domingo, 2 de mayo de 2010

La cuñada de M.L. : La trampa (2)

Ya no nos molestará más, Mari Leo. Alberto ha salido esta mañana de nuestras vidas –dijo por teléfono Ángela a su cuñada.

-¿Qué ha pasado? –inquirió Leonor.

-Nada que deba intranquilizarte, dalo por hecho.

-No le habrás…

-No creas hasta dudé en hacerlo, pero no temas está vivito y coleando, mejor dicho con el rabo entre las piernas como suele decirse.

-No me lo puedo creer. ¿Qué has hecho, Ángela? ¡Por dios!

-Ya te lo contaré, por teléfono resulta hasta aburrido. Un beso, cariño –dijo Ángela y colgó el auricular.


La enfermera de la bata azul le indicó que se tendiese sobre la camilla mientras encendía el panel circular por encima de la cabeza de Ángela; el haz de luz cenital cayó sobre su rostro privándola de visión durante unos segundos. La enfermera acercó una ligera mesilla con ruedas hasta el lateral de la camilla; el instrumental produjo un ligero sonido al chocar entre sí. La mujer salió tras indicar a la paciente que el doctor llegaría enseguida; el ruido de la puerta al cerrarse sobresaltó a Ángela, ya de por sí nerviosa. Respiró rítmicamente para desviar de su mente la angustia que sentía. Se hizo el silencio en la habitación sólo roto por el ruido que producía el corazón de Ángela al chocar contra su pecho. Cuan largos pueden ser unos pocos minutos. Toda una vida puede transcurrir en tan poco tiempo. A Ángela la dio tiempo a pensar en toda aquella pesadilla que había traído el ex marido de su cuñada tan sólo por un motivo de machismo sin más. Pretendía volver a vivir una situación que el había roto de una manera definitiva cuando abandonó a Leonor y lo que era peor a su pequeña Nuria, para ir a caer en brazos de otra mujer; siempre había otra –se dijo Ángela mientras suspiraba profundamente-. No era ella misma: otra mujer. Este pensamiento la hizo dudar de continuar con su plan. Tampoco ella se había portado con honradez: Ildefonso y Roberto eran ajenos a la situación creada, por más que su hermano ya la hubiera conocido de labios de Leonor. Cerró los ojos, en el silencio y la oscuridad sintió la presencia de Ildefonso que le estaba dando todo lo que una mujer podía ambicionar: amor, respeto, seguridad y además con enorme sencillez, sin ningún tipo de alarde; era un hombre, hombre, que quizás no se merecía. Tomó una determinación: acabase como acabase aquella situación, debía confesar a su marido la verdad; su honestidad debía consistir en eso: la verdad lo primero. No quería disfrazar su relación con Mari Leo como un simple juego, sabía que había mucho más, pero ellas no habían abandonado a nadie: estaban enamoradas de Ildefonso y Roberto; sabía que ambas les querían demasiado como para no luchar por su amor. No era momento para dar marcha atrás. La lámpara sobre su rostro comenzaba a molestarla. Se escucharon pasos al otro lado de la consulta. La puerta se abrió. Ángela abrió los ojos y movió su cabeza en dirección al ruido de pasos que se acercaban.


Los pocos minutos que transcurrieron hasta que apareció Alberto embutido en una bata blanca se le hicieron eternos. Alberto se acercó a la camilla y se quedó quieto, indeciso, turbado por algo que no esperaba.


-…¿Cuál es el problema, señorita? – balbució al preguntar, azorado ante la presencia de la mujer, a la que no reconoció pues nunca había estado cerca de ella.

El problema eres tú, capullo –pensó Ángela, estando a punto de lanzar su pensamiento en alta voz; un impulso que pudo contener y que la mantuvo callada.

Ángela, al salir de la consulta la enfermera, se había desabotonado la camisa blanca y ajustada que llevaba aquella mañana y se había quitado el sujetador dejando libertad a sus senos; aún podía permitírselo; sin duda la gimnasia que practicaba con frecuencia obraba en su cuerpo el milagro de la ingravidez. Parecía una estrella de cine bajo los focos de su “amado” dentista. Su hermoso pelo rojizo brillaba bajo la luz de la lámpara, su huesudo y armónico rostro, así como sus brillantes ojos presuponían deseo. Su hermano Roberto seguro que la hubiera comparado con Greta Garbo. El cuerpo ligeramente recostado sobre su lado izquierdo, ambos hombros apoyados en la camilla dando firmeza a su torso, el cuello ligeramente echado hacia atrás y las piernas encogidas levemente, producían una patente insinuación.


