miércoles, 17 de octubre de 2012

La metáfora

        Aquella mujer no era sino la metáfora de sí misma. Había aparecido en la pantalla de mi ordenador como por casualidad. Pero casualidad no había; nunca la hay. Me buscaba o quizá sería más preciso decir: me encontró. Niego la casualidad porque me localizó gracias a que yo estaba allí, en ese preciso instante que tampoco era casual puesto que me movía por la red con mucha frecuencia.
       Habíamos sido novios de muy jóvenes, a esa temprana edad en que las relaciones se van formando, y  la mayoría de las veces no fructifican. Apenas me acordaba de ella y supongo que a ella le pasaría lo mismo.  Pero allí estaba, llamando a mi ventana. Me costó reconocerla. Muchos años…casi todos, ya.
         Decía que me pareció una metáfora porque a medida que me iba desvelando su identidad noté en su rostro  el refreno de una pasión olvidada y renacida. Yo conocía aquellas arrugas de su rostro, aunque nunca antes las hubiera visto. Sus ojos, desde luego no engañaban, nunca engañan. Si hay algo que no cambia son los ojos… o la mirada tal vez.
       Me dijo que deseaba verme y quedamos en volver a contactar.
       Al día siguiente me quedé contemplando el monitor. Primero apagado, luego encendido. En ambos casos su estructura era la misma: plana. Apagado no parecía tener alma; encendido tampoco si  no acudía en tu búsqueda lo que deseabas. En qué momento iba a empezar a emitir lo que me interesaba. No parece sino que este aparato se trate de un concepto puro que te va a otorgar tus deseos; pureza a la que la han aplicado un cuerpo torpe. No hay nada menos ágil que un rectángulo plano e inmóvil. Irreflexivo.
      Mientras esperaba pensé en cables. En los cables que unían todo aquello. Que eran capaces de trasladar nuestras palabras, nuestras miradas, a lugares remotos tan sólo con marcar una clave o un número. Y también me dio por pensar en nuestra imperfección. Cables submarinos, satélites, centralitas de telefonía, de televisión, todo dependía de nuestra imperfección como seres humanos, capaces de lo mejor y de lo peor. De qué servía todo aquel conglomerado operativo si se nos olvidaba un número o lo tecleábamos indebidamente o no lo hacíamos por temor o miedo o nostalgia. O quizás si  la persona con la que queríamos contactar ya no atendía nuestra petición. Absolutamente de nada.
       Otra metáfora.

4 comentarios:

  1. Una buena metáfora, como buenas preguntas. Antes los cables solo nos unían en la cama de un hospital cualquiera. De ella dependían nuestra vida. Hoy muchas veces de ellos dependen nuestros sueños, recuerdos, miedos...
    ¿Que pasaría si nos desconectamos?
    Haces gala de una gran percepción.
    Un abrazo

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  2. Hola Katy: la verdad es que dependemos de tantas cosas que a veces da miedo. Claro que vivir no sólo depende de conexiones, afortunadamente. También se puede tener una vida plena sin tanto ajetreo comunicativo; vamos que soy de los que prefieren escuchar un disco de vinilo a los modernos i-phone. Un abrazo

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  3. Pues se fue a hacer puñetas el comentario. Decía, que como bien aountas muchas veces, se hace necesario quedar con un mismo de vez en cuando y que eso es lo que nos salvará de este mundo hiper conectado.

    Un abrazo

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  4. Hola Fernando: ójala fuera posible, pero me temo que estamos muy atados por más que quieras independizarte un poco. Un abrazo

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