viernes, 7 de junio de 2013

En el refugio de los sueños: EL BALCÓN (19)

        Habían acudido a uno de los locales de moda, el bar del Folies-Bergére, recientemente inaugurado,  a celebrar el quinto aniversario de la boda de Edouard y Suzzane. Cinco años atrás ni Edouard ni Suzzane hubieran creído que la atracción del uno hacia el otro pudiera ser tan fuerte, como para poder compartir sus vidas, pero la llamada del amor había tocado sus puertas y les había unido para siempre. La vida de Edouard dio un giro desde que Suzzane llegara a su casa, aquella mañana de otoño, junto a su hijo León. Las salidas de su domicilio se fueron distanciando, cada vez pasaba más tiempo en casa  ante la incredulidad de la muchacha a la que constaba que el señor Manet siempre se había distinguido por ser una persona con poco arraigo en su domicilio y por sus andanzas nocturnas en reuniones con amigos u otros asuntos; al menos eso era lo que había llegado a sus oídos. Bien es cierto que Manet se ausentaba algunas tardes y no volvía hasta altas horas de la madrugada, pero aquellas salidas se fueron espaciando en el tiempo. La muchacha no tardó en comprender que lo que retenía a Manet en su casa, era ella.  Cada vez eran más próximas sus miradas. Miradas que en un principio la perturbaban pero que poco a poco se fueron volviendo más amigables. Y el amor, al que se le presupone, pero que nunca anuncia su llegada, se fue aliando con Edouard y Suzzane hasta convertirlos primero en amantes y poco más tarde en marido y mujer, ante el asombro de alguno de los amigos del pintor que no se esperaban aquel desenlace, enlace sería más correcto decir. La boda de Edouard y Suzzane fue un acto íntimo, una comunión entre dos personas que por encima de todo se amaban y a las que el mundo, en aquel momento, importaba muy poco.
        La atmósfera en el Folies-Bergére se podía mascar. El humo de los cigarros caía desde los globos de gas del techo hasta las mesas,  donde una numerosa concurrencia se daba cita cada tarde en uno de los locales más atractivos de París. En este local la gente podía divertirse sin ningún tipo de trabas. Su nombre, Folies (follaje), venía a significar el lugar donde la gente podía esconderse de las miradas de los demás. Una sociedad multicolor ocupaba cada uno de los espacios del amplio local en aquel París exuberante. Hombres con ropas oscuras y mujeres con guantes largos y sombreros de ala ancha parecían estar interesados, sólo, en ellos mismos. Era la sociedad de la opulencia la que se congregaba en el local. Los numerosos espejos devolvían y multiplicaban el colorido y el espacio creando una visión ilusoria de la realidad. Todo se magnificaba con aquella ilusión: los grupos de gente, la amplitud de las barras de las bebidas. Pero la principal atracción era el propio público: una amalgama turbulenta compuesta por burgueses, aristócratas, dandis y llamativas  mujeres mundanas que se mezclaban en aparente complicidad con señoras de la alta sociedad parisina. Suzzane y Edouard,  Jenny y Jean, Berthe y Eugéne, disfrutaban en medio de aquel espectáculo.
        -Tanto bullicio acaba por cansarme -comentó Jean-. Qué lejos están los días en que se podía charlar con los amigos de una forma más relajada, sin tener que soportar este ruido.
        -Pues a mí me gusta -indicó Edouard-. ¿No será mi querido Jean que nos estamos haciendo viejos? Pero quizás tengas algo de razón; la verdad es que aquellas tertulias de nuestros años mozos resultaban adorables. Yo también las echo en falta. Pero los tiempos cambian, el Folies-Bergére es una clara muestra de ese cambio. Fijaros en la hermosa camarera del mostrador, mantiene una actitud distante y reservada, tiene juventud, frescura; sin duda el dueño de este establecimiento ha sabido buscar bien. Es un buen reclamo para la clientela.
       -¡Edouard! -le reprendió Suzzane-, eres incorregible.
        -¡Pero si se comenta que en París hay cerca de treinta mil prostitutas! Sin duda esa joven debe ganarse la vida de alguna otra manera; no creo que con su salario de camarera pueda sobrevivir.
       -¡Edouard! -Suzzane había dejado de sonreír y miraba a su esposo con acritud.
