nuestro regreso, desde el carruaje. Pero nos quedamos cortos en nuestra observación. El desastre es mucho mayor que el que podíamos suponer. He recorrido calles del centro y la visión es para desear no pertenecer al género humano. Por lo que respecta al taller todo está en orden. Como dice Jean: “Hemos tenido suerte”. Pero en fin las obras que no pudimos dejar a buen recaudo están bien, no han sido dañadas.
       -Gracias a Dios, Edouard, tantos años de esfuerzo...
       -Y de desengaños, querida, no lo olvides. Ahora se notará el cambio en las modas de la burguesía,  es lo que  sucede tras un desastre como el que hemos vivido. Se necesita vivir más la intimidad de las personas, de los seres queridos, y es muy posible que me lluevan peticiones para pintar retratos. Ya verás como sucede; el trabajo no me va a faltar.  Por lo demás Jean y Jenny están bien; cada día más enamorados al parecer.
      -Se les veía felices cuando nos comunicaron su matrimonio. Siento no haber podido asistir.
      -Yo también. Espero que esa felicidad les dure mucho tiempo.  Hemos quedado en vernos está tarde en el Guerbois, al parecer hasta allí no llegaron las hordas, así podremos felicitarles.
     -¿Por qué dices que esperas que la felicidad les dure? Te conozco Edouard; sobre todo leo en tus ojos. ¿Hay algo que te preocupa, verdad?
     -Sí, Suzzane. Jean está convencido que ahora vienen buenos tiempos para los monárquicos, y puede que tenga razón, pero al final prosperarán las tesis de La República, y mucho me temo que para Jean y su familia todo continuará igual. Peor diría, ahora al menos ya estaban acostumbrados. Volver a empezar será duro para ellos.
(Continuará 26)

4 comentarios:

  1. La vuelta a lo que ellos consideraban su ciudad les ha dejado perplejos. Le entiendo. No me cabe en la cabeza que los problemas políticos se resuelvan destruyendo lo años han tardado de construir. Es muy duro, como personas normales pagan el error de sus políticos.
    Estoy muy interesada en el siguiente capítulo.
    Un abrazo

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  2. Hola Katy: escribo desde un día asfisiante en Madrid. Como bien dices pagamos los errores de los políticos, aún seguimos haciéndolo. Me alegra seguir contando contigo. La historia, con el regreso de los protagonistas a París, toca a su fin proximamente. Un abrzo.

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    1. Me dije ¿y este nuevo comentarista que se dirige a mi quien es? jaja,debe ser el calor:-) Ya lo creo hacía mucho, mucho calor y he estado enredada el finde con cuatro nietos y comidas, y refrescándose ellos en nuestra maravillosa playa Se acaban de ir. Ahora viene el reposo del guerrero.
      Pues me da pena que se acabe, porque ya estaba integrada en el café Guerbois con mi propia historia.
      Abrazos y buena semana

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  3. Hola Katy. escribí desde la casa de mi hija, y el tal Cubelli es su compañero, ja,ja.Me di cuenta después de enviarlo. Hemos pasado hoy por Burgos y huimos de nuevo. Un abrazo

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