lunes, 12 de marzo de 2012

En el refugio de los sueños: El reloj

La hora que señala el reloj no es correcta, sólo es exacta: el reloj está parado. Pasa la mayor parte del tiempo en espera. Cuando la ocasión lo requiere sale de su caja y viaja en mi muñeca.

Perteneció a mi padre. Imagino los juegos malabares que hubo de hacer, allá por mil novecientos cuarenta, para comprarlo. En aquellos años tener un reloj era como tener un tesoro; de hecho era un tesoro con cuerda. Poca gente podía presumir de reloj de pulsera. Mi padre lo cuidó durante más de cuarenta años. Todos los días había que darlo cuerda, para que el tiempo no se detuviese en él. Lo cuidó porque para él había constituido un logro poder poseerlo, y por otra razón de la que estoy seguro: para dejármelo en herencia. Se lo había dicho a mi madre, pero un día se le escapó y también me lo dijo a mí. Yo era el mayor de los chicos y quizás entendiera entonces que lo iba a tratar mejor que el taranbana de mi hermano que sólo pensaba en tocar la guitarra, por aquellos años jóvenes, y que luego se hizo arquitecto; hoy con sarcasmo le reprochamos que por qué no siguió con la guitarra.

El reloj tiene su pequeña historia. Al poco de fallecer mi padre, llevé el reloj a limpiar y para que le diera un baño dorado, pues con el uso se había quedado desgastado, y la esfera y agujas estaban muy sucias. Mi padre siempre había dicho con orgullo que su reloj era un “Cyma”, pero que ya no se leía, pues las agujas a base de pasar por encima de las letras las habían borrado. Pues resultó que no, al recibir la limpieza quedaron visibles. Pero la historia no es esta. Resulta que cuando fui a recogerlo a la joyería, el relojero me dijo que si se lo vendía. Ante mi sorpresa y mi negativa me comentó que los relojeros tenían por costumbre hacer una marca personal en el interior de la tapa – a modo de los canteros en la época medieval – cada vez que arreglaban un reloj, y que éste tenía la marca que su padre, también relojero, había impreso en la citada tapa trasera, y que le hacía una enorme ilusión poseerlo. Yo sonreí y le comenté que para mí era un recuerdo también inolvidable. Y aquí está limpio y funcionando como el primer día.

Comentaba al principio que sólo sale de su caja de vez en cuando. Nunca voy al Santiago Bernabéu sin el querido reloj de mi padre; sé que así vemos juntos a nuestro Real Madrid, como hacíamos cada vez que podíamos acudir a Bilbao, o siempre que echaban partidos por la televisión. También se une a las reuniones familiares. A mi madre aún se le escapa alguna lágrima cuando lo ve en mi muñeca.

Y yo qué mejor herencia material podría dejar a mi hijo que éste reloj de su abuelo. Sé que lo cuidará como yo vengo haciendo. Lo malo es que como no es futbolero me llevará poco al Bernabéu.

4 comentarios:

  1. Bonita historia Rafa, No te preocupes, seguro que tu hijo también lo llevará a sitios interesantes y quien sabe si cuando le quiera dar un balo, se encuentra con el hijo de quien te atendió a ti y le haga la misma propuesta.
    Un abrazo

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  2. Hola Fernando: sería raro pues ya sabes que este tipo de trabajos se van extinguiendo; ahora se usa el usar y tirar. Por lo demás sé que lo cuidará ya que es bastante más juicioso de lo que era yo a su edad. Me encanta seguir contando contigo. Un abrazo

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  3. Hola Rafa no podías haber contado mejor la historia del reloj que va palaralela al de mi marido, tal cual. Podría ser la misma. Solo que el de mi marido no tenía marca y le dijeron que era de coleccionista.
    Hace lo que tú que se lo pone en contadas ocasiones, no solo cuando va al Baloncesto que es su pasión. (Fueron campeones juveniles de España)
    Así que no voy añadir más, lo demás es historia y un hermoso grabado escrito en el corazón.
    Un abrazo y que disfrutes del finde

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  4. Hola Katy: gracias por tus deseos. Así que tienes un esposo de altura, y tú tan calladita. Sí, a veces las historias se repiten como los recuerdos. Un abrazo

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