       -Perdonarme, a veces me dejo llevar por mis sentidos. Tan sólo trataba de describir lo que veo, pero creo que en todo este maquillaje, en todo este perfume, hay algo que apesta. Pero, a pesar de todo, no se puede eludir la hermosura  de la camarera. Hasta su vestido azul es hermoso. Me encanta su pechera adornada con ese ramillete de flores. Y su fino talle abotonado le dan una delgadez extrema. No me extraña que el caballero de sombrero y ancho bigote, que  habla con ella,  esté ensimismado con su belleza. Diría más, parece que la acosa con su mirada.
      -Sin duda Edouard -susurró Jean-, está pintando.
      Ajeno al comentario de su amigo, Edouard siguió pensando en voz alta.
      -Observad el mostrador  donde se apoya la muchacha, está bien surtido de botellas de champaña, de cervezas,  de licores. Vasos y bebidas se confabulan contra nosotros los parroquianos para que demos debida cuenta de cuanto nos ofrecen. ¿No es lujurioso? El local entero, amén de simular un teatro, lo parece. ¿No es teatral el aspecto de la gente? ¿Y el nuestro?  Parece como que nos hubiéramos disfrazado para representar una función teatral; sin duda de alguna manera así lo hacemos. Mirad el espejo sito detrás del mostrador. Se aprecia un balcón con sus palcos reservados para el público distinguido. ¿Debiéramos estar nosotros allí?  -preguntó mientras sonreía-. Creo que no -dijo contestando a su pregunta-. En ese gran espejo sólo veo apariencia, reflejo, ilusión. Una imagen acorde con la representación que los parisinos hacemos de la vida nocturna y sus múltiples seducciones.
      -No te cansas de pintar -le interrumpió Jean, haciendo sonreír al resto.
      -No, no me canso. Es la única forma que tengo de entender la vida. Por cierto, es un secreto,  que ni siquiera tú, mi querido Jean, conoces: os he pintado en mi taller. De hecho el cuadro hace más de un año que lo terminé. Lo tengo guardado, esperaba un acontecimiento como este para decíroslo. Más tarde iremos a verlo, si os apetece.
       -¿Y cómo es que yo no sé nada sobre ese cuadro? -aventuró Jean.
        -Mi querido Jean, desde que conociste a nuestra bella violinista raro es el día que te dejas ver por el taller. Además, como se trataba de una sorpresa lo he tenido bastante bien oculto. Pero no te inquietes, tú y Jenny estáis retratados junto a Berthe.
        -¿Sin haber posado? -preguntó incrédula Berthe.
        -Hace poco me oíais hablar de cuanto nos rodea, y Jean me recriminaba no poder dejar mi trabajo ni cuando estoy en tan adorable compañía como la vuestra, pues ésta es la razón por la que puedo retrataros sin que poséis para mí. Os conozco como a la palma de mi mano. Conozco vuestra alma, vuestras inquietudes. No necesito más. Os tengo en mi poder; no podréis huir de mí, -exclamó mientras reía y su mirada se dirigía a Jenny que parecía ajena a sus comentarios.
        Jenny  había permanecido silente observando cuanto se desarrollaba a su alrededor. La voz de Edouard llegaba hasta sus oídos con nitidez pero apenas la prestaba atención. Sus pensamientos, le ocurría con frecuencia y eran motivo de tristeza en Jean, le hacían regresar a la época de convivencia con Francois y a la perdida de su hijo. Llevaba demasiado tiempo así y no acababa de olvidarse del todo, pese a los esfuerzos de Jean. En su interior continuaba vivo aquel recuerdo que le transportaba hacia su pasado sin poder remediarlo. Los días siguientes al abandono de Francois dejaron en ella una huella imborrable. Trataba de luchar con sus sentimientos pero éstos eran tan profundos que, pensaba, la habían marcado de por vida. A veces, en sueños, le parecía oír la lejana voz de una criatura, su hijo, que la llamaba en una súplica desesperada. Veía sus ojos, su nariz pequeña, sus manitas, y sentía como si hubiera tenido realmente a su hijo entre sus brazos. Sabía que aquellos pensamientos no eran tan irreales como Jean, con gran cariño, le decía; para ella la vida se había parado en aquellos días y sólo la llegada de Jean había logrado sacarle del pozo donde se encontraba. Había sufrido como un pequeño salto en el itinerario de su existencia, y aquel abismo era difícil de sobrellevar. Los abrazos de Jean siempre llegaban en el instante más oportuno; era como si su amante intuyese