sábado, 13 de noviembre de 2010

En el refugio de los sueños: El magnetófono.

El “Sanyo Graphic Equalizer” hacía girar la cinta magnetofónica. Los últimos compases de la ópera Dido y Eneas iban reflejando el engaño de los dioses al cantar la historia del amor sensual de los protagonistas mientras tejían la trampa, cuidadosamente preparada, hacia la mentira, hacia la victoria del mal. La danza de Cupido al final del tercer acto llegaba a su terminación. El caset emitió un “clak” y dejó de producir ruido alguno.

Los hijos de Carlos habían dejado por imposible a su padre, ante la negativa de éste de utilizar cedes digitales y equipos de música actuales. Desde siempre Carlos compró sus vinilos y, la primera vez que les escuchaba, los grababa directamente en una cinta de caset. Decía que de esta forma conservaba los discos en buen estado.

Carlos, sentado en el sofá de cuero marrón, había mantenido los ojos cerrados, concentrado, durante la emisión de la ópera que escuchaba con cierta frecuencia. Bajo los párpados, ahora entornados, se deslizaron, sobre sus mejillas, dos finas lágrimas. Rosa había muerto. Su esposa había fallecido quince días antes, después de casi treinta años de convivencia.

Le sobresaltó el sonido del teléfono. Abrió los ojos y tomó el auricular con la mano izquierda, mientras que con la derecha levantaba el pequeño magnetófono rojo y negro que sostenía sobre sus piernas y lo posó sobre la blanca piedra de mármol de la mesita del salón. Era Paula, su cuñada. Le invitaba a salir aquella tarde de primavera. A tomar algo y dar un paseo –le dijo-. Gracias, Paula –respondió Carlos- no estoy de humor, quizás dentro de algunos días. Gracias por tu interés –añadió y colgó el aparato-. El silencio se hizo en el pequeño y solitario salón. Carlos cerró de nuevo los ojos y se quedó colgado de sus pensamientos.

No recordaría, después, el tiempo que transcurrió desde que dejó de escuchar la voz de Paula, a través del teléfono, y el levantarse hasta el cajón donde guardaba, minuciosamente ordenadas, las cintas de caset. Tomó la primera de la hilera, detrás del hueco que habían dejado los amantes ingleses. La miró con curiosidad y extrañeza; no parecía una de sus cintas pues nada tenía escrito en las bandas de papel que se pegaban en su exterior. Le movió la curiosidad y se acercó de nuevo a aquel sillón, ajado por el buen uso, en el que solía sentarse para leer, escuchar música o simplemente ver la televisión mientras Rosa tejía aquellas bufandas interminables o le acompañaba en tantas horas de lectura, durante las cuales nada se decían, pero en las que con relativa frecuencia cruzaban sus miradas, al levantar la vista al unísono y el uno hacia el otro; mera casualidad, quizás, pero sin duda la coincidencia se producida demasiado a menudo como si algo en el interior de ambos delatase su amor de tantos años.

Carlos introdujo la cinta, se colocó los cascos y apretó la tecla del triángulo tumbado, como él llamaba al símbolo del “play” ante la incredulidad de sus dos hijos. El magnetófono emitió un sonido de arranque, luego un ruido metálico parecido a un chisporroteo eléctrico seguido de un gran silencio. Carlos dirigió su dedo índice hacia el botón del cuadrito, el stop, pero antes de que lo pulsara el sonido del caset cambió de tonalidad, se hizo un vacío y Carlos pudo escuchar: “Carlos, cariño, soy yo, Rosa”… Carlos apretó, sobresaltado, el stop.

