martes, 19 de febrero de 2013

En el refugio de los sueños: El apartamento (segunda parte)

        A esas horas de la mañana el único cliente de “Alhacena”, nombre del comercio, era Jaime que miraba absorto alguna de las piezas que le interesaban. Tomó una talla de piedra entre sus manos y sonrió. De lejos le había engañado. Pero no era mala la copia: el cuerpo de la imagen era hierático, los pliegues de la ropa caían con pesadez de forma vertical, sin formar ondas, y el niño estaba sentado sobre las rodillas de su madre, en el mismo centro y frontalmente, dando la espalda a la virgen y generando de esta forma la impronta de ser el personaje principal. Vamos al mejor estilo románico. La escultura pétrea se veía ennegrecida, sin duda con humo,  técnica empleada ya por los romanos en la antigüedad (ya saben los romanos ennegrecían los retratos de sus antepasados para darles más antigüedad, ya que a más número de años mayor abolengo). Todo ello lo sabía muy bien Jaime, por eso sonreía.
       La mujer, que lo observaba de lejos, vio la sonrisa del hombre y comprendió con rapidez el motivo, pero  pudo más la curiosidad y se acercó para constatar con cierta ironía e inocencia: no es original, nada de lo que hay en esta tienda lo es.
      -Salvo usted –contestó Jaime con rapidez mientras posaba sus ojos en la transparente y azulada mirada de ella.
        La mujer no pudo por menos que reír, con una carcajada limpia, clara y honesta. Su tez morena, casi atezada por el sol, contrastaba con sus cabellos largos y rubios, casi blancos. En la comisura de los labios,  al igual que alrededor de sus ojos, se formaron unas insinuantes arrugas que daban mayor vivacidad a aquel rostro. Le hacían más humano, más bello.
       -¿Se ve que entiende usted de arte?
        -No…bueno quizás un poco. Al observarla de lejos me había desconcertado –continuó hablando mientras seguía contemplando la imagen-. Pero estaba claro desde un principio que se trataba de un engaño.
      -¿Engaño? – comentó la mujer sin descomponer la sonrisa- ¿Se ha fijado usted en el precio?
      -Claro, tiene razón –dijo al comprobar la etiqueta-. Discúlpeme empleé mal la palabra. En desagravio tendré que comprarla.   
       Siguieron hablando a medida que recorrían los estantes de la tienda. Fuera porque Jaime hacía mucho tiempo que no estaba con una mujer. Fuera porque la primera respuesta que le diera aquel cliente le pareció a ella: inteligente. El caso es que la conversación les llevó al conocimiento y éste a un principio de amistad que se fue afianzando a lo largo de los días que Jaime estuvo en su apartamento de verano. Siguieron viéndose al atardecer cuando ella cerraba la tienda.  Paseaban por la amplia playa las veces que ella se acercó al apartamento, hasta que las noches y el rumor de las olas les envolvían. Se contaron sus vidas .Se amaron.  Ella se llamaba Marina.
      Y ahora Jaime de nuevo estaba allí, asomado hacia el mar. Habían pasado casi quince años desde el día que conoció a Marina. Recordaba las conversaciones con Inés. La chica no quería entender la nueva realidad de su padre por mucho que él le explicara que el recuerdo de su madre, Rosario, era inviolable para él, pero que la vida en ocasiones nos da una segunda oportunidad y que no estaba dispuesto a dejar de estar con Marina. Recordó también cuando su hija le espetó: “No, si terminarás casándote con ella y olvidándonos”. Jaime con seriedad le dijo mientras la abrazaba: “No es ningún capricho de verano. Tengo casi sesenta años y la inmensa suerte de haber amado a tres mujeres…de amar a tres mujeres –rectificó-. La vida es así, Inés. Si me quieres, cosa que no dudo, debieras de desear que fuera feliz”. Fue Carlos quien convenció a su esposa  que su padre tenía todo el derecho del mundo a vivir su vida.
         Más aquella conversación no curó del todo la herida abierta y padre e hija se fueron  distanciando  mientras su relación con aquella mujer que el destino había puesto en su camino se fue consolidando. Durante los meses de verano viajaba cada fin de semana en busca del mar, sin olvidar nunca sus vacaciones estivales. A partir del otoño era Marina quien se iba a vivir al “foro”, como ella decía. Ninguno de los dos podía abandonar su vida a favor del otro. Ambos se hallaban atados a su pasado:  Jaime a su trabajo y a su familia, cuyo alejamiento no podía soportar. El nacimiento de Rosalía, como quiso llamar Inés a su hija, vino a suavizar un tanto aquella situación que  el padre  no entendía. Por su parte Marina vivía de lo que su tienda le producía. La tenía abierta la temporada de verano: de mediados de mayo a los últimos días de septiembre. Hasta conocer a Jaime nunca se había planteado que la vida para ella estuviera fuera de la rutina en que aquélla le había envuelto. Años atrás había conocido el amor, pero  no salió bien y desde entonces vivía para su pequeña tienda, su mar y sus montañas. Jaime había trastocado todo aquello.
        Habían pasado casi quince años, como un soplo, desde que se conocieron. La felicidad estuvo siempre a su lado. Poco necesitaban para entenderse; tan sólo una mirada. Y fue una de aquellas miradas de Marina la que sobresaltó a Jaime. Vio tristeza en sus ojos. Tomó su rostro entre las manos y preguntó: -¿qué ocurre?- No podía engañarle; se conocían demasiado. Le confesó que estaba enferma desde hacía tiempo. Que no se había atrevido a decírselo al principio por temor  y con el paso de los meses porque deseaba ser feliz hasta el último momento.  Que los médicos le habían dado pocos meses de vida.
      Y ahora estaba allí; asomado en la terraza mirando el mar. Ese mar que tanto había amado Marina y donde le había dicho quería reposar: “Esparce mis cenizas junto a las rocas, allá al fondo de la playa; procura que sea al atardecer, me hará recordar lo felices que fuimos en aquel lugar”.
      Jaime sólo esperaba que el sol se ocultase a lo lejos, tras la torre de la iglesia del pueblo para cumplir el último deseo de Marina. 

6 comentarios:

  1. Oh, que triste...
    Me he quedado sin palabras. Pero bueno está bien contado y disfruté de la lectura que engancha.
    Un abrazo

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  2. Hola Katy: bueno, la tristeza también forma parte de la vida. Es un sentimiento humano, pienso. Me alegra saber que aunque no hayas disfrutado de la historia, sigas ahí. Un abrazo

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    1. He puesto que he disfrutadpo de la lecr¡tura a ver si leemos mejpr. Pero me ha parecido triste aunque forme parte dela vida. Así es.
      Un abrazo

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  3. Aunque el final sea triste, no deja de ser una historia llena de positivismo. Bella historia Rafa, muy bella.

    Un abrazo

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  4. Hola Fernando: gracias por tus constantes muestras de apoyo. Un abrazo.

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  5. Hola Katy: ja-ja, lo había leído mal. Disculpa.Un abrazo

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