El escritor necesitaba de una noche de lluvia para ponerse a teclear e intentar que las musas o esos hilos que mueven el universo le contaran alguna de las historias que vagan suspendidas y arrastradas por el viento para que aquel que ande atento pueda atraparlas.
Mira por la ventana: la lluvia reclama reflejos de los escasos automóviles que circulan por debajo del elevado balcón donde se encuentra. Algún intermitente parpadea negando y apurando reflejos al suelo. El autobús municipal va recogiendo, entre la neblina, a los últimos náufragos del día mientras hasta sus oídos se deslizan las lejanas notas musicales del bar de copas de la plaza. Cuando llegue la hora de amanecer, como si fuera savia de la primavera, a eso de las seis, hombres y mujeres comenzaran a rezumar, aún cabizbajos y somnolientos, de los portales de los edificios para acudir a sus trabajos diarios. Mientras esta hora hiera los cuerpos, los edificios permanecerán callados y concentrados en un sueño reparador, con sus cientos de ventanas apagadas: quizás sea la pequeña lámpara junto al ordenador desde donde escribe, la única que esté emitiendo esa tenue y babeante luz blanca. Bajo los soportales de la plaza, embutidos en cartones y mantas, algunos pobres diablos pasarán su noche de insomnio junto al brik de vino agrio que sirvió para calentar su primer sueño. La noche irá venciendo las horas, lenta pero inexorablemente. El escritor comenzará a escuchar el leve trinar de un gorrión que despereza su plumaje sacudiéndose la humedad de la noche o el zureo de una paloma que inicia, tras su gorgojeo, los primeros vuelos del día en busca de sustento. Pero aún es temprano para que esa muchedumbre que día tras día deambula por las calles de la ciudad, cruzándose los unos con los otros, se desperece. El banquero aún rezonga su suerte convertida en oronda barriga que sube y baja al ritmo de sus pulmones chamuscados por el hollín del habano tras la copiosa cena. Su enrojecido rostro mantiene la sonrisa producida por sus ganancias diarias en bolsa; en ese mismo instante el portero del inmueble donde se sitúa el banco habrá comenzado a llenar de carbón la caldera con la que calentar el despacho del banquero durmiente.
La vida comienza con su palpito diario, con sus incógnitas e incongruencias, mientras al escritor se le van cerrando los ojos al mismo tiempo que bosteza reclamando el descanso.
sábado, 28 de enero de 2012
lunes, 23 de enero de 2012
En el refugio de los sueños: Soledad (2ª parte)
De tarde en tarde aquella muchacha, que se había convertido en una mujer más atractiva que guapa, acompañaba a su madre a la oficina. Las visitas solían coincidir con la época de navidad o verano, por lo que Javier suponía que Soledad seguía estudiando en otra ciudad. En la temporada veraniega y en contadas ocasiones se cruzaban por las calles de su ciudad. Soledad siempre iba acompañando a su madre a la que los años comenzaban a ocasionarle un ligero pero detectable deterioro físico. Javier y Soledad continuaban mirándose como cuando eran adolescentes, insinuándose con los ojos pero atrapados por una vetusta condición victoriana, que para nada se correspondía con la época que les había tocado vivir.
Es curioso como tarda, en ocasiones, de pasar el día a día; hay jornadas que parecen no ir a terminar nunca, y sin embargo cuando vuelves la vista atrás te das cuenta que los años han ido pasando sin apenas darte cuenta de ello. Javier continuó en el banco y a medio camino entre los cuarenta y cincuenta años había cumplido sus expectativas profesionales pero en el terreno personal continuaba enamorado platónicamente de Soledad. La veía ahora paseando a doña Remedios que postrada en silla de ruedas le sonreía sin conocerle ya. Pero en esta vida siempre hay una nueva oportunidad que suple a aquellas que dejamos pasar.
