martes, 29 de septiembre de 2009

Gasolina

Veníamos de viaje, de vendimiar en Galicia, y paré en una gasolinera a llenar el depósito. Ocho o nueve coches en los puestos de repostage bajo la enorme visera del establecimiento. Calor, demasiado calor para estar a finales de septiembre. Ningún empleado a la vista. Ya nos vamos a costumbrando a esta y otras modalidades de autoservicio, por desgracia. Traté de encontrar unos guantes de esos que se dispensan en estos lugares; no los encontré. Fui hasta la caja a indicar y pagar la cantidad que iba a echar; una chica, uniformada, muy amable me indicó que me sirviera primero. Intenté de nuevo localizar unos guantes, no lo logré. Fui al surtidor, saqué la manguera y pude escuchar una voz metálica que decía : "está usted poniéndo diesel gasóleo a". La voz me sorprendió, no porque fuera la primera vez, si no porque siempre me extraña que me hable una máquina, y además tan cortesmente. Claro que más me sorprendió cuando al finalizar "mi trabajo" la grabación espetó: "gracias y feliz viaje". Me dieron ganas de marcharme, lo juro. Pero claro uno es honrado, al menos por cuarenta euros, y fui a caja. Esperé turno. Calculo que habrían pasado ya unos diez o quince minutos de "mi tiempo". La chica me sonrió y pasó la tarjeta por otra maquina. Nos quedamos solos por un momento y me atreví a preguntarle si no temía por su puesto de trabajo. Me miró sorprendida. La expliqué que ella sola había atendido a varias personas y además tenía que vigilar toda la tienda de la estación. Me sonrió de nuevo y se encogió de hombros. Qué quiere que haga, me dijo. Cualquier cosa menos nada, la contesté. Creo que no me entendió. La pedí disculpas por si la había molestado y me marché.
Las máquinas nos van sustituyendo. Se han instalado entre nosotros y esto no hay quien lo pare. Hay un anuncio en televisión, que se emite con frecuencia estos días, de una empresa de seguros, que "asegura" que lo más importante en su empresa son las personas. A ver si cunde el ejemplo.
Cuando salí de la tienda fui hasta el mostrador de la cafetería. Mi esposa me espera allí. Durante el tiempo transcurrido no la habían atendido. Un muchacho, inmigrante me pareció por su tez, intentaba atender una barra que le sobrepasaba en metros. El muchacho no daba de sí para ir de un lado a otro. Cuando nos llegó el turno (unos veinte minutos después de haber llegado a aquel complejo), pedímos unos refrescos y un bocadillo de jamón. Me di cuenta entonces que mis manos olían a combustile; aquel jamón, aunque no fuera una esquisitez, no se merecía aquel desprecio. Fui al lavabo a remediarlo con agua y jabón. Agua había, jabón no. Mal asunto; no había forma de atenuar el olor. Por más que lavé y froté mis manos, el simple agua no disipó del todo el malestar. ¡Qué le vamos a hacer!¡Jamón al combustible! Aproveché para orinar, y aquí si cometí un error: cogí mi pene con las manos aún oliendo a gasolina, la cual se instaló en aquel querido y sagrado lugar. Vamos que todo eran inconvenientes.
Diez minutos más tarde abandonamos el lugar (treinta minutos en total). Yo había trabajado echando la gasolina en el coche, que no por haber trabajado me resultó más barata. Había comido un jamón con cierto sabor, mi cuerpo se había impregnado de olor y habíamos tardado media hora. ¡Y pensar que antes te atendía una persona que mientras echaba el combustible te limpiaba los cristales y a la que correspondías voluntariamente con una propinilla!

3 comentarios:

  1. Muy buen relato rafa. Las máquinas, al final como ves muchas veces emperoran las cosas. Jamón al combustible. ¡Qué bueno!
    Un abrazo

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  2. Gracias,Fernando,por leer estas pequeñas bromas que hacen que la vida sea un poco más agradable. Un abrazo

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  3. genial Rafa, es una buenisima idea para un corto, y la ultima parte para un sketch.Me ha encantado
    un abrazo

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