(continuación del post del 29 de mayo)
- Hola Raquel.
-¿Raquel?
-En mis sueños te
llamas Raquel; llevas llamándote así varios años –le dije con la naturalidad
que dan los sueños.
Sonrió –lo cual
era un buen comienzo- y se llevó la copa, que acababan de servirle, a los
labios carnosos y rojos por el carmín. Me miró; debió hacerlo con insistencia –recuerdo
ahora desde la distancia que otorga el tiempo- pues no pude mantener aquella mirada franca, limpia
y trasparente todo el tiempo que hubiera deseado. Notó, sin duda, mi turbación ya que sonrió de nuevo tras el
vidrio del vaso triangular.
Los inicios en
una relación siempre son difíciles. El miedo a equivocarte te hace perder –al
menos a mí me sucede- la serenidad, la confianza, y eso que en mi caso llevaba
muchos años viviendo con aquella mujer, aunque fuera en sueños, y con la rutina
que formaba parte de mi vida, y lo que
era más complicado: de la vida de ella. Fuera como fuese el caso es que estaba aceptando el juego y se movía en aguas
tranquilas como si de la postura de
Raquel –siempre le llamé así- no
se desprendiera que fuese ajena a aquella vivencia.
Estuvimos
amándonos ocho años, dos meses y cinco días. Dicen que el amor es eterno
mientras dura: al sexto día, tras aquel período, desapareció de mi vida y yo de la de ella. El
sueño se había hecho trizas de la forma más inesperada. Tal como vino a mi
realidad se fue. No hubo palabras ni para difamarnos con un reproche. El amor
se acabó de repente sin que nada ni nadie mediara en su improvisación. No
volvimos a vernos. Nunca la busqué y nunca intentó acercarse a mí. Apenas tuve
noticias de ella, pero sí me enteré, por una de sus amigas, que había tenido
poco después de nuestra separación un accidente de coche. Tras aquello el
silencio más absoluto. Y pasaron más de veinte años.
No he vuelto a
conocer a ninguna mujer tan excepcional como Raquel; quizás no la haya buscado.
El amor dejo de interesarme. Los años vividos con ella son realmente los que
tengo, los únicos que han dejado huella en mi persona. Ni la inocente niñez, ni
la obscena juventud que todos aceptamos con naturalidad como si fuera un
período en el que se nos permite todo; ni mi entrada, ya, en la repentina
madurez, han significado en mi vida lo que aquellos años de locura, de amor, de
estado de embriaguez total, de abandono hacia todo lo que no se relacionase con
ella, con nosotros. Y pasaron veinte
años sin ella, sin verla, sin acariciarla…sin olvidarla.
Apuraba mi
segunda cerveza cuando en mí se reanudó el rún-rún de “Quédate conmigo”, su
insistencia de la que era inútil intentar huir; y con él,
la gente, sus conversaciones de barra, el ruido del tráfico incesante por
la Gran Vía cada vez que se abría la puerta de la cafetería… y fue en ese
momento cuando regresó a mi mente la imagen de la mujer inválida, el retrato borroso de su cara, el simulacro de
sus vacíos ojos oscuros, y creí recordar, sólo entonces, que aquel rostro
avejentado por la enfermedad, por el odio que debía habitar en su corazón, aceptable
por su trágico destino, ya no le pertenecía a ella y ni tan siquiera a mí que
le había contemplado en mis ensoñaciones y en aquellos ocho años, dos meses y cinco
días.
Se me había pasado la primera parte. Es curioso como consigues que visualice perfectamente lo que escribes, incluso la cafetería California. Otra bella historia de amor que paso de lo imposibe a lo posible y de o posible a lo imposible. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Fernando. La verdad es que me resulta difícil escribir sobre algo que no tenga relación con el amor; supongo que será porque conforma gran parte de nuestras vidas. Me alegra que quién me lee identifique los lugares, pues es uno de mis propósitos. Encantado de seguir conversando contigo. Un abrazo
ResponderEliminarDesde la sala de Internet me he asomado a tu blog para leer la continuación de los lugares comunes. Una truncada historia de amor y un desenlace dramático. Me imagino que después de todo esto el protagonista se quedaría hecho papilla.
ResponderEliminarO quizás le engañara su imaginación y los recuerdos por su lejanía creyendo reconocer el antiguo objeto de su amor. Las historia tristes me conmueven.
Un abrazo
Hola Katy: gracias por tu interés hacia mis pequeños relatos; me consta que habrás tenido que pelear para acceder a estas salas de internet, en especial a las de los hoteles. Ya le comentaba a Fernando que suelo escribir sobre el amor porque forma parte de nuestras vidas cotidianas. Al protagonista esta vez se le iba un poco la olla. Gracias y que te diviertas. Un abrazo
ResponderEliminar