Busqué el que hacía par levantando las hojas otoñales y no lo encontré. No es que lo necesitara, ni para componer otra fotografía, era simplemente curiosidad. El hecho de entender cómo había llegado hasta allí no era fácil.
Estábamos en la finca de unos amigos, en un pueblecito gallego y precioso llamado Valongo (creo escribirlo bien). Apareció bajo un enorme carballo; mis amigos dicen que es un árbol centenario. La verdad es que ocupa con su tronco, que no logramos abarcar entre cuatro personas, y con sus robustas ramas, una gran extensión.
Podría tratarse de un hombre cojo que lo hubiera abandonado allí, pero parecía poco probable. Además cómo habría salido de allí andando. No parecía que nadie hubiese saltado la cerca, pues no había indicios para creer en ello. Ninguno de mis amigos lo había tirado allí, también era impensable. Además el zapato no presentaba un estado de deterioro, era simplemente un zapato más, todavía en uso. Sin duda había sido arrojado hasta allí por encima de la valla que rodea la finca. Pero debía de ser una persona poderosa ya que el cercado además de alto dista lejos del lugar que ocupaba el zapato.
La hojarasca lo envolvía como si fuera una cama donde reposara. Había pertenecido a un hombre pues el tamaño de número era de un cuarenta y dos o cuarenta y tres. Difícil saber cuándo había quedado allí abandonado; no parecía haber transcurrido mucho tiempo, pues las hojas caídas del carballo y castaños que también ocupan la zona lo hubieran cubierto por completo.
La primera sensación que producía su contemplación era que el cuerpo de una persona debía de estar sepultado por aquella maraña de hojas ocres, y que tan sólo su pie había quedado a descubierto. Pero no, el cuerpo no estaba, hubiese sido demasiado novelesco. La imaginación no da para tanto. Pero extraño, sí que era. Nadie lo dio demasiada importancia. Pero quién se deshace sólo de un zapato. Hay mil sitios dónde tirar el otro, pero por qué molestarse. De la persona que es desaprensiva y le importa poco el medio ambiente es lógico pensar que hubiera arrojado el par. El otro, si es que existía, casi con seguridad no estaba allí.
Nos habíamos sentado en el zaguán de la casa a tomar un aperitivo. El lugar, entre tranquilo y bello, ofrecía todos los acondicionamientos para pasar una agradable velada: el lugar como digo, la amistad, el empanada de zamburiñas, el vino blanco bien frío…, en fin para que seguir. En medio de la animada charla, inconsciente de mí, se me ocurrió preguntar:
-¿En este pueblo no hay ningún cojo? La carcajada que recogió mi pregunta fue general. Ya estás con tus fantasías -me dijeron mientras seguíamos comiendo y bebiendo-. También yo sonreí pero mi cabeza seguía dando vueltas; no me podía evadir del dichoso zapato.
-Pues sí había un cojo en el pueblo, al menos lo hubo -el cantinero del pueblo disipó mis dudas-. Se llamaba Herminio, “el mancado” le llamábamos. Creo que era su pierna izquierda la que le faltaba a partir de la rodilla. Pero es curioso tampoco tengo la seguridad, tal vez fuera la derecha. Hace ya varios años que Herminio murió –añadió.
-La derecha le faltaba – intervine.
-¿Por qué lo sabes? -preguntó uno de mis amigos, que ya se iban interesando en el asunto.
-Porque el zapato encontrado es el derecho y está prácticamente nuevo; supongo que habrá estado en casa de ese hombre hasta que alguien decidió deshacerse de él y arrojarlo a vuestra finca. Con el derecho le enterrarían al bueno de Herminio.
-Así debió de ser –continuó Manuel el cantinero- Se mancó la pierna mientras pastoreaba con las vacas por el monte. La versión oficial es que un animal resbaló y cayó sobre Herminio. Éste pasó dos días con sus noches en el monte hasta que la familia dio con él; se encontraba en un estado lamentable, como imaginarán. La pierna, ante la posibilidad de gangrena, tuvieron que amputársela.
-¿La versión oficial, dice? –pregunté extrañado.
-Bueno ya sabéis como es la gente en los pueblos. Habladurías. Nunca se supo a ciencia cierta.
-¿Qué comentaba la gente? –preguntó otro de los amigos, ya totalmente entregados a la causa.
-No sé si debiera de contarlo. Creo que pasados ya tantos años no importará. Tan sólo vive una hija de Herminio y está ya mayor. Se dijo que al pastor le quebró la pierna, intencionadamente, la familia de una moza del pueblo a la que el pastor pretendía. Nunca se logró saber la verdad pues el cojo calló. Le lisiaron y le abandonaron a su suerte; supongo que hubo más amenazas. Eso es lo que se contó por aquellos años, recién acabada la guerra. A nadie, en aquellos años, le gustaba meterse en líos y todos lo dejaron correr. Pero la verdad es que Herminio nunca más se volvió a acercar a Mercedes, la moza de la que hablaba. Guapa, por cierto, que era, y con la que tantas veces había bailado en las fiestas del pueblo. Me figuro que de ser cierta esta historia, todo se debió a que no era un hombre con posición y la familia de la chica buscaba para ella un pretendiente de más nivel. Mala gente. Cosas de aquellos tiempos que a unos les vinieron bien y que la mayoría tuvo que sufrirlos.
Aclarado el asunto continuamos hablando de los años de infancia de mis amigos en aquel valle, pero esa ya es otra historia.
PD. La historia del cojo y los personajes son totalmente inventados, pero la belleza de aquel valle es auténtica, y el zapato seguirá debajo del enorme roble, degradándose poco a poco.