Aquella mañana soleada de otoño, la oficina estaba profusamente iluminada con la luz natural que entraba por los amplios ventanales. Javier enfrascado en unos documentos que tenía sobre la mesa de su despacho sintió un brillo fugaz a la altura de sus ojos, mientras un cosquilleo le rozaba la sien. Alzó la vista y vio una pistola junto a su cara: estaban atracando el banco. Lo que recordaría después cuando tuvo que declarar a la policía fue el silencio que se hizo en las dependencias bancarias. El tiempo se detuvo aquellos escasos minutos en que los delincuentes se hacían con su botín. La policía tras escuchar su declaración le mandó pasar a una sala anexa para que firmase cuanto había contado y fue allí, en esa habitación, donde se encontró con los negros ojos de Soledad. Se acabaron las excusas, estaban solos, por primera vez en sus vidas estaban solos.
Tras firmar la declaración, Javier, conoció más de la vida de Soledad en cinco minutos que en los veinte años anteriores. Y el amor, si es que alguna vez se hubiera ido, regresó.
Comenzaron a verse, a salir juntos, pero siempre eran tres. Soledad no quería separarse de su madre ni un instante, salvo las horas que por su trabajo la dejaba al cuidado de una enfermera que la asistía en casa.
-Lo siento, Javier, es todo cuanto te puedo dar. Mientras mi madre se encuentre en este estado me debo a ella. ¿Puedes comprenderlo?
-Claro que puedo y te apoyo, pero para mí no es obstáculo, podemos vivir juntos sin que tú tengas que abandonar a tu madre.
-Te quiero tanto que no puedo permitir que tu vida se convierta en un continuo desasosiego. Es demasiado sacrificio para ti. Javier, estás acostumbrado a vivir solo desde hace mucho tiempo. Estoy segura de que nuestra relación se iría deteriorando poco a poco hasta que dejaras de quererme. El Alzhéimer es así, va socavando la resistencia de las personas, tanto de quien lo padece como de quien lo sufre. Créeme, lo mejor que podemos hacer es dejar transcurrir al tiempo, será él quien ponga las cosas en su sitio. Vuelve a tu vida, por mucho que me hayas dicho que es pura abulia, siempre será mejor que la que te espera de momento conmigo. Yo seguiré también con mis rutinas, sabes que mi trabajo me lleva mucho tiempo, y en casa mientras cuido de mi madre sigo estudiando, parece que esto de las oposiciones no tiene fin.
- ¿Por qué no te conformas con el trabajo que ahora tienes en lugar de matarte con la razón para aprobar esas dichosas oposiciones que tanto tiempo nos quitan de estar juntos? –preguntó un molesto Javier ante la actitud de Soledad.
- ¿Acaso renunciaste tú a tus tentativas de ir ascendiendo en tu profesión? –contestó Soledad ligeramente contrariada.
- Lo decía por estar más tiempo a tu lado.
- No, lo decías por egoísmo. No creas que no te entiendo –dijo Soledad intentando suavizar la conversación-, pero sé que es mejor para los dos que cada uno haga su vida. Juntos no haríamos más que complicárnosla. Esto no es vivir, hazme caso Javier. Al final nos haríamos daño. No me pidas, por favor, todo o nada; entonces sí que pensaría que eres un egoísta.
- ¿Qué me pides, entonces que haga?
- Sólo te pido tiempo. El problema es que no sé cuánto.
Volvieron a pasar los días, eternos, inacabables, pertinaces…, pero del mismo modo cuando Javier y Soledad echaron la vista atrás se dieron cuenta que se habían perdido poco a poco, como si a la llama del hogar le hubiera ido faltando los troncos que necesitaba para avivar aquel fuego que se fue apagando. Cada vez se vieron con menos frecuencia, hasta desaparecer casi por completo aquella relación, si es que podía llamarse de esta manera. El amor parecía haber huido de sus vidas.
Hasta por tres veces a lo largo de aquellos años que siguieron fue asaltado el banco donde trabajaba Javier, sin que por fortuna hubiese que lamentar ningún tipo de daño salvo el monetario. El tercero lo vivió en primera persona, afortunadamente los atracadores eran de guante blanco. Todo ocurrió en cuestión de minutos. Una pareja extranjera, bien vestida y con documentación para el banco en regla, estaba en su despacho cambiando unos cheques en dólares a pesetas. Acababa Javier de comprobar y fotocopiar los pasaportes y cheques como era preceptivo cuando interrumpió la policía nacional y procedió al arresto inmediato de la pareja. El sobresalto para Javier fue enorme; el resto de compañeros se enterarían después cuando vieron salir del despacho a los dos atracadores esposados. Al parecer la documentación era falsa y los cheques, robados; venían siguiéndoles de otros bancos de la ciudad donde habían hecho lucrativos y falsos cambios. Meses después Javier fue citado en el juzgado: debía comparecer como testigo de aquel frustrado robo del que apenas tenía ya casi recuerdos. Según le indicaban en la carta debía testificar reconociendo a los atracadores.
