lunes, 23 de enero de 2012

En el refugio de los sueños: Soledad (2ª parte)

De tarde en tarde aquella muchacha, que se había convertido en una mujer más atractiva que guapa, acompañaba a su madre a la oficina. Las visitas solían coincidir con la época de navidad o verano, por lo que Javier suponía que Soledad seguía estudiando en otra ciudad. En la temporada veraniega y en contadas ocasiones se cruzaban por las calles de su ciudad. Soledad siempre iba acompañando a su madre a la que los años comenzaban a ocasionarle un ligero pero detectable deterioro físico. Javier y Soledad continuaban mirándose como cuando eran adolescentes, insinuándose con los ojos pero atrapados por una vetusta condición victoriana, que para nada se correspondía con la época que les había tocado vivir.
Es curioso como tarda, en ocasiones, de pasar el día a día; hay jornadas que parecen no ir a terminar nunca, y sin embargo cuando vuelves la vista atrás te das cuenta que los años han ido pasando sin apenas darte cuenta de ello. Javier continuó en el banco y a medio camino entre los cuarenta y cincuenta años había cumplido sus expectativas profesionales pero en el terreno personal continuaba enamorado platónicamente de Soledad. La veía ahora paseando a doña Remedios que postrada en silla de ruedas le sonreía sin conocerle ya. Pero en esta vida siempre hay una nueva oportunidad que suple a aquellas que dejamos pasar.
Aquella mañana soleada de otoño, la oficina estaba profusamente iluminada con la luz natural que entraba por los amplios ventanales. Javier enfrascado en unos documentos que tenía sobre la mesa de su despacho sintió un brillo fugaz a la altura de sus ojos, mientras un cosquilleo le rozaba la sien. Alzó la vista y vio una pistola junto a su cara: estaban atracando el banco. Lo que recordaría después cuando tuvo que declarar a la policía fue el silencio que se hizo en las dependencias bancarias. El tiempo se detuvo aquellos escasos minutos en que los delincuentes se hacían con su botín. La policía tras escuchar su declaración le mandó pasar a una sala anexa para que firmase cuanto había contado y fue allí, en esa habitación, donde se encontró con los negros ojos de Soledad. Se acabaron las excusas, estaban solos, por primera vez en sus vidas estaban solos.
Tras firmar la declaración, Javier, conoció más de la vida de Soledad en cinco minutos que en los veinte años anteriores. Y el amor, si es que alguna vez se hubiera ido, regresó.
Comenzaron a verse, a salir juntos, pero siempre eran tres. Soledad no quería separarse de su madre ni un instante, salvo las horas que por su trabajo la dejaba al cuidado de una enfermera que la asistía en casa.
-Lo siento, Javier, es todo cuanto te puedo dar. Mientras mi madre se encuentre en este estado me debo a ella. ¿Puedes comprenderlo?
-Claro que puedo y te apoyo, pero para mí no es obstáculo, podemos vivir juntos sin que tú tengas que abandonar a tu madre.
-Te quiero tanto que no puedo permitir que tu vida se convierta en un continuo desasosiego. Es demasiado sacrificio para ti. Javier, estás acostumbrado a vivir solo desde hace mucho tiempo. Estoy segura de que nuestra relación se iría deteriorando poco a poco hasta que dejaras de quererme. El Alzhéimer es así, va socavando la resistencia de las personas, tanto de quien lo padece como de quien lo sufre. Créeme, lo mejor que podemos hacer es dejar transcurrir al tiempo, será él quien ponga las cosas en su sitio. Vuelve a tu vida, por mucho que me hayas dicho que es pura abulia, siempre será mejor que la que te espera de momento conmigo. Yo seguiré también con mis rutinas, sabes que mi trabajo me lleva mucho tiempo, y en casa mientras cuido de mi madre sigo estudiando, parece que esto de las oposiciones no tiene fin.
- ¿Por qué no te conformas con el trabajo que ahora tienes en lugar de matarte con la razón para aprobar esas dichosas oposiciones que tanto tiempo nos quitan de estar juntos? –preguntó un molesto Javier ante la actitud de Soledad.
