domingo, 20 de enero de 2013

En el refugio de los sueños: El viejo portatil

        Qué hacía allí aquella caja cuadrada de cartón. Se veía enmohecida por la humedad del desván. La cinta plástica que la cerraba estaba descompuesta, amarillenta y había dejado ya de cumplir su función. No  adivinaba lo que había en su interior puesto que no recordaba haberla visto con anterioridad, sin embargo debía de llevar allí muchos años a juzgar por su estado: medio escondida y avejentada.  Pesaba cuando la cogí con las manos; hube de hacer fuerza con los brazos para rescatarla del resto de enseres que se mantenían en equilibrio inestable alrededor de ella. Alguno de ellos cayó al suelo levantando una pequeña estela de polvo dorado o al menos así se veía al ser atravesado por el haz de luz que se filtraba por el pequeño ventanal del tejado inclinado. Mis ojos se habían ido acostumbrando a la penumbra de aquel espacio y ya me resultaba fácil distinguir cada uno de los enseres que allí se cobijaban. Creo que nada me llamó la atención a parte de aquella caja que sostenía con mis manos y con alguna dificultad. Opté por dejarla encima de una pequeña mesa de patas de bambú y encimera de cañas trenzadas que tantos años habíamos usado en el pequeño jardín de casa, y que ahora dormía un sueño eterno apartada del mundo por aquellos muebles de madera de teca que hacían idéntico servicio y que sabe dios si durarían tantos años bajo el sol y la lluvia como aquella entrañable mesa que servía, ahora, para liberarme del peso de aquella misteriosa caja de cartón casi desbrozado.
       No fue difícil abrirla y al hacerlo descubrí que en su interior había un pequeño y antiguo televisor. Telefunken para más señas. Sin duda su antigüedad, supuse que la imagen habría sido en blanco y negro, le había condenado al ostracismo. No recordaba haberlo visto en casa pero bien hubiera podido ser de algún familiar o vecino: el desván de la casa de mis padres siempre tuvo fama de recoger todo tipo de trastos inservibles. La carcasa era de plástico, blanca y con un embellecedor de aluminio en la parte superior que se desplazaba para hacer de asa, por lo que resultaba más fácil de trasportar. Era un portátil; una belleza antigua me pareció. Quizás por eso lo habían conservado. Me pudo la curiosidad y bajé las empinadas escaleras, con el dichoso televisor, hasta el salón de la vivienda que ahora, tras el fallecimiento de mis padres, había pasado a mi propiedad.
       Mientras bajaba, una sonrisa se fijó en mi rostro al pensar que aquel aparato no  funcionaría. Los motivos podían ser varios: estar estropeado (posibilidad que enseguida deseché pues mi madre nunca tiraba nada que pudiera servir), no llevar incorporado el hasta ahora necesario TDT (seguro que podía localizar alguno ya en desuso), y las conexiones pasadas de moda (sin duda lo más difícil de solucionar). Pero me hacía ilusión intentarlo. Y lo intenté.
      Tenía una antena, de las llamadas de cuernos. Pensé en localizar uno de los  TDT, ahora también inservibles, que debía haber por algún rincón de casa, pero ante la posibilidad real que tampoco con él funcionase el aparato opté por conectarlo a la red directamente, sin preámbulos. Tardó en encenderse la pantalla (debía de ser de lámparas). Cuando lo hizo no me sorprendió ver los diminutos y característicos puntos blancos y negros que se movían por la superficie del cristal como pequeños mosquitos. En el panel delantero había cuatro botones que desplazaban otros tantos pequeños diales para localizar las emisoras. Empecé a jugar con ellos recordando, mientras lo hacía, que  aquel televisor sólo estaría adaptado para los dos canales existentes en los años de utilidad del mismo. No paraba de sonreír mientras lo único que conseguía era que el ruido que emitían los puntitos se elevara o disminuyese a medida que trataba de sintonizar alguna emisora. Este hecho significaba que en alguna zona del dial existía una cierta onda que se acercaba o alejaba; ello me produjo cierta ansiedad de búsqueda.
      Llevaría unos minutos intentándolo cuando me sorprendieron unas borrosas imágenes acompañadas de sonidos que parecían voces. Tanteé el botón del dial, derecha e izquierda; la imagen se iba y  aparecía; el sonido lo mismo. Era cuestión de no precipitarse pues la sintonización estaba muy limitada en la frecuencia. Recordé la antena de cuernos. Moviendo ésta y el dial conseguí una imagen que si no perfecta me llenó de satisfacción. En blanco y negro se asomó a la pantalla del televisor el telediario de las tres de la tarde. Miré por curiosidad mi reloj y, efectivamente, hacía apenas diez minutos que había comenzado. Era el telediario de la “uno”… Pero, ¡joder!,  quiénes eran aquellos locutores y aquella ropa tan…tan antigua con la que vestían ellas. Estarán editando un “remake” –me dije- de hace cuarenta años. Las noticias recogían la visita que Golda Meir había realizado al Papa en Roma. Extrañado cogí el mando del televisor de plasma y lo pulsé buscando el telediario. Enseguida apareció en pantalla Pepa Bueno con su blanca e impoluta sonrisa dando las noticias del día. La televisión portátil seguía lanzando su telediario particular. Fijé aquel botón del dial para que no se me esfumaran aquellas imágenes y busqué con otro de los botones otra emisora que me sacara de mi extrañeza. Tardé en localizar la “dos” y obrando al igual que con el primer mandó logré hacer nítidas unas imágenes que se correspondían con un documental de animales. Cambié a la “dos” en el televisor del salón y aún daban un programa cultural…todavía no habían comenzado los animalitos.
     Atónito observaba ahora los dos televisores. En el de plasma volví al telediario; estaban con la chica del tiempo que nos explicaba la ciclogénesis explosiva que visitaba estos días la península; en la pantalla en blanco y negro continuaban informando de la entrevista de Golda Meir. No podía creerlo,  aquel televisor había guardado las noticias del día en que fue clausurado y ahora las emitía como si tal cosa. Corrí al ordenador y marqué en Google la fecha del día de hacía cuarenta años. La visita de la Primer Ministro de Israel al Papa se produjo el 20 de enero de 1973. Asombroso. 

4 comentarios:

  1. Bella historia Rafa. los recuerdos a veces se estancan para mostrarse en otros momentos.
    Un abrazo

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  2. Hola Fernando: sí, últimamente no sé muy bien lo que me pasa con los recuerdos; acuden a mí sin pretenderlo. Supongo que será algo momentáneo. Gracias por seguir ahí. Un abrazo

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  3. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida. Misterios de la técnica. No me extraña que te hayas quedado atónito:-)
    Poco a poco volviendo a la normalidad. Aprendiendo a manejar el Windows 8. Mil gracias por tus ánimos y cariñoso comentario.
    Buen finde
    Un cálido abrazo

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  4. Hola Katy. ya veo que estás de vuelta, claro que pensándolo bien sólo te fuiste cibernéticamente hablando. Me alegra tu regreso. Sé que no es el lugar idóneo pero como quiera que aunque sea, virtualmente, te considero una amiga he de decirte que el día 14 falleció mi madre, gracias a Dios sin dolor y apenas enterarse. No lo esperábamos, aunque sabíamos que la posibilidad era cierta, pues aquella misma tarde estuvimos con ella y hasta nos amonestó a mi hermano y a mí por llevarle la contraria. He preferido que lo supieras. Estamos tranquilos, bien. Un abrazo, Katy.

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