-No lo des más vueltas, Roberto. Son como dos niñas. Tanto mi esposa como Leonor.
-Dos niñas creciditas, perdona que te contradiga, Ildefonso.
-Sí, ya lo sé. Pero en el fondo dos crías. Verás: Ángela me lo contó anoche. Me lo refirió todo. Le dejé hablar sin interrumpirla pues a medida que iba hablando sus ojos delataban la preocupación que sentía, su conducta equivocada, y al mismo tiempo el esfuerzo que estaba haciendo para herirme lo menos posible. Me hablaban también de su retractación, de su comportamiento y de su compromiso para conmigo.
-Pero…
-Déjame continuar, Roberto. Digo lo de jovencitas, porque lo que hicieron era una novedad para ellas. Tanto Ángela como Leonor, tal vez más mi esposa, no han tenido, hasta ahora, muy clara su sexualidad. Digo que en mayor medida Ángela, porque creo que Leonor se dejó llevar. Quizás lo trataron como un juego; un juego cuyas consecuencias pueden ser desastrosas para ellas y para nosotros si no lo remediamos. Para las personas, me lo dice la edad, es muy importante “la primera vez” de algo, y mucho más si tiene que ver con una relación íntima. Lo normal es que esto suceda en plena juventud y por tanto nadie se lleve las manos a la cabeza, pero mírame a mí, estoy cerca de los setenta años y no ha sido hasta casi el final de mis días cuando ha surgido por primera vez el amor hacia otra persona, el amor por Ángela, como una aparición que ya no esperaba. A medida que te vas haciendo mayor se es más feliz porque la sabiduría que dan los años o la experiencia, como quieras llamarlo, hacen que ya conozcas de antemano todo lo que puede suceder y sólo el hecho de saberlo te otorga esa felicidad. Estoy seguro de que ninguna de las dos lo pretendió, que pasó porque las cosas suceden, están ahí y a veces las tomamos de la mano sin medir las consecuencias. He estado toda la noche en vela, con los ojos fijos en el techo de la habitación, pensando en lo sucedido, también en Leonor y en ti. Supongo que sabes lo larga que se puede hacer una noche así. Ángela dormía a mi lado; le costó coger el sueño y noté que lloraba en silencio. Al amanecer ya había tomado una decisión. Antes de que despertara había colocado mi brazo por debajo de su cabeza como hago cada mañana desde que me casé con ella. La atraje hacia mí y cuando abrió los ojos nos dejamos llevar e hicimos el amor como nunca lo habíamos hecho hasta ese momento. Nada dije. Ella quiso hablar y yo coloqué mi dedo índice sobre sus labios. No voy a exigirle nada, creo que anoche mis ojos también le dijeron a ella lo que yo sentía. Esa es mi postura y creo que tú deberías hacer lo mismo. Piénsalo, es mejor así. Lo más valioso es ser felices. Siempre he creído que lo importante del amor no es lo que se da, sino lo que se cede. Si de verdad quieres a una persona hay que desear lo mejor para ella, y esperar que ella te corresponda de igual manera. Creo que entre Ángela y yo ha quedado claro.
-Ya, pero ¿no crees que el arrepentimiento de ambas puede estar en la existencia de las malditas fotografías? –preguntó Roberto.
-Esa es una duda que nos acompañará toda la vida, pero que hemos de superar pues nuestra felicidad es más valiosa que cualquier recelo por razonable que sea. Además siempre habrá sido mejor que nos lo hayan confesado –zanjó Ildefonso.
Ángela estaba sentada en un diván del salón de su casa y oyó el timbre de la puerta. Se levantó y cuando se disponía a abrir tuvo la sensación de que algo desagradable se hallaba tras de aquel sonido estridente. No se equivocaba, al otro lado de la puerta se encontró con la torva mirada de alguien que conocía bien: era Alberto. Afortunadamente tenía echada la cadena de la entrada y aquella pequeña seguridad le dio coraje para enfrentarse directamente al recién llegado.
