miércoles, 15 de diciembre de 2010

En el refugio de los sueños: Cheyenne.2

Como no tengo dedos en mis manitas no sé contar. Les oigo decir que llevan diez años juntos. Diez años desde que vi por primera vez a aquella larguirucha que tan mal me cayó al principio, pues venía a romper, o eso creía yo, mi feliz monotonía, y que tanto cariño, sin embargo, me ha demostrado durante todos estos… ¿años, dije que se decía?

Desde entonces supe que tendría dos dueños pero no me importa, y sé también que él ahora me hace mucho menos caso que antes; supongo que no puede dividirse. Tampoco me importa pues cuando le necesito siempre está ahí. Me riñe menos que antes, ya apenas se muerde los nudillos amenazándome. Se debe de estar haciendo mayor. También ella. Lo noto porque cada vez hablan más bajito, apenas si les oigo. Además pienso que se están borrando poco a poco, debe de ser una cualidad de los humanos: irse volviendo borrosos.

Ahora apenas bajo de mi atalaya, y es que han debido de cambiar este sillón pues veo el suelo como si estuviera cada vez más bajo de mi cojín. En las pocas ocasiones que desciendo me hago daño en las manos y en las patas, no parece sino que hubieran llenado de cristalitos el suelo. ¿No puede ser? –me pregunto-, y no lo entiendo; claro que como soy una perra no puedo entenderlo todo.

A veces me voy con ellos a pasear. Ahora caminan más despacio que antes y se sientan en un banco del paseo. Procuro no alejarme mucho de su lado no vaya a ser que estén muy cansados y decidan subir enseguida a casa. Cuando regresamos voy acompasando mi paso al de ellos para no fatigarles demasiado y que no se den cuenta de que se están haciendo mayores. Echaría a correr, como hacía antes, pero debo de ser respetuosa y no hacer alardes, no vayan a ofenderse.

Por lo demás todo sigue igual, bueno casi. Como menos, pero es por guardar la línea, y paso mucho más tiempo tumbada en el cojín de mi sofá para no molestarles. A veces bajo, a sabiendas del dolor que sentiré con los cristalitos, y me voy junto a ellos donde suelen sentarse. Me hacen un hueco y nos ponemos a ver la pantalla luminosa. Como no entiendo nada de lo que dicen y además las figuras que salen también están borrosas me quedo dormida. Ellos también se duermen en ocasiones, que a veces me han despertado los ronquidos de él. Ella, la larguirucha, duerme encogida y con los pies siempre descalzos; me gusta aproximarme a ellos y darles calor con mi mata de pelo. Sé que me lo agradece por la dulce sonrisa que muestra su boca.

5 comentarios:

  1. Felices Fiestas para ti y tu familia
    Tengo el ordenador estropeado y me he pasado a casa de una amiga para poder darte las gracias por tu felicitación en mi blog. Pasadas las fiestas me pondré al día.
    Un abrazo
    P.D precioso perrillo:)

    ResponderEliminar
  2. Hola Rafa:

    Genial relato. Gonzalo se acuerda todavía del día que le dejo el coche lleno de pelo ja ja. Ayer vi a tu hija un momento. Tan guapa como siempre.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  3. ¡Gracias, papi! Es muy bonito. Ha todos nos cuesta hacernos mayores.
    Te quiero mucho.

    ResponderEliminar
  4. Hola Katy:
    Felices días para ti y tus familiares. Estos días ando de aquí para allá también yo. Tiempo habrá de ponerse al día.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  5. Hola Fernando:
    Gracias por tus ánimos. Te deseo que pases unos días felices. Estaremos en Madrid estos días pues los chicos no pueden venir.
    Un abrazo

    ResponderEliminar