sábado, 10 de noviembre de 2012

En el refugio de los sueños: Lejos, al sur (3ªparte)

      - ¿Prostituirte?
      -Sí, no le basta que me vean desnuda cada noche. Quiere hacer conmigo lo que hace con mi madre –contestó Andrea dirigiendo su mirada hacia la barra, hacia Carmen.
      Javier comprendió. Miraba los ojos negros de Andrea, maquillados en exceso, sin poder apartar la vista de ellos. La chica volvió su rostro, perdido en la barra de la taberna,  para refugiarse en Javier, y se vio reflejada en los ojos grises de aquel  hombre que la miraba con fascinación.
      Andrea se dejó llevar, necesitaba llenar aquel espacio vacío de su alma. Poder contar, abrirse a alguien; y aquel hombre, aquel forastero que la miraba de frente, con atrevimiento pero sin abandono, empezó a parecerle menos extraño, más cercano que la mayoría de los que conocía en aquel lugar y a los que veía casi a diario. Y desnudó su corazón, sintiendo al hacerlo que quizás fuera la posibilidad que esperaba para cambiar su destino. Pero el destino no es algo con lo que se pueda mercadear, y el sino de Andrea no dependía de Javier, tal vez ni de ella misma.
       - Prostituirme, sí. Hace dos años que lo viene intentando; sólo ha conseguido que me desnude, pero es obstinado, tenaz…no duda de que lo conseguirá. Al otro lado está mi madre de la que nunca he recibido ni tan siquiera comprensión. Supongo que piensan que yo soy la llave para sacarles de su estrechez, de la miseria moral en la que viven. Tengo diecisiete años y…
       - ¿Diecisiete? –preguntó incrédulo Javier.
      - Bueno, los cumpliré dentro de pocos meses, en abril… e intuyen que pronto los abandonaré, que no les queda tiempo para hacer conmigo lo que quieren.
       - Abandonar, huir… lo hago cada día –continuó Andrea jugando con la copa que se iba calentando entre sus manos-. Con la llegada de la madrugada me digo a mí misma que esta será la última vez que me desnude. Lo intenté hace unos meses, quizás tú no estuvieses aquí por entonces, seguro que no, y ese mal hombre me abofeteó delante de mi madre, sin importarle que ella estuviera allí. Me dolió más la falta de reacción de ella que la bofetada. Tuve que volver al escenario y hacer lo que no he deseado nunca, por más que pueda parecer lo contrario en mi actuación. Porque ¿sabes?, sólo es eso: una actuación. Te preguntarás el porqué; es muy sencillo,  pienso cada hora en mi madre, en Carmen, a pesar de todo, víctima de ese ser inmundo. Sé que de no hacerlo la maltrataría, estoy segura de ello. Los marineros que vienen hasta aquí, sobre todo en los días que no pueden salir a la mar por temporal, que en invierno suelen ser frecuentes, no son mala gente, creo que más bien todo lo contrario: hasta cierto punto siempre me han respetado; cuando alguno se ha intentado pasar de la raya, por exceso de bebida la mayoría de las veces, he sabido quitármelo de encima, pero dudo  que esto suceda siempre así. Buscan compañía y es lógico que me prefieran a mi madre: me ven moverme por el local, me dejo invitar a alguna copa, como ahora contigo, es lo que hago para que Abel me deje tranquila; escuchan mis canciones y esperan que les muestre mi cuerpo desnudo. Mi madre se ha prostituido desde niña; el destino le trajo hasta aquí y hace treinta años no creo que pudiese evitarlo. Tal vez tampoco lo intentó. El caso es que Abel se convirtió en su chulo a la vez que en  su amante. Luego nací yo, mi madre siempre me ha dicho que él no es mi padre, que ignora quién la preñó. La creo, no me gustaría ser la hija de ese hombre. Esta tarde –continuó hablando Andrea mientras Javier escuchaba sin apartar los ojos de su rostro- estuve en peligro. No sé si el grito que me llegó desde el faro me contuvo. Por mi cabeza rondaba en esos momentos la seria idea de arrojarme al abismo. Subo con frecuencia hasta ese lugar y nunca había sentido esa inquietud, esa angustia. Me acerco hasta allí porque el fuerte viento, que suele correr, me relaja. Pero esta tarde era distinto, sentía una opresión en el pecho y unas ansias de saltar, de sentirme libre…por fin. Y entonces llegó hasta mis oídos aquel…: ¡Eh! No he dejado de escucharlo desde entonces. Salí corriendo porque no sabía con certeza lo que había sucedido, era como un  sueño del que dudaba en despertar. Por una parte creía haber saltado al vacío y que el grito había sido mío al estrellarme contra el suelo, y por otro sentí como un impulso de alguien que me llamaba; volví la cabeza y te vi con un brazo levantado llevando un sombrero. Tu figura, perdona, me pareció ridícula con aquella gabardina muy por debajo de tus rodillas y aquel rostro que denotaba cansancio, al menos eso me pareció al cruzarme contigo. Te preguntarás como pude ser tan observadora en aquellos momentos en los que había estado jugando con mi vida. No lo sé, como tampoco sé porque te estoy contando todo esto.
      Dejó la copa vacía sobre la mesa de madera y se quedó por un momento callada. De sus hermosos ojos pareció descender un hilo líquido que brilló con el roce de la escasa luz que les envolvía. Javier se percató y sacó del bolsillo de su chaqueta un pañuelo con el que Andrea secó su mejilla para apretarlo luego entre sus manos como en una súplica que Javier no supo, en aquel momento, identificar como tal. 
        - Yo podría… -intervino  Javier dudando lo que iba a decir.
