martes, 8 de enero de 2013

En el refugio de los sueños: La verdad

        Hace cincuenta años vivía en una casa con terraza, escalera sin ascensor (bajaba saltando los peldaños con inusitada facilidad), cuarto de baño sin agua caliente –mi madre nos había bañado de niños  calentando pucheros de agua-. Tampoco había calefacción. La única fuente de calor la proporcionaba la cocina “económica” (nunca llegué a desvelar el significado del término).  No había internet –ni se le esperaba-. Vivía con mis padres, mi hermana y mi hermano. Y era feliz, muy feliz.
        Estábamos en el siglo pasado y empezaba a escribir poesía. Estudiaba poco al decir de mis progenitores y de los hermanos maristas. Pero aprobaba…bueno, casi siempre. Comenzaban a gustarme las chicas, aunque aquello duró poco pues enseguida sólo tuve ojos para una. Mi vida de entonces era una continua vacación. No se hacían planes: ¿para qué? Hacíamos fiestas muy raras con sangría en un cubo de plástico.
      Empezaba a aceptar que iba creciendo, que comenzaba a dejar de ser un adolescente, aunque adoleciese de casi todo. Dinero no tenía, ya que las propinas eran escasas.
      Comencé a creer que el amor era una farsa; los granos de mi cara hacían huir a las chicas, y aún no estabas tú para preguntarte.
      Hace cincuenta años yo no tenía móvil, continúo sin él. Pero tampoco había teléfono en casa. Los amigos no lo necesitábamos para quedar, vernos a escondidas y echar los primeros cigarrillos. Ellos, yo nunca fumé. Hace cincuenta años arrancaba la primavera en mi vida.
       Leía a Cela, a Martín Vigil y a Heinrich Boll y su “Opiniones de un payaso”, el primer libro-libro que recuerdo.
       Vivía en una capital de provincia que ha cambiado con los años pero evolucionado poco. Me gustaban los dulces y los bollos de “La madrileña” –la confitería espléndida del barrio-.
       En aquellos años no habíamos ganado un mundial ni ningún campeonato europeo, pero jugábamos al fútbol todos los días en el patio de los maristas. Habíamos perdido, ya, el temor que nos había inspirado durante años “El Lupita” un enfermizo y pobre sujeto con el que nos cruzábamos a la salida del colegio.
      Y aquella tarde de junio de 1962 fue la última que yo estuve sin ti. Aquella tarde jugaba España en Villa del Mar (Chile) un partido del mundial de fútbol. Yo no sabía que España perdería aquel partido y tampoco que tú te llamabas María de los Ángeles.
       Ya sé que desde entonces me he quejado mucho, y que sin duda te costó soportar mis últimos años de adolescencia… y la de mis amigos. Sé que estarás cansada de oírme recordar y quizás refugiarme en  aquella vida, en aquel siglo y en aquel mundo. Sé que ya no te sorprende el que no me gusten los huevos fritos ni la leche, y que te cueste encontrar darme satisfacción en las comidas. Pero también soy capaz de decir la verdad; escribir cursi me produce escalofríos…urticaria. Así que, por favor, escúchame bien: la puta verdad es que nunca he sido más feliz como en estos últimos cincuenta años.    

6 comentarios:

  1. Una muy buena conclusión. Eres feliz
    Nadie es perfecto:-)
    Me ha sorprendido porque debe de ser el único hombre que conozco (bueno virtualmente) que no le gustan los huevos fritos .(Que suerte no se pringa la cocina)
    Por si es tu aniversario de boda como se desprende felicidades al dos.
    Un abrazo

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  2. Lo bueno del pasado es que nunca nos persigue, nos acompaña. Y cuando trae buenos recuerdos ayudan a eso que llamamos felicidad.
    Un abrazo

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  3. Hola Katy: Esta bien eso de la perfección; no se me había ocurrido. Los huevos no es que no me gusten es que los odio.
    Nuestro anivesario será pronto quizás eso me haya motivado aún más. Gracias por tus deseos. Un abrazo.

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  4. Hola Fernando. Tienes razón nos gusta rodearnos de los buenos recuerdos; aunque, como decía Serrat, algunas veces tengan sabor a mentira. No es este el caso. A mí me acompañan como bien dices. Un abrazo.

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  5. Que bonito!!!!
    Lo de los huevos debe de ser genetico.
    Mamá estará encantada... y yo también.
    Beso.

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  6. Hola ojito: gracias por entrar; me gusta mucho que lo hagas. Un besote

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