La cita era para el martes siguiente a las doce del mediodía en el Juzgado de Primera Instancia. Javier se personó unos minutos antes y al llegar a la puerta se encontró con una notificación clavada con chinchetas que decía escuetamente: “Las vistas previstas para hoy martes han quedado aplazadas hasta nuevo aviso por el fallecimiento en el día de ayer de la señora Juez Doña Soledad Rodríguez Alonso. Se les avisará oportunamente la nueva fecha de comparecencia”.
La soledad más absoluta se incrustó en el alma de Javier.
Es curioso como tarda, en ocasiones, de pasar el día a día; hay jornadas que parecen no ir a terminar nunca, y sin embargo cuando vuelves la vista atrás te das cuenta que los años han ido pasando sin apenas darte cuenta de ello. Javier continuó en el banco y a medio camino entre los cuarenta y cincuenta años había cumplido sus expectativas profesionales pero en el terreno personal continuaba enamorado platónicamente de Soledad. La veía ahora paseando a doña Remedios que postrada en silla de ruedas le sonreía sin conocerle ya. Pero en esta vida siempre hay una nueva oportunidad que suple a aquellas que dejamos pasar.
Aquella mañana soleada de otoño, la oficina estaba profusamente iluminada con la luz natural que entraba por los amplios ventanales. Javier enfrascado en unos documentos que tenía sobre la mesa de su despacho sintió un brillo fugaz a la altura de sus ojos, mientras un cosquilleo le rozaba la sien. Alzó la vista y vio una pistola junto a su cara: estaban atracando el banco. Lo que recordaría después cuando tuvo que declarar a la policía fue el silencio que se hizo en las dependencias bancarias. El tiempo se detuvo aquellos escasos minutos en que los delincuentes se hacían con su botín. La policía tras escuchar su declaración le mandó pasar a una sala anexa para que firmase cuanto había contado y fue allí, en esa habitación, donde se encontró con los negros ojos de Soledad. Se acabaron las excusas, estaban solos, por primera vez en sus vidas estaban solos.
Tras firmar la declaración, Javier, conoció más de la vida de Soledad en cinco minutos que en los veinte años anteriores. Y el amor, si es que alguna vez se hubiera ido, regresó.
Comenzaron a verse, a salir juntos, pero siempre eran tres. Soledad no quería separarse de su madre ni un instante, salvo las horas que por su trabajo la dejaba al cuidado de una enfermera que la asistía en casa.
-Lo siento, Javier, es todo cuanto te puedo dar. Mientras mi madre se encuentre en este estado me debo a ella. ¿Puedes comprenderlo?
-Claro que puedo y te apoyo, pero para mí no es obstáculo, podemos vivir juntos sin que tú tengas que abandonar a tu madre.
-Te quiero tanto que no puedo permitir que tu vida se convierta en un continuo desasosiego. Es demasiado sacrificio para ti. Javier, estás acostumbrado a vivir solo desde hace mucho tiempo. Estoy segura de que nuestra relación se iría deteriorando poco a poco hasta que dejaras de quererme. El Alzhéimer es así, va socavando la resistencia de las personas, tanto de quien lo padece como de quien lo sufre. Créeme, lo mejor que podemos hacer es dejar transcurrir al tiempo, será él quien ponga las cosas en su sitio. Vuelve a tu vida, por mucho que me hayas dicho que es pura abulia, siempre será mejor que la que te espera de momento conmigo. Yo seguiré también con mis rutinas, sabes que mi trabajo me lleva mucho tiempo, y en casa mientras cuido de mi madre sigo estudiando, parece que esto de las oposiciones no tiene fin.
- ¿Por qué no te conformas con el trabajo que ahora tienes en lugar de matarte con la razón para aprobar esas dichosas oposiciones que tanto tiempo nos quitan de estar juntos? –preguntó un molesto Javier ante la actitud de Soledad.