-¿Qué quieres? –le soltó decidida sorprendiéndose de la firmeza de su voz.
-Sólo hablar contigo –respondió Alberto.
-Nosotros no tenemos nada de lo que hablar, deberías saberlo –zanjó intentando cerrar la puerta semiabierta.
-Si tan sólo pudiera explicarme… –insistió Alberto mientras intentaba con su mano derecha empujar la puerta para que ésta no se cerrase.
-Explicar qué, que eres un ser despreciable y mezquino.
-Entiendo que puedas…que podáis estar enojadas conmigo, pero…
-¿Enojadas, eso es lo que piensas de nosotras? ¡Enojadas dice! – exclamó Ángela-
Lo que estamos es … no encuentro la palabra justa para decir lo que sentimos por ti. Vete, tanto Mari Leo como yo no queremos volverte a ver en toda nuestra vida.
-Abre, por favor, así no podemos hablar. Sólo deseo avenirme con Nuria, con mi hija, a Leonor ya sé que la perdí hace tiempo.
Ángela sin saber muy bien el porqué deslizó la cadenilla de la puerta y franqueó ésta a Alberto que entró cabizbajo en el pequeño porche de la vivienda de Ángela, no obstante la mujer tuvo la precaución de dejar la puerta abierta.
-Traigo las fotografías –dijo Alberto sorprendiendo a Ángela mientras le entregaba el sobre que las contenía-. A cambio quiero que no me denuncies y prometo dejaros en paz a ti y a Leonor. Nuria es otra cosa, no entra en el trato. Espero hacerle comprender que su padre no es un canalla como la habréis hecho entender.
-Para eso te has sobrado tú sólo –contestó Ángela para continuar -. Se pueden hacer copias de las fotos con facilidad. No me fío de ti, y además la denuncia ya la he tramitado - mintió-. ¿Qué esperabas, que me cruzara de brazos? ¡Ah, otra cosa!, mi marido también sabe lo mío con mi cuñada –volvió a mentir, a Ildefonso aún no se lo había contado, lo haría aquella misma noche-, lo digo por si albergabas alguna esperanza de contactar con él. Por cierto Leonor también se lo contó a Roberto hace ya unos días, así que por ahí tampoco vas a conseguir nada. Las fotos están muy bien pero necesito también los negativos.
-Van en el sobre –le cortó Alberto.
- Los negativos y que firmes ante notario un acuerdo comercial conmigo.
- ¡Usted debe de estar loca! ¿A qué acuerdo puedo llegar yo con vos? – le salió su vena argentina.
- Muy sencillo te vas a comprometer a marcharte de España, trabajarás para mí, y a no regresar, digamos en el plazo de seis meses: hasta mayo del año que viene.
- ¡Pero, no entiendo nada, por qué todo esto!
- Para proteger a tu hija; cumple los dieciocho en abril, ¿o ya no te acuerdas del cumpleaños de tu hija, so pendejo? Sólo así retiraré la denuncia. Cuando regreses ella ya será mayor de edad y podrá decidir lo que más le convenga. Te haré llegar el contrato mañana mismo a tu consulta. Me lo devolverás firmado y validado por un notario; las fotografías me quedo con ellas. Tú decides –dijo Ángela y se volvió a sorprenderse de su firmeza-. Seis meses pasan pronto pero te dará tiempo para pensar en tu estupidez. Tómatelo como unas vacaciones. ¡Ahora vete! El contrato me lo envías por correo ya que no deseo volverte a ver nunca más.
Ángela cerró la puerta una vez que Alberto se hubo marchado. Se quedó apoyando la espalda contra ella mientras cerraba los ojos y suspiraba profundamente. Ya solo le quedaba hablar con su marido - ojalá la perdonase y todo quedara zanjado pensó mientras se ponía el abrigo y cogía las llaves del coche para ir al hotel.