Ayer, diecisiete de diciembre del dos mil doce, el Banco Español de Crédito, más conocido por Banesto, después de 110 años de actividad dejó de existir como entidad bancaria (aunque hayan de transcurrir aún unos meses para no ver su marca en las calles de ciudades y pueblos de España).
En abril de 1965 con tan sólo dieciocho años entré a trabajar en Banesto. Estuve, hasta mi jubilación (a los 60), cuarenta y dos años. Mis recuerdos de tantos años no pueden ser más agradables. Creo que es el sentir de muchos de los compañeros de entonces, pues así nos lo hemos trasmitido, que Banesto era para nosotros como nuestra tercera casa: la familiar y el colegio fueron las primeras. No exagero en absoluto. Nadie se planteaba cambiar de empresa. Aquel trabajo era seguro y sobre todo bueno. Lo pasábamos bien trabajando, muy bien diría. Todo, o casi todo, fueron satisfacciones en aquellos años. Quizás pudiera influir la edad; pero la sensación de mis recuerdos es muy positiva. Me gustaría ser capaz de plasmar en estas breves líneas las vivencias de entonces. Los empleados de hoy, cuando se les comenta pues a menudo surge la conversación, no se lo creen.
El año en que entré a trabajar éramos sesenta y dos personas en la oficina. Era la oficina principal de Burgos. Hoy son 9 ó 10 a lo sumo. Sí, ya sé, antes todo se hacía a mano. Vale. No creo, sin embargo, que la atención al cliente pueda ser la misma, y eso que los compañeros que aún están se merecen todos mis respetos.
Por entonces no existía la hora del café. Se almorzaba en la sucursal. Los más nos íbamos junto al archivo y dábamos cuenta de nuestro “bocata”. Puedo jurar que algún compañero, de más edad, se llevaba a la oficina su cazuelita de bacalao, picadillo o callos y se lo adjudicaba al coleto en su propia mesa de trabajo, mientras contabilizaba letras, talones o recibos, en los enormes libros al uso. Era lo normal. Al fondo, y durante 15 minutos, improvisábamos un breve partidillo de fútbol con las chapas de las coca-colas. Y se trabajaba, ya lo creo, pero con una alegría que hoy no llega a comprenderse. A veces, pensándolo, he llegado a la conclusión de que el motivo de aquella alegría era la falta de envidia. Todos sabíamos dónde estábamos y a lo que aspirábamos. Conocíamos, de antemano, que cada seis años ascendíamos, y que cuando hubiéramos llegado a oficial primero (18 años de trabajo), algunos tocados por los dioses llegarían a apoderados, o a interventor, o a sub-director o a director incluso. No era casual que la dirección la tuviese una de las personas más mayores en edad de la plantilla. Yo llegué a apoderado y ahí me quedé. Nadie se ofendió que yo sepa por los ascensos de los compañeros. Entonces llegaron ellos: “los yupis”.
Pero antes que esto sucediera cuántas excursiones propiciadas por el Club Banesto. Media Europa visitaron algunos a precios económicos. Nunca olvidaré las magníficas instalaciones del banco en Madrid, en Cercedilla, en Estepona…a donde acudíamos de vacaciones casi pagadas. Hasta teníamos equipo de fútbol que se medía con otras ciudades españolas. El Club Banesto cada dos años celebraba olimpiadas, al uso de las actuales, pero a nivel de empleados de banca. Tuve el placer de participar en una de ellas. Se reunía en Madrid toda la banca mundial. Numerosos bancos, sobre todo europeos, mandaban sus delegaciones para participar en baloncesto, hokey, fútbol, natación…etc. Una maravilla. Hablo de 1960 a 1975 aproximadamente. Esto resulta impensable hoy en día.
Existía lo que se llamaba : ”Pacto de caballeros”. Los presidentes de los bancos se reunían una vez al mes, en comida de negocios, y planificaban el mes siguiente. Todos los bancos, ¡todos! Se ponían de acuerdo para ofrecer a los clientes los mismos tipos de interés en sus cuentas, así como lo que habían de cobrar por los créditos. El cliente elegía el banco por la atención que le daban los empleados o por cercanía o comodidad. Sabía que en todos los bancos le procurarían las mismas condiciones. Había cuentas corrientes, de ahorro, cuentas a plazo fijo, créditos… y la operativa normal: letras, talones, recibos..etc. ¡Y pare usted de contar!
Y entonces llegaron ellos: “Los yupis”. Con efervescencia en las venas, titulaciones de economista o abogacía, muchas ganas, pocos años, poca cabeza y sobre todo: ¡Ninguna experiencia! E imaginaron un mundo en dónde sólo podía triunfar el más audaz, el que inventara productos de alto rendimiento aunque el riesgo fuera grande. Y así surgieron los planes de pensiones de riesgo, los fondos de inversión, los futuribles, las hipotecas, las preferentes, y sobre todo: ¡La tarjeta de crédito!
¡Este mes tienes que dar 500 tarjetas, es tu objetivo! Quinientas cada empleado. Y se daban, ya lo creo que se daban. Y tienes que dar tantas hipotecas y abrir tantos créditos. Y se daban y de abrían. Los más veteranos ya intuíamos que aquello era una barbaridad, pero de alguna forma nos forzaban a ello con continuas reuniones y prolongaciones de horario laboral (sin remunerar, ninguneando de paso a la Hacienda Pública). Sabíamos, ya entonces –hablo de 1995 más o menos-, que algunos de aquellos créditos no se devolverían y que las tarjetas no se podían distribuir como si fueran cartas de una baraja. Pero así estaban las cosas. Era una huida hacia adelante.
Nos prejubilaron en masa desde finales de los noventa, cuando mejor hubiera sido nuestro rendimiento. Ellos ya olían la crisis. Y hasta aquí hemos llegado. El sr. Botín (bendito apellido para seguir haciendo malos chistes de banqueros), ha terminado por apropiarse de Banesto. Es el fin a 110 años, créanme, de un excelente banco del que nos sentimos orgullosos los que hemos contribuido a su historia.
¿Que casualidad porqué hemos llegado a dónde hemos llegado, en todo?
ResponderEliminarPorque nada de lo que se tenía era valorado como suele ocurrir a lo largo de la historia de la humanidad. No valoramos ni nuestra salud hasta que no nos encontramos de cara con la enfermedad.
Yo aún no había llegado a este país. Pero tu historia es paralela a uno que yo me sé. Entrenador de baloncesto en BH, que luego fue BCH para ser finalmente Santander:-)
Siempre puede ser peor. Yo vengo de una escuela en dónde desde chiquitina me han enseñado a valorar hasta un sacapuntas.
Feliz Navidad
Hola Katy: ¡Qué razón tienes!¡Hasta un sacapuntas! Sí, todos los grandes bancos de entonces han ido quedando en el camino y en manos poco fiables. A las pruebas me remito.
ResponderEliminarTe deseo que pases tú también unos felices días. Un abrazo.