lunes, 29 de octubre de 2012

Historia de una fotografía

Era la primera vez que iban a un cine de verano. Él le había comprado un enorme algodón de azúcar de color rosa que se pegaba en forma de finos hilos alrededor de la comisura de los labios de la chica. Pensó que quizás aquella tarde pudiera darle el primer beso y que su sabor sería lo más dulce que recordaría toda su vida. Así fue, al menos durante aquel verano.
       La chica del algodón rosado se llamaba Lucía y Carlos su joven acompañante.
       “Aquel verano del ochenta y dos fue el primero y el último que salimos juntos. Lucía por entonces  tenía catorce años y era unos meses mayor que yo; suficientes para que al verano siguiente se enamorara de otro chico.
      Mis padres tenían una preciosa casa de planta baja junto al mar en aquel pueblo alicantino y durante veranos estuvimos pasando el mes de agosto parte de la familia: mis primos nunca faltaban. La algarabía, a primeras horas de la mañana era notoria y mi madre, cansada de ruidos matinales,  nos enviaba al jardín de la vivienda nada más desayunar. Mis dos hermanas menores y mis tres primos corríamos a la playa desde el jardín cruzando el paseo marítimo. Fueron veranos de juegos y diversión, de mi primer beso y también de mi primer desengaño amoroso. 
       En la universidad me enamoré de Sara, Sara de Antonio y Antonio de mí. Vamos lo que se dice un triángulo amoroso perfecto; y ninguno nos enteramos de nada hasta que apareció Carmen para romper aquella situación a la que nos había llevado una profunda amistad entre los tres.
       Sara fue la primera en darse cuenta de la inclinación homosexual de Antonio. Desengañada volcó su corazón hacia mí, pero yo ya había dado un paso hacia Carmen, con la que me casaría años después. El triunvirato se rompió y Sara y yo estuvimos sin hablarnos durante años. El matrimonio de Antonio, con uno de los muchos novios que le conocí, nos volvió a unir y aquella ruptura en los años de estudios sólo pudo producirnos carcajadas una docena de años después.
       Pasarían muchos más hasta que tuve que regresar al pueblo alicantino de mis juegos veraniegos. Mis padres habían fallecido y  mis dos hermanas y yo decidimos vender aquella preciosa casa mediterránea. Hacía años que nuestras vidas habían cambiado de rumbo y mantener la casa no tenía ningún sentido. Así que la mejor solución era vender y repartir nuestra herencia.
      Carmen cuando vio la casa me preguntó: ¿ Seguro que queréis vender esta preciosa casa?
       -No hay más remedio cariño, no está sólo en mis manos. Mis hermanas quieren vender; supongo que lo necesitan, y nosotros, desgraciadamente, no estamos en disposición de comprarla.
- Ya, lo entiendo –contestó-
       Nos quedamos unos días en el pueblo, mientras cerrábamos la operación ya avanzada desde Madrid meses atrás.
      Una tarde calurosa, antes del anochecer, paseábamos de la mano por las calles de aquel pueblo y me topé con el cine de verano, abandonado y medio derruido,  y los recuerdos viajaron por mi cabeza a velocidad de rayo. Sin darme cuenta me paré ante las herrumbrosas taquillas y debí sonreír pues Carmen me preguntó.
     -¿Por qué sonríes, Carlos?
     - Le miré a sus expresivos ojos grises mientras le decía: no, de nada, ¿te apetece un algodón de azúcar?”

              

4 comentarios:

  1. Tienes una gran habilidad para contar historias Rafa y ésta, sobre todo, es entrañable por aquello de las vueltas que da la vida que a veces nos lleva l mismo lugar.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Recordar es vivir dos veces, y aunque el tiempo haya destruido ciertas paredes el primer beso no se olvida nunca. Y menos aún si son de algodón rosado :-)
    Muy romántica, tierna, delicada tu historia.
    Un abrazo y feliz semana.
    ¿Que tal va la exposición?

    ResponderEliminar
  3. Hola Fernando: Sí la vida da muchas vueltas. A veces uno piensa si no estará en el pasado la auténtica verdad. Me alegro te haya gustado. Un abrazo

    ResponderEliminar
  4. Hola Katy: ja,ja; veo te ha gustado lo del algodón. A mí me encantaba y supongo me seguirá gustando y es que uno no acaba de ser niño nunca. La exposición sigue su cauce, sin sorpresas. Gusta pero se vende mal (según lo previsto, ja,ja). Un abrazo

    ResponderEliminar