El último fin de semana hemos estado en Galícia, concrétamente en Orense, en la casa de unos muy buenos amigos. Vamos con frecuencia y es que esa tierra atrapa. Hacía calor, quizás no tanto como otras veces pero llegaba a molestar. Estos amigos tienen una casita preciosa rodeada de viñas en el pueblo de Cuñas, cerca de Ribadavia. Cuñas es un cuento: casas bajas y bien conservadas, viñas alrededor de cada una de ellas, situado en una ladera de un hermoso valle, y en el fondo de este valle el río Avia. Es la cuna del Riveiro, ese vino dorado por el sol y madurado en un clima especial, húmedo y caluroso. Edesio, que así se llama mi amigo, hace un vino blanco artesanal y además exquisito. Recoge alrededor de trescientos cincuenta kilos de uvas blancas y otros tantos de uvas tintas. Su vino es polivarietal: treixadura, laudeira, jerez, moza fresca...son algunas de las uvas de las que recuerdo su nombre. El blanco bien frío se bebe solo, aunque tiene 12º; claro es que mejor sabe acompañado con una buena empanada de las que hace Pilar, su esposa.
La noche del viernes pasado estuvimos en Ribadavia. A las once de la noche comenzaba la "Mostra de Teatro" Inició la muestra el espectáculo "Splash" de la Fura dels Baus. Fue de una gran fuerza visual: gruas, artilúgios, actores colgados de cables; vamos al más puro estilo de este grupo catalán. El espectáculo giró sobre el nacimiento de la muestra, para lo cual y desde una grua vino al mundo, atravesando una enorme bolsa de agua (me recordó a las que emplean los helicópteros para sofocar los incendios) una actriz. El resto de los números aunque de gran vistosidad la verdad es que a mí no me emocionaron gran cosa.
Y el sábado, claro, playa. Tueste durante un par de horas y a comer en el restaurante playero. Y aquí es donde se nota la tan temida crisis. No me refiero a que no hubiera gente para comer, no, muy al contrario el establecimiento estaba abarrotado de clientes. Me refiero al desastre del servicio. Muchachos y muchachas de temporada que ponen su buena voluntad, pero que resultan un desastre. Dos ejemplos: Durante muchos minutos las mesas estaban llenas y nadie tenía la comida sobre ellas. Y una de las mesas, contiguas a la que estábamos, fue cambiada de lugar por los improvisados camareros hasta seis veces. Y no es la primera vez que me pasa este año. En fin quela comida duró casi tres horas. ¡Ah! desde luego el precio no se correspondió ni con las viandas ni con el servicio.
En Cuñas, junto a la casa de nuestros amigos, viven Paco y Álvaro, dos hermanos de cincuenta y muchos años cada uno. Viven sin más compañía que varios perros y gatos. Son entrañables. Siempre que vamos nos obsequian con su amabilidad y con su bondad, además de algunas botellas de vino u orujo que ellos mismos fabrican. Estuvimos reunidos con ellosla tarde del domingo. Hablan en gallego cerrado: por deferencia o educación intentan hablar en castellano pero las palabras apenas si les salen. Yo prefiero oírlos en gallego, porque al final les entiendo mejor. Sobre la mesa había el periódico del día que hablaba en primera página de cuarenta aniversario de la llegada del hombre a la luna. Recordamos a la madre de estos hermanos, fallecida ya hace veinte años, que cuando la conocimos, hará más de treinta, se reía de nosotros porque creíamos a pie juntillas que el hombre había llegado a la luna. ¿Y cuando la luna no se ve?, dónde van a estar esos hombres. Se carcajeaba de nuestra "ignorancia". Bueno pues resulta que cuarenta años después hay quien duda de que sea cierto o de que nos contaran un cuento. Aquella ruda aldeana que calzaba, por aquel entonces, albarcas y lucía un pañuelo negro en su cabeza, y que nos decía que sólo había ido a Orense a ver al médico, lo tenía muy claro.
miércoles, 22 de julio de 2009
miércoles, 15 de julio de 2009
De fiestas y princesas.
Fue el pasado sábado, once de julio. Hacía calor, más de lo acostumbrado por estos lares. Fuimos a la villa de Covarrubias, al sureste de la provincia de Burgos. Covarrubias alardea de su pasado en sus casas de origen medieval; aún se conserva la de Doña Sancha. El Conde Fernán Gonzalez, allá por el 950 construyó una muralla y un torreón defensivo para evitar las acometidas de los árabes. Covarrubias se convirtió así en villa de protección de Castilla. El nombre de la población procede del topónimo cueva y del terreno arenoso donde se ubica. Bordeada por el río Arlanza y en su lecho, se sitúa protegida y arropada por montañas que evitan el frío viento del norte. Esta privilegiada situación geográfica incide en que en esta zona exista un microclima único. El valle produce vinos de calidad, pero su producto agrícola más deseado es la cereza.