- ¿Acaso renunciaste tú a tus tentativas de ir ascendiendo en tu profesión? –contestó Soledad ligeramente contrariada.
- Lo decía por estar más tiempo a tu lado.
- No, lo decías por egoísmo. No creas que no te entiendo –dijo Soledad intentando suavizar la conversación-, pero sé que es mejor para los dos que cada uno haga su vida. Juntos no haríamos más que complicárnosla. Esto no es vivir, hazme caso Javier. Al final nos haríamos daño. No me pidas, por favor, todo o nada; entonces sí que pensaría que eres un egoísta.
- ¿Qué me pides, entonces que haga?
- Sólo te pido tiempo. El problema es que no sé cuánto.
Volvieron a pasar los días, eternos, inacabables, pertinaces…, pero del mismo modo cuando Javier y Soledad echaron la vista atrás se dieron cuenta que se habían perdido poco a poco, como si a la llama del hogar le hubiera ido faltando los troncos que necesitaba para avivar aquel fuego que se fue apagando. Cada vez se vieron con menos frecuencia, hasta desaparecer casi por completo aquella relación, si es que podía llamarse de esta manera. El amor parecía haber huido de sus vidas.
Hasta por tres veces a lo largo de aquellos años que siguieron fue asaltado el banco donde trabajaba Javier, sin que por fortuna hubiese que lamentar ningún tipo de daño salvo el monetario. El tercero lo vivió en primera persona, afortunadamente los atracadores eran de guante blanco. Todo ocurrió en cuestión de minutos. Una pareja extranjera, bien vestida y con documentación para el banco en regla, estaba en su despacho cambiando unos cheques en dólares a pesetas. Acababa Javier de comprobar y fotocopiar los pasaportes y cheques como era preceptivo cuando interrumpió la policía nacional y procedió al arresto inmediato de la pareja. El sobresalto para Javier fue enorme; el resto de compañeros se enterarían después cuando vieron salir del despacho a los dos atracadores esposados. Al parecer la documentación era falsa y los cheques, robados; venían siguiéndoles de otros bancos de la ciudad donde habían hecho lucrativos y falsos cambios. Meses después Javier fue citado en el juzgado: debía comparecer como testigo de aquel frustrado robo del que apenas tenía ya casi recuerdos. Según le indicaban en la carta debía testificar reconociendo a los atracadores.
La cita era para el martes siguiente a las doce del mediodía en el Juzgado de Primera Instancia. Javier se personó unos minutos antes y al llegar a la puerta se encontró con una notificación clavada con chinchetas que decía escuetamente: “Las vistas previstas para hoy martes han quedado aplazadas hasta nuevo aviso por el fallecimiento en el día de ayer de la señora Juez Doña Soledad Rodríguez Alonso. Se les avisará oportunamente la nueva fecha de comparecencia”.
La soledad más absoluta se incrustó en el alma de Javier.
viernes, 20 de enero de 2012
En el refugio de los sueños: Soledad (1ª parte)
Ella era Juez, pero eso Javier no lo sabía todavía. Se enteró más tarde, mucho más tarde, cuando ya nada tenía remedio; cuando se acababa de quedar solo quizás para siempre.
Muchos años atrás, Javier se había fijado en aquella chica de cara redonda, ojos oscuros e indecisos y sonrisa franca. La veía a menudo en la oficina bancaria donde él trabajaba de “botones”. Se ruborizaba al ver que la chica se quedaba contemplando su uniforme azul de chaqueta cruzada y botonadura doble con el nombre del banco grabado en cada uno de aquellas enormes y llamativas condecoraciones de latón cromado. La gorra que formaba parte de aquella arcaica indumentaria fue, desde un principio, desdeñada por Javier; en más de una ocasión le costó una bronca de algún superior. Pero para él era toda una muestra de inconformismo y rara vez la usaba.
Enterarse del nombre de la chica era fácil, bastaba con mirar los ficheros de la oficina. Soledad tenía una libreta de ahorro junto a su madre, a la que solía acompañar una o dos veces por semana hasta el banco. Javier se le quedaba mirando boquiabierto, sus dieciséis o diecisiete años de por entonces le delataban, a esa edad no había sitio para el pudor. La chica retenía sus miradas más de lo que el muchacho era capaz de aguantar y entre ambos comenzó a nacer un vínculo sin que mediaran las palabras.
