(Continuación del post del 14 de junio de 2012)
Alejandro era
un buen amigo y compañero de trabajo. Fotógrafo también, compartía conmigo
muchas de sus inquietudes. Algo mayor que yo, cerca de los treinta debía de
tener, me trataba como a su hermana pequeña, sin saber que aquella hermana iba
a cambiar su vida.
Trabajábamos en
una agencia de publicidad. Nunca llegaré a comprender por qué cuando llegó la
crisis y en la agencia establecieron un ERE, a mí que era la última en llegar,
la más joven y con menos experiencia, me mantuvieron en plantilla, mientras
echaban a otros compañeros. Alejandro, curtido en mil batallas, fue uno de
ellos. Me abracé a él en su despedida. Me aseguró que seguiríamos viéndonos,
que estaríamos en contacto. Lo nuestro era sólo amistad, pero bien cimentada.
La verdad es que pasaron unos meses sin saber nada de él. Yo seguía trabajando para la agencia. A
menudo los temas eran tediosos, pues rara vez nos dejaban dar rienda suelta a
nuestra imaginación. Yo bien creía que la publicidad consistía en ser creativo,
pero al parecer eso quedaba para unos pocos; los que estábamos empezando nos
debíamos a lo que nos mandase. En fin: aburrido y lastimero, pero había que
vivir.
Alejandro me
llamó cercanos los días de navidad. Estaba montando una exposición con sus
últimos trabajos fotográficos y quería que asistiese a la inauguración. La sala
no se correspondía con el nivel artístico de aquellas magníficas fotografías en
blanco y negro: retratos de ancianos que mostraban en las arrugas de sus
rostros toda la experiencia acumulada a lo largo de muchos años, manos nervosas
en primer plano, ojos hundidos algunos de tristeza y otros aún de expectativas
de vida. Rostros y rostros la mayoría deshumanizados, pero en los que
parecían adivinarse inquietudes. Era magnífica
la exposición de Alejandro, pero como me dijo el mismo, difícil de vender en
estos momentos. Le animé haciéndole ver que quizás alguna persona del “mundo”
pudiera pasarse por allí. Eso es más complicado todavía: “En este lugar y sin
apenas publicidad; pero hay que seguir, no hay más remedio” –contestó-. Por
supuesto – repuse-, sabiendo que ni yo misma presagiaba mejor acogida que la
que tenía en el momento de la inauguración, en la que estábamos rodeados de
amigos.
Al finalizar la
exposición estuvimos tomando unas “cañas” con amigos por la zona de Lavapiés.
Había alegría sana entre nosotros, no exenta de cierta melancolía. La mayoría
de ellos estaban en el paro. Su único
oficio era el arte: actores, actrices…, Lucas pintaba, Elena diseñaba
interiores, Rubén había terminado el año anterior la carrera de derecho, pero
lo suyo era la música… Yo era de los pocos seres afortunados con un trabajo
fijo, pero de alguna manera no podía por menos que envidiar a aquel grupo:
ellos, al menos, seguían luchando por sus ilusiones, yo simplemente me dejaba
llevar por la corriente del río de la normalidad.
Poco a poco el
grupo se fue disgregando: “Cada mochuelo a su olivo”–dijo alguien-.
Alejandro se
avino a acompañarme hasta mi casa. Vivía de alquiler con unas amigas, en un
piso pequeño, por la zona de La Latina. Íbamos del brazo charlando de los tiempos en la agencia. Me
dijo que seguía viviendo del paro y de algún trabajo ocasional, que odiaba
hacer reportajes convencionales de bodas y primeras comuniones y que además
apenas si le salían. La gente, con sus cámaras digitales, nos está arrinconando
–me decía-. Es como la música o la literatura, hay que reinventarse cada día
para poder sobrevivir. Por eso paso de los convencionalismos y aspiro a realizar
una obra como yo entiendo la fotografía. No pude por menos que darle la razón.
Sí –continuó-, sé que el futuro está ahí esperándome, pero mientras tanto,
mientras llego a él, me desespero. A
veces pienso que lo toco con la punta de los dedos, pero nunca logro
alcanzarlo. Todo llegará –traté de calmarlo-. Por cierto no me has dicho dónde
vives; ¿sigues en aquel antro? Sí,
claro. La zona la han mejorado pero el piso es un antro, además ahora estoy
sólo. Enrique, ya sabes el otro inquilino, tuvo que volver a casa de sus
padres. Otro náufrago de los maravillosos tiempos que corren. Estoy pensando en
buscar un alquiler compartido. A mis treinta sería duro volver con los
“viejos”, … no quiero que piensen que me va peor de lo que en realidad estoy.
Mientas
Alejandro hablaba se me vino a la cabeza mi ático de Gran Vía, del cual apenas
si me acordaba. Y sin pensarlo dos veces le dije:
- Pues yo tengo
un ático en Gran Vía.
(continuará)
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Se ve que conoces bien el mundillo de los bohemios, que ahora se ve acrecentada por la crisis. Jóvenes y no tan jóvenes viviendo de "lo que sale" Esto de los náufragos se esta acrecentado día a día. Y "volver con los viejos", mas de uno para desgracia de los viejos:-(.
ResponderEliminarIntuyo una historia de amor ...
Seguiremos pendiente.
Un abrazo y feliz semana
Hola Katy: conozco algo de ese mundo gracias a mi hija, y no creas no me disgusta ya que conoces a gente interesante (no toda clarO, también hay mucho intruso). La historia acabará siendo de amor pues así es la vida, Gracias por tu fidelidad. Un abrazo
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