su necesidad afectiva y acertase en los momentos más necesarios. Conocía a Jenny lo suficiente para, sólo con mirarla o percatarse de sus silencios, comprender los pensamientos de su amada. La presencia de su amado le tranquilizaba pero no lograba sobreponerse a su dolor. Jenny en ocasiones se preguntaba por el sexo de aquella personilla que no le abandonaba, y hasta lograba sonreír con la imagen de su pequeño o de su pequeña, daba igual, ella se la había fabricado según sus deseos y creía firmemente que esos sueños hasta podrían hacerla feliz algún día. Nadie podía impedir que su mente volase, como su música, a donde ella deseara; era un don que todos los seres humanos debían de utilizar -se decía-. Pero en lo más profundo hubiese deseado conocer a aquella criatura que tantos momentos llenaba en su vida, y no todos infelices. El paso del tiempo estaba logrando esta transformación, aunque una cierta amargura se fijase, aún,  en sus transparentes ojos verdes.
       -Creo que os conozco a todos bien -dijo Edouard a quien la aparente indiferencia de Jenny le había sorprendido-, menos a nuestra espléndida violinista.
       Jenny bajó de su mundo al percatarse que se hablaba de ella.
       -Perdonarme, estaba distraída.
       Jean sonreía, conocía aquellas distracciones de su amada.
       -¿Cómo puedes distraerte ante esta exuberante exhibición de lo mundano? -exclamó Edouard-. Aquí, ante nuestros ojos, está el todo París, desde lo más bajo y rastrero hasta la opulencia más exquisita. ¿No sentís el hedor que expiden estos personajes todos mezclados, sin complejos? La vida parisina es fecunda en estos contrastes que resultan poéticos, maravillosos, a la vez que patéticos. ¿O no lo parecemos con nuestros sombreros, nuestros chaqués, nuestras corbatas y nuestros zapatos de charol? Somos todo ilusión, sueño; un sueño que algún día se desvanecerá.
       -Yo veo ritmo, música -exclamó Jenny-. La gente parece bailar. La noto contenta.  Va de un lugar a otro, deambula sin cesar. Parecen querer contarse, todos al mismo tiempo, sus cuitas, sus amores. Bulle su felicidad. Edouard,  ves las cosas con excesiva acritud.
      -Estoy con Jenny -asintió Jean-. Los demás sonreían y sus caras mostraban estar de acuerdo con los comentarios de la violinista y de Jean.
       -Qué vas a decir tú, Jean, si esta mujer te ha embrujado. Lo tuyo es amor, muchacho, no visión de la realidad. El amor destruye. Nos imposibilita ver lo más cercano. Es  lo único que es capaz de quitar la auténtica libertad de las personas. Por amor se deja de ser uno mismo; se es el otro. Se llega incluso a matar. Y no estoy diciendo que el amor en sí sea malo –dijo esto mirando y sonriendo a Suzzane -. Digo, solamente, que el amor nos desvía del itinerario que teníamos marcado en nuestra vida, con lo cual dejamos de ser nosotros, para convertirnos en otro, o en el otro, en la persona amada –aclaró-. En ti Jean, seguro que hay algo de Jenny, y en ella, sin duda, seguro que habrá, ya, algo tuyo. Sólo espero que no sea tu forma de pintar. Las carcajadas se dejaron sentir entre la algarada de personas que llenaban el Folies-Bergére.
(Continuará 19)


4 comentarios:

  1. "Somos todo ilusión, sueño; un sueño que algún día se desvanecerá."
    Un bello capitulo que a modo de resumen centra las historias de cada uno de los protagonistas, en dónde de momento el amor ocupa el el primer lugar.
    Estoy muy de acuerdo de que el amor nos desvía del itinerario que teníamos marcado en nuestra vida, pero malo si nos convertimos en el otro. Esto su¡i que destruye.
    Un abrazo

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  2. Hola Katy: Sí las historias de cada uno se van mostrando entorno a Manet. El amor siempre está en la vida; creo que como dice el protagonista la convivencia nos lleva a tomar "prestado" algo del otro. Me parece. Un abrazo

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  3. Un pintor que pinta con el alma.
    Estupend reflexion sobre el amor. Un abrazo

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  4. Hola Feernando: el arte, el amor. ¿Tienen algo que ver? Quizás. Gracias por acercarte, Fernando. Un abrazo

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