Hablar del mundial de fútbol es un tema tan manido que puede resultar fácil, puesto que de este deporte en casi todo el mundo lo entiende cualquiera. Escribo en casi todo el mundo porque en norteamérica del norte, como decían Tip y Coll, la verdad es que no se enteran de nada.
Hace unos días, vi por televisión, lo que pretendía ser una parodia irónica del mundo del fútbol. Me hizo, en principio gracia, por eso porque no quería ser más que una parodia: todo el mundo puede hacer bromas simpáticas de cualquier tema, hasta de algunos que quizás traspasen la raya del buen gusto.
Pues bien, el humorista usa, lo estaba haciendo bien a mi entender. Hablaba que no entendía el fútbol (siempre comparándolo con los deportes americanos: beisbol, baloncesto…). Cómo era posible, decía, que guste ese deporte a la gente cuando a veces en noventa minutos el marcador sigue reflejando un cero a cero, y que en ocasiones les regalan otros treinta minutos de prórroga y siguen sin marcar un solo gol. Tenía gracias cuando habló de las diferencias entre estos deportes: El fútbol, decía, se juega al aire libre, los estadios no están cubiertos, no se hacen goles como en el baloncesto, se juega con los pies en lugar de con las manos como sugiere la lógica (aquí metió la pata porque es precisamente esa su dificultad), el reglamento nunca varía ni se adecua debidamente y otras diferencias que ahora no recuerdo pero que las trataba de manera desenfadada y simpática. Concluyó sus bromas indicando que la principal diferencia estriba en que en el fútbol “nunca pasa nada” Y aquí, claro, metió de nuevo la pata, lo que hace el no entender.
En el último Paraguay-España pudo parecer que no pasaba nada pues el marcador no se movía. Pero qué esfuerzo titánico el de los paraguayos por anular el mejor juego español. La pasión que se palpaba entre los espectadores sólo se puede entender desde la sangre, desde el corazón. El partido en el que “no pasaba nada” tuvo un minuto de infarto con los penaltis fallados. Sólo en este deporte se puede entender que alguien no haga un gol desde once metros de distancia y que este infortunio (bueno no sé si es falta de fortuna o de acierto) suceda en las porterías contrarias.
Pocos minutos después, en este partido “en el que nunca pasaba nada” el remate franco de un delantero español se estrelló frenéticamente contra la base del poste derecho de la portería defendida por el arquero paraguayo. El palo escupió el zamarrazo de la pierna diestra del jugador, en este caso azulón, y la fortuna quiso que el balón rebotado cayese en el territorio de un compañero, seguramente el mejor dotado para este lance (el término en este caso no quiere ser taurino). En décimas de segundo el siete situó el cuerpo inclinándole ligeramente hacia su derecha, buscando así el ángulo adecuado para batir al meta contrario y acariciando la redonda hacia el poste contrario a donde la jugada había llevado a los jugadores americanos. La diosa fortuna quiso que la caricia del borceguí del “Guaje” condujese el esférico a chocar ahora contra la base del otro poste, el izquierdo. Aquello era demasiado ya que el “jubilani ese” (la madre que parió a tal balón), parecía estar riéndose de la afición española, botó sobre la línea de cal y recorriéndola en toda su trayectoria fue a besar la base del otro poste, otra vez el derecho. Pero lo que la redonda no sabía es que durante su trayectoria por encima de la línea de gol, desde cada pueblo, desde cada hogar, bar, cafetería, plaza o lugar donde hubiese un televisor en España, a nueve mil kilómetros, cada español, mujer, niño, niña u hombre, estuvieron soplando para que aquel maldito balón entrase y besase por fin la malla de la meta paraguaya.
Cuando los usas descubran esto del fútbol seguro que no volverán a pensar que nunca sucede nada.PD. Este post lo escribí pocos días antes de que España ganase el mundial de fútbol. Para mí fue uno de los más especiales del año. Lo recuerdo hoy último día del 2010.
Feliz 2011 y gracias a todos los que me habéis apoyado con vuestros comentarios o con vuestras lecturas. Un abrazo