El corredor ha mirado por la ventana. Llueve. Le gusta salir a correr los días de lluvia. Dice que respira mejor. Se enfunda un chándal para agua y se protege la cabeza con una leve capucha por la que el líquido irá discurriendo hasta empaparle la frente, las cejas y al final todo el rostro. Es en ese momento cuando más disfruta: cuando la lluvia le alivia del sofoco de la cara.
Es aún otoño, pero parece haberse aposentado ya el invierno. La lluvia de esta mañana se ha ido transformando en diminutos copos de nieve. Aún es mejor así. Al corredor se le une la belleza.
Corre sobre la fina hierba del parque que parece querer abrigarse con las hojas que caen de los árboles. El suelo está cubierto por ellas y, así, el ruido que hacen las zapatillas queda amortiguado, se escucha levemente, como un susurro. Los altos chopos parecen querer alargar los brazos hasta lo más altos y el viento golpea las ramas uniéndose a la melodía de la naturaleza.
El corredor se va cruzando en su camino con otros que al igual que él salieron a respirar aire puro. Se conocen casi todos. Las rutinas crean obstinados. Se saludan con un leve movimiento de las manos, pero sus ojos continúan mirando al frente, para no despistarse de su ruta. Ve sus cabezas encapuchadas pero les va reconociendo. Los rostros se le antojan enrojecidos -el frío se dice-, y supone que el suyo tendrá la misma o parecida coloración. Esto le hace pensar.
El corredor piensa que en realidad el no se ha visto nunca, que no se conoce con certeza. Cree conocer su carácter, su forma de pensar, de cómo siente la vida; conoce su trato con los demás…y también conoce el rostro de los otros, de todos los otros, porque los ve tal y como son. Pero se sorprende al pensar que su rostro no es tal y como él le ve. Piensa y sonríe. En realidad nadie sabe con certeza como es cada uno. Conocemos y sabemos como son los demás, pero no nosotros mismos. ¡Nos vemos invertidos! –hubiera exclamado en voz alta si no temiera despertar a los pájaros o si el esfuerzo se lo permitiese-. ¡Sí, invertidos! Sólo nos vemos contra un espejo o contra algo que devuelve nuestra imagen. Quedémonos en el espejo, lo más frecuente. Reconoces esa peca que ves en el pómulo izquierdo de tu cara, pues en realidad está en el derecho. Esa oreja que se separa más del óvalo. ¡No, no es la derecha, es la izquierda! Ves ese diente pequeño, ese el colmillo, que empieza a cambiar de color pues debes de tener un principio de carie y que está junto al incisivo, pues el odontólogo te curará el otro, el del otro lado. Ese ojo enrojecido desde hace unos días en el que se te metió algo extraño y que aún no ha curado del todo, pues no es sobre el que te echas cada mañana y cada noche el colirio, es el otro, el que creías tener sano. Te peinas todos los días con la raya al otro lado, ¿no me digas que no lo sabías? Y qué me dices del corazón, nuestro músculo más selectivo y único; desde que ibas al colegio te dijeron que estaba casi en el centro del pecho pero ligeramente desviado hacia la parte izquierda. Mentían. El tuyo está en la derecha, compruébalo llevándote la mano sobre él en el espejo. La solución es simple, opina el corredor: se pone otro espejo enfrentado al primero y así tu imagen será la real. Sí, claro –piensa-, ¿pero eso lo ha hecho alguien alguna vez?
El corredor llega a su casa fatigado, muy fatigado. El portero le mira sonriendo mientras comenta: ¿cansado, eh? Si –contesta el corredor-, Fuentes Blancas cada vez está más lejos, al menos cada día tardo más en ir y volver. Quizás sean los años. El portero sigue sonriendo. El corredor le dice: Miguel, siempre te veo igual. Y el corredor también sonríe.
No se por qué pero el corredor me d la sensación de que eres tú, o al menos, al leer la imagen que me ha venido a la cabeza es la tuya.
ResponderEliminarComo apuntas, nadie sabe con certeza como es cada uno.
Un abrazo
Hola Fernando:
ResponderEliminarSí, pero ya corro poco, el traumatólogo me lo prohibió, tengo un principio de artrosis en una cadera. Pero a veces, sobre todo si nieva, me salto la prohibición.
Como dices no nos conocemos del todo, ni por dentro ni por fuera.
Un abrazo
Hola, se parece a mi historia, yo tambien he sido corredora empedernida. hace un par de años me lo han prohibido por las lumbares. Ahora solo corro 10 minutos en tatami, porque no me resigno:)
ResponderEliminarSabía que hablabas de ti mismo porque en algún sitio recuerdo que lo comentaste. Pero a diferencia tuya detesto correr con lluvia y nieve.
Si que nos conocemos al menos por fuera, se nota que sabes poco de espejos femeninos:) jeje
Por cierto preciosa foto Rafa
Un abrazo.
Estaré fuera unos días. Cuando vuelva te saludo
Hola Katy:
ResponderEliminarYo,aunque no he estado fuera, he tenido de regreso a hijos, novios y amigos, así que me he olvidado un poco de esto.
Sé poco de espejos femeninos, pero creo que los pobres tienen bastante paciencia con vosotras, jeje.
Un abrazo