       - No, no podrías; nadie puede. Debo ser yo misma, pero no ahora; tengo que esperar. Ahora estoy bien, parece que tu presencia me ha hecho reaccionar, que he comprendido. Lo de esta tarde allí arriba fue una locura, pero fue sólo un momento, por suerte apareciste tú con tu grito salvador. La muerte que se me insinuó sólo es el último eslabón de la vida, de mí vida, y creo que ésta puede aún ser muy larga.
       Javier hizo un movimiento afirmativo con la cabeza mientras vaciaba de nuevo su copa de aguardiente. Intuitivamente levantó el brazo. La noche empezaba a pasarle factura por el alcohol ingerido, pero aquella mujer le mantenía despierto, atento, como si avizorara algún peligro.
           - Míralos no apartan la vista de nosotros; están al acecho como perros de presa. Ese hombre seboso, ignora lo que estamos hablando, sólo está esperando que le complazca y te lleve a mi cama; piensa que quizás sea esta noche cuando empiece a salirse con la suya, a vivir también a mí costa. Qué lejos está de la realidad. Pero no creo que ningún hombre llegue a comprender nunca la angustia que corre por mis venas a diario; siempre pensando, sintiéndome vigilada, perseguida y denigrada, a solas  con su mirada,  día y noche. Y mi madre aunque no la compadezca, a veces me da lástima, atada a ese hombre. Lleva años así, supongo que se ha acostumbrado a la ignominia de vender cada noche su cuerpo a cuantos se lo soliciten, que por suerte o desgracia cada vez son menos.  Debo quedarme aquí por ella y por mí. No sé hasta dónde podría llegar ese hijo de puta. Dentro de unos mese ya no podrá hacerme daño; la ley me protegerá, y supongo que no tendrá más remedio que conformarse con lo que le queda: Carmen. Ella estoy segura que lo entenderá; quizás tarde en comprenderlo, pero a poco que repase su vida terminará por darse cuenta de que tuve razón en abandonarla, de que yo no nunca he querido ser una continuación de su perdida  existencia. Ves por qué te digo que ahora no es momento  de huir; me buscarían. Sólo sé cantar y para él sería fácil dar conmigo. Tengo que esperar. Tampoco tú podrías ayudarme ahora, aunque lo intentásemos. Además te acusarían de secuestro, no olvides que soy menor de edad. Me inspiras confianza, ya que al menos no has obrado como la mayoría de los hombres que se acercan a mí; pero no te conozco. Aún eres un extraño.
       - ¿Qué te hizo quedarte aquí, en este lugar? –preguntó Andrea cambiando de conversación.
      - Lo mío es mucho más simple, más trivial si quieres. Estoy aquí por trabajo. Suministro la mercancía de mi empresa, útiles marineros, ya sabes: redes, aparejos, nasas… Se venden bien, da para vivir, no con excesivas comodidades pero sin demasiados agobios;  recorro la costa a lo largo del año y cubro las necesidades de la gente. Pero es curioso,  a éste lugar no había arribado  nunca – ya ves hasta se me han ido pegando los términos marineros- y quizás sea esta población la que ha logrado atraparme. Supongo que tú algo has tenido que ver, aunque mejor sería decir que ha sido lo único que ha conseguido retenerme. Sería hasta creíble suponer que tu voz me estaba llamando o esperando. La primera vez que la escuché me entusiasmó su calidez, por más que algunas de las canciones fueran procaces y de  dudoso gusto. Creo que me fui aficionando a escucharlas y a verte. A las pocas noches, había coincidido una racha de temporal en las que la taberna estaba llena de marineros, tras escuchar tu voz comencé a sentir un tremendo dolor de cabeza y mis sienes parecían ir a estallar, el motivo no fue otro que el verte mover alrededor del micrófono con la impudicia grabada en tu cuerpo. Hasta entonces te había sentido mía y ahora veía que en realidad te había estado compartiendo con aquellas miradas que, al igual que yo, no dejaban de mirar tu cuerpo desnudo. No sé muy bien si ese sentimiento puede llegar a llamarse amor. También sé que mi edad no te corresponde…  
         Andrea sonrió.
         - Pero volviendo a mi trabajo, llevo ya varios años en esta actividad, siempre me he dedicado a la venta, yendo de un lugar a otro. A veces pienso que viajo hacia ninguna parte, pues  acabo regresando a los mismos lugares, como si se cerrase un círculo. Como ves nada que ver con lo tuyo, y desde luego bastante más tedioso, aunque nadie, salvo la necesidad diaria de vivir, me obligue a ello.
        Andrea contemplaba Javier, regalándole su mirada. Era lo único que podía darle por ahora...
       Continuaron hablando hasta el amanecer; contaron también con largos silencios sin separar sus miradas. Las copas iban cayendo una tras otra. Abel y Carmen continuaban intercambiando miradas llenas de abulia y rencor.
        Las primeras luces del día empezaban a transitar por la taberna, deshaciendo las sombras que se habían apoderado de las mesas y las banquetas durante la larga y tediosa noche; con aquellas luces entraron los marineros fatigados por una noche de trabajo e insomnio; marineros que deseaban saciar su sed y gozar de compañía. Carmen, la puta del puerto, dejó la barra y empezó a recibir con sus orondos y mórbidos brazos abiertos a cuantos quisieran sentir su calor y su aliento a aguardiente rancio. Abel, desde detrás de la barra, hizo un significativo movimiento de cabeza dirigido a Andrea. La mirada aviesa del hombre  enmarcaba un rostro ceniciento y agrio; sentía que aquella noche tampoco había podido forzar la voluntad de aquella mujer.  Andrea se dirigió, obediente, al estrado, no sin antes rozar, al levantarse, sin que nadie se percatase de ello, la mano del hombre que había dejado de ser un extraño para ella.