Javier era tímido y Soledad lo parecía. El retraimiento de Javier se debía, en buena parte, al trabajo que desempeñaba: mover carpetas y archivadores de un lugar a otro de la oficina, repartir la correspondencia, atender a sus compañeros en cuantas exigencias le requerían… y siempre con aquel desdeñoso uniforme. ¡Cómo iba a fijarse en él, aquella criatura que lo tenía alelado! A sus dieciséis años sabía que en su trabajo sólo podía aspirar a llegar a ordenanza, y siempre con el insufrible uniforme. Así había sucedido siempre con los compañeros mayores que componían la plantilla del banco.
No necesitó pensarlo mucho para tomar la decisión más correcta que habría de tomar en su vida: estudiar. El bachillerato nocturno que hubo de acometer antes de intentar llegar a la universidad no fue demasiado obstáculo para él. En dos años sacó la titulación de bachiller superior. Soledad le daba empuje desde la distancia pues aunque las miradas entre los chicos cada vez eran más largas y menos contenidas, seguían sin cruzar esa barrera. Siempre se interponía el dichoso uniforme.
La oportunidad de estudiar una carrera en su ciudad eran mínimas, pero podía optar por una carrera de nivel medio acorde con sus circunstancias de trabajo: Peritaje Mercantil fue su decisión; nuevamente acertó. Sólo podía acudir a la Escuela de Comercio por las tardes, pero no le importó; aunque tardarse cuatro o cinco años en concluir sus estudios la decisión estaba tomada. La realidad demostró que fue capaz de terminarlos en los tres cursos de carrera y unos pocos meses de año siguiente: en febrero del cuarto año concluyó sus estudios y dijo adiós al uniforme para siempre. Por aquellos años muy pocos trabajadores del banco podían presentar un currículo como el suyo, quizás ninguno. La dirección supo premiar su esfuerzo como merecía: dio el salto a oficial de segundo nivel, pero era sólo el principio de sus sucesivos ascensos. Mientras tanto Soledad había desaparecido de su vida.
A partir de su nueva situación, Javier, en más de una ocasión, atendió personalmente a doña Remedios, madre de Soledad. Remedios era una mujer alta, de cara enjuta y malhumorada, siempre vestida de negro, de manos rosadas y uñas largas y cuidadas. Resultó que con el trato era una mujer amable y cariñosa. Javier, no sin que su rostro se incendiara por unos momentos, se atrevió a preguntarle por su hija.
- ¿Soledad se llama, verdad doña Remedios?
- Sí, está fuera. Estudia leyes.
- ¡Ah! No, le preguntaba porque hace tiempo que no le acompaña a usted.
- No puede, ahora está muy ocupada, pero ya le diré que la envía sus saludos.
- Muy amable por su parte, doña Remedios. Sí, salúdela de mi parte –añadió Javier a quien el rubor había vuelto a subir a su cara, sin que Remedios pareciese percatarse de ello. (continuará)…
Muchos años atrás, Javier se había fijado en aquella chica de cara redonda, ojos oscuros e indecisos y sonrisa franca. La veía a menudo en la oficina bancaria donde él trabajaba de “botones”. Se ruborizaba al ver que la chica se quedaba contemplando su uniforme azul de chaqueta cruzada y botonadura doble con el nombre del banco grabado en cada uno de aquellas enormes y llamativas condecoraciones de latón cromado. La gorra que formaba parte de aquella arcaica indumentaria fue, desde un principio, desdeñada por Javier; en más de una ocasión le costó una bronca de algún superior. Pero para él era toda una muestra de inconformismo y rara vez la usaba.
Enterarse del nombre de la chica era fácil, bastaba con mirar los ficheros de la oficina. Soledad tenía una libreta de ahorro junto a su madre, a la que solía acompañar una o dos veces por semana hasta el banco. Javier se le quedaba mirando boquiabierto, sus dieciséis o diecisiete años de por entonces le delataban, a esa edad no había sitio para el pudor. La chica retenía sus miradas más de lo que el muchacho era capaz de aguantar y entre ambos comenzó a nacer un vínculo sin que mediaran las palabras.