- ¿Acaso renunciaste tú a tus tentativas de ir ascendiendo en tu profesión? –contestó Soledad ligeramente contrariada.
- Lo decía por estar más tiempo a tu lado.
- No, lo decías por egoísmo. No creas que no te entiendo –dijo Soledad intentando suavizar la conversación-, pero sé que es mejor para los dos que cada uno haga su vida. Juntos no haríamos más que complicárnosla. Esto no es vivir, hazme caso Javier. Al final nos haríamos daño. No me pidas, por favor, todo o nada; entonces sí que pensaría que eres un egoísta.
- ¿Qué me pides, entonces que haga?
- Sólo te pido tiempo. El problema es que no sé cuánto.
Volvieron a pasar los días, eternos, inacabables, pertinaces…, pero del mismo modo cuando Javier y Soledad echaron la vista atrás se dieron cuenta que se habían perdido poco a poco, como si a la llama del hogar le hubiera ido faltando los troncos que necesitaba para avivar aquel fuego que se fue apagando. Cada vez se vieron con menos frecuencia, hasta desaparecer casi por completo aquella relación, si es que podía llamarse de esta manera. El amor parecía haber huido de sus vidas.
Hasta por tres veces a lo largo de aquellos años que siguieron fue asaltado el banco donde trabajaba Javier, sin que por fortuna hubiese que lamentar ningún tipo de daño salvo el monetario. El tercero lo vivió en primera persona, afortunadamente los atracadores eran de guante blanco. Todo ocurrió en cuestión de minutos. Una pareja extranjera, bien vestida y con documentación para el banco en regla, estaba en su despacho cambiando unos cheques en dólares a pesetas. Acababa Javier de comprobar y fotocopiar los pasaportes y cheques como era preceptivo cuando interrumpió la policía nacional y procedió al arresto inmediato de la pareja. El sobresalto para Javier fue enorme; el resto de compañeros se enterarían después cuando vieron salir del despacho a los dos atracadores esposados. Al parecer la documentación era falsa y los cheques, robados; venían siguiéndoles de otros bancos de la ciudad donde habían hecho lucrativos y falsos cambios. Meses después Javier fue citado en el juzgado: debía comparecer como testigo de aquel frustrado robo del que apenas tenía ya casi recuerdos. Según le indicaban en la carta debía testificar reconociendo a los atracadores.
La cita era para el martes siguiente a las doce del mediodía en el Juzgado de Primera Instancia. Javier se personó unos minutos antes y al llegar a la puerta se encontró con una notificación clavada con chinchetas que decía escuetamente: “Las vistas previstas para hoy martes han quedado aplazadas hasta nuevo aviso por el fallecimiento en el día de ayer de la señora Juez Doña Soledad Rodríguez Alonso. Se les avisará oportunamente la nueva fecha de comparecencia”.

La soledad más absoluta se incrustó en el alma de Javier.

4 comentarios:

  1. Uf¡¡¡¡ que giros inesperados ha dado la historia. Confieso que no se acerca ni de lejos al final que pensaba. Un abrazo

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  2. Hola Fernando: a veces las historias, cuando tienen cierta base de realidad, resultan más inesperadas que lo que pensamos, y ésta se acerca a esa realidad que me tocó vivir, aunque tenga toques de imaginación. Un abrazo.

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  3. Pues a mi me ha pasado lo mismo que a Fernando, pese a ser todo muy conocido y cercano, me esperaba otro final (por puro romanticismo) Pero he conocido algún caso parecido con atraco incluído. Tal ves por eso sea tan real.
    A veces la vida puede llegar a ser muy cruel.
    Un abrazo

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  4. Hola Katy: ya le comentaba a Fernando que algo de real tiene, aunque Javier y otros detalles sean ficticios. Como bien dices a veces la realidad es muy cruel. Un abrazo

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