        El tres de abril, a las diez en punto de la mañana, un vehículo de color verde oscuro y marca difícil de adivinar paró frente a la puerta de la taberna. Una mujer y una maleta como único equipaje lo esperaban en la acera. Javier abrió la puerta. Andrea entró. Se besaron tímidamente en los labios. No hablaron hasta haber dejado a sus espaldas aquellos montes y valles que los habían separado más de un año. El viento frío y seco de la meseta los recibió, fue entonces cuando la mujer se atrevió a preguntar: 
       - ¿Adónde vamos?
       - Lejos: al sur.

4 comentarios:

  1. Que romántico. Al Sur a dónde me gusta ir a mi también. Me alegro que acabara así esta historia. Amor del bueno. No calculé la edad de la chica y esto inducía error de que podría ser manipuladora.
    Maltrato a toda costa, se supone que en el aquel entonces no había protección de menores y ella al fin y al cabo quería a Carmen.
    Enhorabuena y espero disfrutes del finde rodeado de toda la familia en torno a la abuela.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. La verdad es que siempre me acabas despistando con los finales. Desde luego que este no me lo esperaba, pero ha sido magnífico. Genial¡¡¡

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  3. Hola Katy: gracias por tus deseos. La historia quizás hoy en día no podría darse, pero hace bien poco la vida era así. Me alegro te haya gustado la historia. Un abrazo

    ResponderEliminar
  4. Hola Fernando: me alegra poder seguir contando contigo. Y de engañarte, nada, que tú sabes mucho de esto. Un abrazo

    ResponderEliminar