Javier era tímido y Soledad lo parecía. El retraimiento de Javier se debía, en buena parte, al trabajo que desempeñaba: mover carpetas y archivadores de un lugar a otro de la oficina, repartir la correspondencia, atender a sus compañeros en cuantas exigencias le requerían… y siempre con aquel desdeñoso uniforme. ¡Cómo iba a fijarse en él, aquella criatura que lo tenía alelado! A sus dieciséis años sabía que en su trabajo sólo podía aspirar a llegar a ordenanza, y siempre con el insufrible uniforme. Así había sucedido siempre con los compañeros mayores que componían la plantilla del banco.
No necesitó pensarlo mucho para tomar la decisión más correcta que habría de tomar en su vida: estudiar. El bachillerato nocturno que hubo de acometer antes de intentar llegar a la universidad no fue demasiado obstáculo para él. En dos años sacó la titulación de bachiller superior. Soledad le daba empuje desde la distancia pues aunque las miradas entre los chicos cada vez eran más largas y menos contenidas, seguían sin cruzar esa barrera. Siempre se interponía el dichoso uniforme.
La oportunidad de estudiar una carrera en su ciudad eran mínimas, pero podía optar por una carrera de nivel medio acorde con sus circunstancias de trabajo: Peritaje Mercantil fue su decisión; nuevamente acertó. Sólo podía acudir a la Escuela de Comercio por las tardes, pero no le importó; aunque tardarse cuatro o cinco años en concluir sus estudios la decisión estaba tomada. La realidad demostró que fue capaz de terminarlos en los tres cursos de carrera y unos pocos meses de año siguiente: en febrero del cuarto año concluyó sus estudios y dijo adiós al uniforme para siempre. Por aquellos años muy pocos trabajadores del banco podían presentar un currículo como el suyo, quizás ninguno. La dirección supo premiar su esfuerzo como merecía: dio el salto a oficial de segundo nivel, pero era sólo el principio de sus sucesivos ascensos. Mientras tanto Soledad había desaparecido de su vida.
A partir de su nueva situación, Javier, en más de una ocasión, atendió personalmente a doña Remedios, madre de Soledad. Remedios era una mujer alta, de cara enjuta y malhumorada, siempre vestida de negro, de manos rosadas y uñas largas y cuidadas. Resultó que con el trato era una mujer amable y cariñosa. Javier, no sin que su rostro se incendiara por unos momentos, se atrevió a preguntarle por su hija.
- ¿Soledad se llama, verdad doña Remedios?
- Sí, está fuera. Estudia leyes.
- ¡Ah! No, le preguntaba porque hace tiempo que no le acompaña a usted.
- No puede, ahora está muy ocupada, pero ya le diré que la envía sus saludos.
- Muy amable por su parte, doña Remedios. Sí, salúdela de mi parte –añadió Javier a quien el rubor había vuelto a subir a su cara, sin que Remedios pareciese percatarse de ello. (continuará)…
domingo, 15 de enero de 2012
En el refugio de los sueños: Refranes
(P.D. Lo escribí hace años. Era la época del auge de los monólogos, por si podía ser utilizado. Sólo fue un intento)
Se han fijado Uds. La cantidad de refranes y dichos que manejamos al cabo del día. Seguro que conocen cientos. Van circulando entre nosotros como si tal cosa.
Dicen que el inventor de la mayoría de ellos fue Sancho, el del Quijote; no me extraña que su amo diese en loco, porque la verdad es que los refranes no dicen lo que parece.
Mi madre, que se parece a Sancho......... en lo refranera, me dijo cuando venía hacia el teatro: Susi, me llama Susi, “ANDATE CON PIES DE PLOMO”; si le hago caso no llego a la hora.
Y es que es verdad, el refrán o el dicho engañan: “FÍATE DE LA VIRGEN Y NO CORRAS”, pero ¿queda alguna virgen por ahí?. “NO HAY DOS SIN TRES”. Madre mía con lo que cuesta echar el primero.