Alberto continuaba inmóvil, sin saber que decir. Sin darle tiempo a que pensase, Ángela dijo:

-Hola Alberto –no comenzó con un buenos días, su papel debía de ser perfecto, lo que se proponía no debía estar enmascarado bajo ninguna muestra de educación; debía ser directa, hiriente si llegaba el caso- ¿No sabes quién soy?¿ No me reconoces? –Alberto seguía sin salir de su sorpresa-. Sí hombre, piensa un poco que a lo mejor la cabeza aún te sirve para algo (aquí se la jugó). Sí hasta me has hecho fotografías últimamente. Lástima que se me vea de lejos y siempre de espaladas; pero el pelo no podrás negar que no lo recuerdas –dijo esto último mientras levantaba la cabeza de la pequeña almohada y sacudía su hermosa cabellera. Alberto se sobresaltó, empezaba a entender, pero antes de que pudiera articula palabra, Ángela continuó. Soy Ángela, ahora caes –dijo al ver como le mudaba la cara a Alberto-, sí hombre la cuñada de tu ex, que por cierto no quiere verte ni en pintura, y Nuria ni te cuento. A qué he venido, te preguntarás: a joderte la vida si no das marcha atrás con tu actitud hacia ellas, y como de tu palabra nunca podría fiarme, pues tu actitud con Leonor es de lo más deleznable que un hombre puede hacer…, me baso en hechos –añadió haciendo un pequeño inciso-, te he preparado una sorpresita que sé que te va a encantar.

- O sea que usted, que tú eres… -intentó seguir Alberto pero la rapidez con que Ángela se movió le pilló de sorpresa.

Ángela bajó de la camilla, arrolló la mesita del instrumental derribándola (el estruendo fue como si cayesen de golpe docenas de cubiertos sobre un suelo de mármol blanco); el ruido llegó claramente a los oídos de la enfermera, de Nuria que continuaba hojeando una revista en la salita de espera y de otros dos pacientes que mientras estos hechos están ocurriendo habían llegado a la consulta del doctor en odontología Alberto Monterrubio. La enfermera entró nerviosa en la consulta y se quedó boquiabierta al ver a la paciente de pie al lado de la camilla con la blusa rasgada, intentando proteger de las miradas sus pechos descubiertos (digo intentando porque Ángela lo que pretendía era el efecto contrario), la falda de la mujer estaba desajustada en la cintura y su pelo desmadejado no paraba de moverse de derecha a izquierda. Una voz llena de angustia salía en esos momentos de la garganta de la paciente, justo en el instante en que Nuria y los dos recién llegados al convite hacían acto de presencia en la consulta , sobresaltados al escuchar los gritos de Ángela.

-¡Cerdo, que es usted un cerdo! ¡Lo voy a denunciar!¡Sinvergüenza!¡No va usted a ejercer en el resto de su vida!¡Ustedes son testigos!

-Pero…

-¡Infame!¡Hijo de …! –continuó con sus gritos Ángela, mientras que los que habían acudido a la representación se acercaban a ella para consolarla. Nuria miró a su padre a los ojos y le espetó a su cara: Eres un cerdo. Alberto sólo pudo abrir los brazos como única muestra de defensa. Ángela acomodó nerviosa su blusa y su falda mientras Nuria recogía el abrigo y el sombrero; ambas fueron hacia la puerta de salida de la consulta. Bajo el marco Ángela se volvió y mirando a los ojos de Alberto dijo con voz fuerte:

-No dude doctor Monterrubio que le denunciaré. Acto seguido se volvió y junto a Nuria bajó las escaleras suspirando, mientras la chica la miraba sin entender todavía nada.

4 comentarios:

  1. Hola Rafa esto se está conviertiendo en juego muy peligroso. ¿Estás seguro que no habrá sangre por medio? Ángela se ha pasado un pelín. A un chantajeador chantajedo no será fácil mentenerle a raya. Estoy intigada de cómo vas a salvar la situación :)
    De momento no solo mantienes la tensión sino que va en aumento!!!
    Un abrazo y buena semana

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  2. Hola Katy:
    Me parece formidable que te parezca intrigante, pero creo que conoces poco a los hombres, somos muy tontos.
    Gracias por estar al pie del cañón.
    Un abrazo

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  3. Hola Rafa:pues yo estoy de acuerdo con Katy. se puede revolver ssi como el que no quiere la cosa, pero eso te lo dejo a ti. Mola
    Un abrazo

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  4. Hola Fernando:
    Gracias por tus continuados ánimos como siempre.
    Un abrazo

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