martes, 15 de junio de 2010

En el refugio de los sueños: Efecto mariposa

Pilar tiene veinte años recién estrenados. Hoy es un lunes cualquiera. Bueno quizás no. A Pilar van a pasarle cosas, muchas cosas, y muy distintas a la vez.

Pilar se levanta sobre las siete y media. Calienta un buen tazón de leche en el microondas; como siempre el recipiente quema al sacarlo del aparato. Lo hace a propósito, así la leche se va enfriando mientras se ducha. Contempla su cara, su figura en el espejo del baño. Se gusta. Sonríe. Se viste. Desayuna mirando por la ventana: hace sol, un día espléndido. La casa está en silencio, sus padres aún duermen. Coge la carpeta de la universidad. Baja las escaleras saltando de dos en dos. Sale a la calle. Mira el reloj: las ocho y veinticinco. Voy a perder el autobús –piensa-. Echa a correr. Llega justo. Sube al vehículo.

El 17 echa a andar por las calles de Madrid camino de La Complutense. Pilar busca un hueco donde acomodarse. Una mano le hace señas desde el fondo. Es Luis. Pilar apenas conoce al chico. Él, sí. No sólo la conoce sino que en más de una ocasión ha intentado ligar con ella. Desde la distancia el chico le parece simpático y se acerca a aquella mano indicadora.

-Hola –saluda el chico- ¿Vas a la uni, verdad? Te he visto por allí alguna vez –miente y sus ojos le delatan-. Bueno, la verdad es que te veo a diario –se sincera el chico.

-Hola –saluda Pilar-. Sí, voy a la uni. Gracias por buscarme asiento. Siempre va tan lleno esto. Me gusta ir sentada. Este autobús se mueve demasiado. A veces cuando no tengo más remedio que ir de pie siento como un mareo, y mira que intento agarrarme fuerte en donde puedo.

Sin saber muy bien el porqué, Pilar continúa hablando al chico como si le conociera de toda la vida. Ya dije que le había resultado simpático.

-No te digo más –prosigue la chica- que una vez me agarré a una barra de cortina, que llevaba una mujer, creyendo que era una de esas que caen del techo hasta el suelo.

El chico se echa a reír acompañando a Pilar.

-Me llamo Luis.

-Yo Pilar. Pero creo que eso ya lo sabes, ¿verdad?

-Sí. Lo reconozco. No es que haya…

-No importa, me gusta tu sinceridad. ¿Qué estudias?

-Arquitectura. Lo de hacer casas y eso.

-Ya. Yo medicina, lo de curar y eso.

Ambos se echan a reír. Llegan a la universidad. Tienen tiempo hasta la primera clase y van hacia la cafetería. Allí, Luis se encuentra con su colega Ramón, y a su vez Pilar coincide con Nuria. Son jóvenes, alegres, sienten simpatía los unos por los otros y quedan a la salida de las clases de aquel lunes radiante de sol.


O. Pilar tiene veinte años recién cumplidos. Hoy es un lunes cualquiera. Bueno quizás no. A Pilar van a pasarle cosas, muchas cosas, y muy distintas a la vez.

Pilar se levanta sobre las siete y media. Calienta un buen tazón de leche en el microondas; como siempre el recipiente quema al sacarlo del aparato. Lo hace a propósito, así la leche se va enfriando mientras se ducha. Contempla su cara, su figura en el espejo del baño. Se gusta. Sonríe. Se viste. Desayuna mirando por la ventana: hace sol, un día espléndido. La casa está en silencio, sus padres aún duermen. Coge la carpeta de la universidad. Baja las escaleras saltando de dos en dos. Sale a la calle. Mira el reloj: las ocho y veinticinco. Voy a perder el autobús –piensa-. Echa a correr. Llega tarde. Ve alejarse al 17 calle arriba. Decide ir andando a La Complutense sabiendo que perderá la primera clase del día, pero hace tan buena mañana –piensa-

Cinco minutos más tarde aporrean la puerta de la casa de don Manuel, padre de Pilar. El hombre se despierta asustado, se pone un batín sobre el pijama y sale a abrir al apremiante ruido de la puerta. Es Miguel, el portero de la finca. Miguel tiene la cara asustada, los ojos abiertos y una mueca en la boca que le impide hablar. Por fin lo consigue:

-¡Don Manuel, don Manuel!... qué a Pilar le ha atropellado un coche, aquí mismo, debajo de casa. La han llevado al hospital.

-¡Pero qué dices Miguel!

-Sí, corra, al hospital de Nuestra Señora,…ahí, al final de la cuesta… corra usted.



4 comentarios:

  1. Qué caprichosa es la vida ¿no? Cualquier cosa puede suceder sin que hayamos sido los causantes de ella.
    Para darle una pensada.
    Un abrazo Rafa

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  2. Hola Fernando:
    Así es. A veces uno piensa en que todo está escrito, en el destino. Todo es muy raro.
    Un abrazo Fernando

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  3. Bueno la verdad es que me ha sorprendido tu relato, me he quedado así como ida... En segundos te cambia la vida y la de los demás. Casualidades y causalidades. Un final triste o quizá no...
    La foto parece gemela de la mía, ciertamente como comentaste. Me alegra que la hayas compartido.
    Relato original.
    Un abrazo y feliz miércoles Rafa, un placer leerte

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  4. Hola Katy:
    La vida puede cambiar, como dices, en un abrir y cerrar de ojos. ¿Destino, casualidad?, no sé, pero el caso es que sucede.
    Me alegra que sigas al pie del cañón.
    Un abrazo

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