“A QUIEN MADRUGA DIOS LE AYUDA”. Pues mira, no. Resulta que cuando naces eres la pequeña de la casa, al menos hasta que nace tu hermano. Entonces te apartan, dejas de ser la pequeña, la reina de la casa. De qué te sirve entonces madrugar, si ni dios se acuerda de ti.
Vas creciendo y cuando llegas a los 13 años, y empiezas a salir con los primeros chicos, y lo estás pasando bomba; un buen día va tu madre y te dice: “DIME CON QUIEN ANDAS Y TE DIRÉ QUIEN ERES”. ¡Y me lo dice mi madre, la mía! !Trece años juntas y aún no me conoce!¡ Que horror! Y yo la contesto: “ANDE YO CALIENTE Y RÍASE LA GENTE”, pero a la gente que le importa que no me conozca mi madre.
“EN EL PECADO LLEVARAS LA PENITENCIA”(fingir voz de madre); pero que pecado, si acabo de empezar, si aún no lo he probado; si sólo tengo 13 años.
Poco más tarde ya te ven de formal con el primer chico, pero no te dejan tranquila, no, !qué va!. Tu creías que al ir de formal nadie se iba a meter contigo. Pues no, siempre habrá alguna “conocida” que te espete sobre tu chico: chica ten cuidado que “CUANDO EL RÍO SUENA, AGUA LLEVA”. Pero digo yo:¿Hay algún río que no lleve agua?!Que si no hay agua no hay río!, guapa, y además a ti que te importa, “QUIEN TE MANDA METERTE EN CAMISA DE ONCE VARAS”. Y, oye, !qué te entiende!. Aunque claro, no te haga ni caso.
Mi madre se queja mucho de la poca ayuda doméstica que recibe por parte de sus hijos, pero resulta que cuando intentamos echarle una mano, nos dice: “QUITA, QUITA, QUE CAGA MÁS UN BUEY QUE CIEN GOLONDRINOS”........... Pero vamos a ver, quién se puede parar a contar lo que cagan cien golondrinos. Y claro pasas de coger la aspiradora.
Pasan los años y te casas.....”TE CASASTE, LA CAGASTE”. ... mira, éste si se entiende; será por aquello de “LA EXCEPCIÓN CONFIRMA LA REGLA”......(pensativa). Si, si, es la excepción, porque cuando pierdes la regla, es la concepción. Ya se sabe “SARNA CON GUSTO NO PICA”. Si pica,si, ya lo creo que pica.
Pero a lo que iba, te casas, y claro quieres casarte con el cachas de tu novio cuanto antes. Y él, inteligente el chico, te dice: pues como no quieras casarte a las 8 de la mañana. Pero !Nicolás, si a esas horas no andan por la calle ni los curas!; de ahí el dicho: “SOL MADRUGADOR Y CURA CALLEJERO, NI EL SOL CALENTARÁ MUCHO NI EL CURA SERÁ BUENO”. Pero sirve para casarte.
Y llega la noche de bodas, y el momento deseado, y aquello ..... no es del tamaño que esperabas, “TU GOZO EN UN POZO”. Pero, digo yo, !si el gozo hubiera sido de él, si con eso no va a llegar al pozo nunca!. Lo que digo, todo al revés.
Pasan un par de años, tienes la parejita, y cuando menos lo esperas, !zas!, vuelves a perder la regla; si, la de antes -¿recuerdan?-. Y tu chico, el deseado -¿otra vez recuerdan?, sólo se le ocurre decir: “ERAMOS POCOS Y PARIÓ LA ABUELA?. Pero, !qué abuela!, si sólo tengo 13 años, ¿verdad mamá?.
Por eso les digo, no se les olvide que “QUIEN LLEGA TARDE AL BAILE, BAILA CON LA COJA”. Así que adiós, que me esperan para cenar.
Se han fijado Uds. La cantidad de refranes y dichos que manejamos al cabo del día. Seguro que conocen cientos. Van circulando entre nosotros como si tal cosa.
Dicen que el inventor de la mayoría de ellos fue Sancho, el del Quijote; no me extraña que su amo diese en loco, porque la verdad es que los refranes no dicen lo que parece.
Mi madre, que se parece a Sancho......... en lo refranera, me dijo cuando venía hacia el teatro: Susi, me llama Susi, “ANDATE CON PIES DE PLOMO”; si le hago caso no llego a la hora.
