Doña Carmen, siempre con este distintivo le llamaban en la comunidad de vecinos –más por su fuerte carácter que por su calidad humana-, se había hecho mayor. Ya no era aquella persona que por su postura enérgica parecía dominar a cuanta gente le trataba. Parecía siempre huraña. Eternamente enfadada consigo misma y con los demás.
La edad tampoco le perdonó y la sombra del “alzheimer” sobrevoló su mente. La enfermedad obró en ella una transformación hacia el polo opuesto de lo que hasta ahora había sido, se volvió: dócil, simpática, deseosa de una caricia; llevaba una sonrisa siempre en los labios y su mirada era, ahora, dulce y bondadosa. Vamos de cuento de hadas, si no fuera porque que día a día se le acentuaban sus delirios.
Fue entonces cuando apareció Margarita. Esta mujer, con nombre de flor, era toda energía. Parecía haber tomado prestada la que olvidó Carmen en uno de los últimos recodos de su camino. Margarita era de nacionalidad colombiana y fue contratada por los hijos de Carmen para que estuviera al cuidado de ésta.
Margarita era alegre, muy alegre…y cantarina, muy cantarina. El primer vecino que pudo comprobar estas dos virtudes fue don Matías –éste si se había ganado el título por su caballeresco comportamiento con la comunidad-. La voz de la mujer y su atroz y voraz música atronaban todas las mañanas por el patio interior de las viviendas. La música caribeña repleta de cumbias, mapolés, bullerenques, vallenatos; los ritmos de boleros, tangos, baladas, salsas…junto con el bambuco andino se mezclaban, primero confundiendo y luego ofendiendo, con la música que todas las mañanas intentaba, desde la llegada de la asistenta, escuchar don Matías.
Digamos que el vecino del noveno, don Matías, vivía para la ópera y de su pensión. A partir de las once de la mañana, tras el desayuno, se sentaba junto a su antiguo tocadiscos y escuchaba sus vinilos; discos que cuidaba y conservaba con meridiana pulcritud. Vivía solo en un pequeño pero agradable apartamento, agradable hasta la llegada de Marga –como ya se la conocía- en el vecindario.
Confundir a Purcell o Tschaikowsky con Shakira o Juanes no era verosímil, pero que la música clásica se fundiera y se enredara en los oídos de Matías sí constituía una posibilidad. Decidido a establecer el orden nuestro hombre bajó en batín hasta el tercer piso donde convivían Carmen y Margarita. Hay que decir que a Carmen junto con la llegada del alzheimer había venido también a visitarle la sordera, por lo que las audiciones de Carlos Vives o Andrés Cepeda la tenían al “pairo”
-Espere don Matías –cariño (dijo melosa la colombiana) al abrir la puerta- que con la música tan alta no entiendo bien lo que quiere contarme. Usted dirá, mi amor.
A Matías, que lógicamente no estaba acostumbrado a aquellas efusivas manifestaciones, tornó a volvérsele rojiza la tez de su blanquecino rostro.
-Verá…señorita, es la música que no me deja…
-¡Ah! la música! - le interrumpió la muchacha- ¡A qué es hermosa! Hay que ver la voz que tiene esa niña (en referencia a Shakira) y que grititos da entre frase y frase… ¡Es divina! ¿Verdad?
-No, verá, es que no me deja…
-Pero pase, pase, don Matías –cariño-, no se quede ahí en la puerta que va coger un resfriado. Además a doña Carmen no le importa, le gusta tener gente en casa. Así le pongo al Juanes o ¿prefiere escuchar algún grupo de mi tierra?: Sanalejo o Doctor Krápula son fenomenales; tiene un ritmo de batuca increíble. Pase, pase y escuche…lo voy a subir un poco para que lo oiga bien.
-¡Señoria! Yo quiero…
-Llámeme Marga, mi amor, ¡sí somos vecinos!
-¡Quiero escuchar a Mendelssohn!
-¿Men…qué?
-¡Mendelssohn y su “Sueño de una noche de verano”! –gritó don Matías perdiendo la compostura quizás por primera vez en su vida.
-¡Qué bien! ¡Qué título más divino! Baje aquí el cedé y lo escuchamos junto.
-¡Que baje el qué!
-El cedé…el disco…del chico ese…Mende no se qué.
-Anda sube a mi casa que te voy a hacer escuchar, seguidas, todas las sinfonías de Beethoven y seguiremos con Mozart. Estoy seguro que el “Danubio Azul” de Strauss te va a encantar.
-¡Strauss!, este me suena. ¿Sirve para cocinar, verdad?
-Me temo que eso es el extarlux. No importa, poco a poco te irá entrando la buena música.
Cuando salieron por la puerta, Carmen miró a los ojos de Matías y sonriendo le dijo: “Adiós Pigmalión”.
Que buena. Me ha encantado. Parece que conoces muy el alma del chicas sudamericanas. Tal cual como lo has contado. Me has hecho reír un rato imaginado la cara de Don Matías y lo estarlux jaja.
ResponderEliminarNo se quien convencería a quién pero me lo imagino. Un relato totalmente anclado en la realidad. Genial. Por cierto la foto del membrillo es de postal.
Un abrazo
Ja ja, que bueno lo del starlux. Yo, como Katy, me imagino quien convencería a quien.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Cat. Me halaga contar contigo, pero sí te pediría que el enlace a tu web me lo dieras tú.
ResponderEliminarEs que no entiendo muy bien que tiene que ver mi blog con el turismo. Un abrazo
Hola Katy: la verdad es que este cuentecillo fue saliendo solo; parece que tenía yo, hoy, ganas de divertirme un poco. Los membrillos son de nuestra huerta (es de lo poco que se da bien, claro que luego gastas 5 kg. de azucar, pero sale muy bueno, ja ja)Gracias por tu visita. Un abrazo
ResponderEliminarHola Fernando: no sé porque se me ocurrió lo del starlux. Celebro os haya hecho gracia. Un abrazo
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