miércoles, 19 de mayo de 2010

En el refugio de los sueños: Retrato

Ya se encienden las luces. He de abrir una vez más los ojos, con lo pesado que me

resulta mirar fijamente, sin pestañear, a todas las personas que vienen a verme; con esa mirada mía: tan sutil. Escucho siempre los comentarios, algunos más acertados que otros, pero ¡qué vas a pensar si se trata sólo de humanos! Mira como mira (es lo más corriente, ni hablar saben) dicen unos; sí, es una mirada enigmática, dicen otros como si estuvieran descubriendo el universo. Y no puedo dejar de observar a todo el que se para a contemplarme, y así hasta que regrese la noche con su velo acogedor, el guardián de turno empiece a apagar las luces y pueda volver a quedarme tranquila con los ojos cerrados y mi boca, esa que tiene que esbozar todos los días la misma sonrisa, pueda descansar también.

Ya llegan los primeros, como casi siempre son bajitos y tienen los ojos rasgados, casi cerrados, ¡qué gusto, qué descanso! Ellos llevan, la mayoría, una especie de sombrerito de tela o de plástico sobre sus cabezas, y ellas una tierna y eterna sonrisa: son mis preferidas, no parece sino que quisieran ser como yo. Ellos se parecen mucho entre sí, ellas no tanto, lo disimulan con sus maquillajes de colores: azul para los párpados, sonrosadas las mejillas y los labios de un intenso color rojo; y aunque todas lleven las mismas pinturas en la cara, las muy coquetas logran una personalidad diferente en sus rostros. Como dije antes: me encantan. Andan a pasitos cortos cuando las veo y les veo alejarse. Viajan siempre juntos: deben de ser muchos.

Echo en falta a Juliano; sí, el de los Médicis. ¡Qué apuesto era! Alto, delgado, moreno, con aquellos rizos en su pelo. ¡Qué ojos tenía, como tizones negros! No se ven hombres como aquel en este país. Aquí son con la piel blanca, no atezada como la de Juliano; tocabas sus brazos, su pecho y parecía que no pudieras hundir nunca tus dedos en su carne musculosa. Y su voz, siempre susurrante. Te declaraba su amor sólo con posar sus labios en mis oídos. Y aún se preguntan por qué sonriso y tengo esa mirada perdida. Es su recuerdo, el recuerdo de aquellos años lo que me hace sonreír. Ahora es distinto. Estoy lejos de mi país, de mi gente, de aquellos años dorados que tanto añoro.

A veces me parece verlo entre alguno de los visitantes. Trato de convencerme de que volverá a por mí algún día. Mientras tanto me conformaría con una mirada sincera, cálida, que se olvidase por un instante de quién soy y me contemplase con el alma, con su alma.



3 comentarios:

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  2. Hola Rafa, todo un alarde de creatividad e imaginación.
    La pude ver detrás de un cristal en medio de cientos de flashes a ver quien obtiene la mejor foto...
    Y me he preguntado por qué levanta tanta polémica. Será tal vez por su enigmática sonrisa que tu has resuelto muy bien en tu relato.
    "Mientras tanto me conformaría con una mirada sincera, cálida, que se olvidase por un instante de quién soy y me contemplase con el alma, con su alma"
    Sinceramente pienso que lo tiene difícil
    Te felicito por lo original y por el ritmo.
    Un abrazo

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  3. Hola Katy:
    Es que las miradas sinceras se ven muy de cuando en cuando, por eso son tan importantes; dicen que son el reflejo del alma. Creo que es cierto. Me encanta que te sigas pasando por mi mundo. Un abrazo

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