Y es que es verdad, el refrán o el dicho engañan: “FÍATE DE LA VIRGEN Y NO CORRAS”, pero ¿queda alguna virgen por ahí?. “NO HAY DOS SIN TRES”. Madre mía con lo que cuesta echar el primero.
“A QUIEN MADRUGA DIOS LE AYUDA”. Pues mira, no. Resulta que cuando naces eres la pequeña de la casa, al menos hasta que nace tu hermano. Entonces te apartan, dejas de ser la pequeña, la reina de la casa. De qué te sirve entonces madrugar, si ni dios se acuerda de ti.
Vas creciendo y cuando llegas a los 13 años, y empiezas a salir con los primeros chicos, y lo estás pasando bomba; un buen día va tu madre y te dice: “DIME CON QUIEN ANDAS Y TE DIRÉ QUIEN ERES”. ¡Y me lo dice mi madre, la mía! !Trece años juntas y aún no me conoce!¡ Que horror! Y yo la contesto: “ANDE YO CALIENTE Y RÍASE LA GENTE”, pero a la gente que le importa que no me conozca mi madre.
“EN EL PECADO LLEVARAS LA PENITENCIA”(fingir voz de madre); pero que pecado, si acabo de empezar, si aún no lo he probado; si sólo tengo 13 años.
Poco más tarde ya te ven de formal con el primer chico, pero no te dejan tranquila, no, !qué va!. Tu creías que al ir de formal nadie se iba a meter contigo. Pues no, siempre habrá alguna “conocida” que te espete sobre tu chico: chica ten cuidado que “CUANDO EL RÍO SUENA, AGUA LLEVA”. Pero digo yo:¿Hay algún río que no lleve agua?!Que si no hay agua no hay río!, guapa, y además a ti que te importa, “QUIEN TE MANDA METERTE EN CAMISA DE ONCE VARAS”. Y, oye, !qué te entiende!. Aunque claro, no te haga ni caso.
Mi madre se queja mucho de la poca ayuda doméstica que recibe por parte de sus hijos, pero resulta que cuando intentamos echarle una mano, nos dice: “QUITA, QUITA, QUE CAGA MÁS UN BUEY QUE CIEN GOLONDRINOS”........... Pero vamos a ver, quién se puede parar a contar lo que cagan cien golondrinos. Y claro pasas de coger la aspiradora.
Pasan los años y te casas.....”TE CASASTE, LA CAGASTE”. ... mira, éste si se entiende; será por aquello de “LA EXCEPCIÓN CONFIRMA LA REGLA”......(pensativa). Si, si, es la excepción, porque cuando pierdes la regla, es la concepción. Ya se sabe “SARNA CON GUSTO NO PICA”. Si pica,si, ya lo creo que pica.
Pero a lo que iba, te casas, y claro quieres casarte con el cachas de tu novio cuanto antes. Y él, inteligente el chico, te dice: pues como no quieras casarte a las 8 de la mañana. Pero !Nicolás, si a esas horas no andan por la calle ni los curas!; de ahí el dicho: “SOL MADRUGADOR Y CURA CALLEJERO, NI EL SOL CALENTARÁ MUCHO NI EL CURA SERÁ BUENO”. Pero sirve para casarte.
Y llega la noche de bodas, y el momento deseado, y aquello ..... no es del tamaño que esperabas, “TU GOZO EN UN POZO”. Pero, digo yo, !si el gozo hubiera sido de él, si con eso no va a llegar al pozo nunca!. Lo que digo, todo al revés.
Pasan un par de años, tienes la parejita, y cuando menos lo esperas, !zas!, vuelves a perder la regla; si, la de antes -¿recuerdan?-. Y tu chico, el deseado -¿otra vez recuerdan?, sólo se le ocurre decir: “ERAMOS POCOS Y PARIÓ LA ABUELA?. Pero, !qué abuela!, si sólo tengo 13 años, ¿verdad mamá?.
Por eso les digo, no se les olvide que “QUIEN LLEGA TARDE AL BAILE, BAILA CON LA COJA”. Así que adiós, que me esperan para cenar.
domingo, 8 de enero de 2012
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