El corazón de Carlos comenzó a galopar, las manos le temblaban y la respiración agitaba su pecho. Un sudor frío acudió a sus sienes y se quedó mirando la pared, hacia donde el haz de luz de la pequeña lámpara de la mesilla no alcanzaba en su luminosidad. Miró con fijeza y recelo el caset y acercó de nuevo su dedo índice, aún sin calmar, hacia la tecla de puesta en marcha…”no te asustes, mi amor, nada me dañaría más… perdona ya sé que nada puede ya hacerme daño; es una forma de hablar. Nada me dañaría más que hacerte sufrir. Tomé la decisión de grabar esta cinta hace meses, cuando sólo yo intuía que mi enfermedad no la iba a poder superar. Saqué fuerzas de donde no las tenía para decidirme a dar este paso. Te preguntarás el porqué de mi acción. Para mí era sencillo: no quería decirte en aquellos momentos, para que no te inquietaras, lo que en esta cinta sí me atrevo a comentarte. Antes que nada te diré que tras grabarla la coloqué en el lugar idóneo, si no estoy segura de que aún no la estarías escuchando. La ópera de Dino y Eneas era tu favorita, también acabó siendo la mía. Sabía que cuando yo faltara tú la seguirías oyendo, por eso la puse a continuación. Acerté. Seguro que la encontrarías con facilidad y te movería la curiosidad de escuchar lo que contenía; siempre fuiste un poco maniático con tus cosas, perdóname pero creo que es la verdad. No podía, en aquellos días, decirte lo que te he amado. Mis ojos sí te lo decían, y tu mirada me correspondía. Te lo había dicho en infinidad de ocasiones, pero aquellos eran otros momentos de nuestras vidas: el largo noviazgo, el enamoramiento. No recuerdo cual fue primero, quizás tú si lo sepas. La boda, clásica como casi todo en aquel tiempo, los primeros años que fueron sólo para los dos; no veíamos más allá de nosotros mismos. Luego vinieron los hijos, sus estudios, sus problemas, su independencia, y otra vez tú y yo solos. Bueno solos no, nuestro amor siempre estuvo presente. No creerás que pienso que todo fue bello y hermoso hasta el final. También tuvimos nuestros bajones: seguro que más por culpa mía: siempre fui más temperamental. Tú en cambio apenas dejabas que brotaran tus sentimientos. Te costaba mucho más que a mí decir las cosas. Pero siempre me dijiste que me amabas. No sabes como te agradezco, ahora que soy consciente de lo que he vivido, tu ternura, tu continua compañía, tu sensatez, el estar siempre ahí cuando te necesitaba, el no reprocharme nunca nada, tu amor en fin. Ya me he ido, siento haberte dejado en esa soledad de la que es difícil salir. Carlos, cariño, no estés triste. Tu vida continúa, no tienes derecha a desaprovechar lo que te resta. Sólo somos lo que nos queda, no lo olvides nunca. Sé que me harás caso y reharás tu vida, además lo tienes muy fácil. Soy mujer, todavía soy una mujer. Sé que nunca me engañaste: la mentira nunca fue contigo. Nos queríamos demasiado para no ser honrados con nosotros mismos. Pero también sé que estuviste enamorado de Paula, mi hermana: al menos ella sí lo estaba de ti. No te sorprendas, ya te dije que soy mujer, y a las mujeres no se nos pasan esas cosas. Soy consciente del sufrimiento a que os llevó vuestro amor. Os agradezco en el alma que no me hicierais daño. Fue una muestra de gran valentía por vuestra parte. Estoy segura de que no lo buscabais pero el amor ronda como Cupido en nuestra ópera favorita. Cuando una persona ha querido tanto como yo te he amado a ti, no puede sino desear lo mejor para la persona amada. Y yo te he amado tanto, tanto… Carlos, te deseo toda la felicidad del mundo, te exijo que seas feliz. Habla con Paula, si es que ella aún no te ha llamado, y seguid vuestro camino. Me haréis muy dichosa. Qué más puedo desear que tu felicidad y la de ella. No pienses, ni por asomo, que estoy haciendo un enorme esfuerzo para decirte todo esto o un acto de modestia, no. Creo, desde la claridad que me da mi situación, que es lo que os debéis el uno al otro. Adiós, Carlos, sigue siendo feliz, es tu vida. La mía fue muy hermosa a tu lado”. Stop

Carlos rebobinó la cinta varias veces y escuchó el monólogo de Rosa. Ya de noche se decidió a llamar a Paula.

-Paula –dijo al escuchar la voz de su cuñada al otro lado del teléfono-soy Carlos, lo he pensado mejor, si quieres podemos quedar mañana por la tarde para dar ese paseo. Hasta mañana, entonces.

6 comentarios:

  1. Hola Rafa, es una narración llena de sentimientos, pero detrás de la salida optimista de la perdida de la que fuera tu compañera y aparentemente tu gran amor, se esconde una vida frustrada o dos tal vez. El guión es perfecto, impecable, atrayente. Aún así no me gustaría que fuese el guión de mi vida. Tal muchos vidas oculten historias semejantes de dignidad, honor, de cariño, de enterza de no romper promesas, espero no describur algo así. La pena no me dejaría rehacer mi vida o ¿tal vez sí?
    Un abrazo y enhorabuena Rafa una vez más. Tienes arte para enganchar al lector

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  2. Hola Rafa; magnífica historia, detras de la historia yo veo veo a un hombre de convicciones profundas (su firme preferencia por el magnetófono y la ser fiel a su palabra así lo dejan entrever) y también a una mujer generosa que le permite "romperla".

    Un buen guión que daría para una obra de teatro o cine.
    Un abrazo

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  3. Hola Katy:
    Celebro que te haya gustado. Me ayuda, y mucho, a continuar aunque cada vez me cueste más elaborar una historia.
    Como dices habrá mil historias como esta ya que los seres humanos somos así: forma parte de la vida.
    Un abrazo

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  4. Hola Fernando:
    Sí, creo que en la generosidad de ella se desvela todo ese entramado al que llamamos amor. Debe ser difícil ser generoso en estos terrenos tan poco terrenales, pero creo, sinceramente, que desear la felicidad en la persona a la que amas debe ser un acto de entrega total hacia el amor.
    Un abrazo

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  5. No puedo evitar volver a comentar.
    No es un acto de generosidad ceder tu espacio cuando te vas. Porque evidentemente guardar fidelidad a un ser que ya no existe no es un acto de amor. Lo lógico es saber que rehará la vida con o sin su consentimiento. Lo duro es vivir con una persona que sabes que ama a otra, en este caso a su hermana.
    "Soy consciente del sufrimiento a que os llevó vuestro amor. Os agradezco en el alma que no me hicierais daño. Fue una muestra de gran valentía por vuestra parte".
    ¿Y por parte de ella como pudo vivir con esto?
    Bueno cada uno lee e interpreta según su sensibilidad, y supongo que al ser mujer lo veo de otra forma:)
    Y de animar nada, que escribes genial.
    Un abrazo y feliz semana

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  6. Hola Katy, de nuevo:
    En Rosa, que duda cabe, también hay valentía, y como bien dices más sin duda alguna. Pero Carlos optó por el respeto y amor que debía y tenía a su mujer, luego creo que su actitud también fue digna.
    Como comentas da para pensar.
    Un abrazo

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