Y coincidimos con la fiesta de la recogida de las cerezas. Íbamos de bautizo y nos encontramos con una preciosa fiesta medieval. Es digno de ver como los lugareños visten sus casas, que siguen conservando la típica construcción medieval, de entramados de madera vista y adobe, al más puro estilo de la época. Banderines, pendones, oropeles... todo es poco para adornar la villa. Esta fiesta, que viene de lejos, constituye una actividad turística de ámbito nacional. La población estaba abarrotada de curiosos con sus cámaras digitales que contrastaban con los puestos de ventas de cerezas y otros productos típicos de la zona; puestos que, junto a los que ofrecen sus mercancías, se mimetizaban con el entorno. Lo más sorprendente, curioso si se quiere, son las vestimentas que lucen la mayoría de los lugareños. Cientos de personas se atavían con prendas de aquellos años cercanos al mil. Grupos de soldados, con escudos y lanzas (fue curioso ver como uno de ellos sacaba dinero de un cajero de la caja de ahorros), caballeros en sus monturas... Y pincesas, muchas princesas. ¿No había prebeyas en aquellos años? Curioso. Las princesas "reinaban" por todos los lados. Supongo que a todos, cuando nos disfrazamos, nos gusta hacerlo de aquello que sabemos que nunca seremos pero que nos gustaría haber sido. Especialmente a las mujeres.
Fue una agradable coincidencia acudir a la fiesta popular de Covarrubias. La bota corrió de mano en mano. El sabor del vino, un poco agrio por el calor, poco importaba. La camadería reinaba. Quizás en aquellos años fuera así. Envidia da suponerlo.
Y coincidimos con la fiesta de la recogida de las cerezas. Íbamos de bautizo y nos encontramos con una preciosa fiesta medieval. Es digno de ver como los lugareños visten sus casas, que siguen conservando la típica construcción medieval, de entramados de madera vista y adobe, al más puro estilo de la época. Banderines, pendones, oropeles... todo es poco para adornar la villa. Esta fiesta, que viene de lejos, constituye una actividad turística de ámbito nacional. La población estaba abarrotada de curiosos con sus cámaras digitales que contrastaban con los puestos de ventas de cerezas y otros productos típicos de la zona; puestos que, junto a los que ofrecen sus mercancías, se mimetizaban con el entorno. Lo más sorprendente, curioso si se quiere, son las vestimentas que lucen la mayoría de los lugareños. Cientos de personas se atavían con prendas de aquellos años cercanos al mil. Grupos de soldados, con escudos y lanzas (fue curioso ver como uno de ellos sacaba dinero de un cajero de la caja de ahorros), caballeros en sus monturas... Y pincesas, muchas princesas. ¿No había prebeyas en aquellos años? Curioso. Las princesas "reinaban" por todos los lados. Supongo que a todos, cuando nos disfrazamos, nos gusta hacerlo de aquello que sabemos que nunca seremos pero que nos gustaría haber sido. Especialmente a las mujeres.
Fue una agradable coincidencia acudir a la fiesta popular de Covarrubias. La bota corrió de mano en mano. El sabor del vino, un poco agrio por el calor, poco importaba. La camadería reinaba. Quizás en aquellos años fuera así. Envidia da suponerlo.
viernes, 10 de julio de 2009
En el refugio de los sueños: Tertulias nocturnas
Es verano. Es de noche. Hay suerte, hoy no sopla el viento de nuestro páramo. Así recuerdo aquellas largas noches de mi primera adolescencia. Los chicos estábamos en la calle hasta las tantas, que decía nuestra madre: "el niño estuvo ayer en la calle hasta las tantas". Debajo de casa había un bar, de hecho aún existe y con el mismo nombre aunque haya cambiado de dueño varias veces. El Pozano se llama. Eladio su primer propietario era de Poza de la Sal, pueblo burgalés cuya principal industria es la extracción de sal de las pozas salinas. Poza está a cien kilómetros del Cantábrico, pero hay salinas y muy apreciadas. El recuerdo que tengo de Eladio es el de un hombre rechoncho, bajito, de pelo blanco. Le recuerdo mayor,seguro que no lo era tanto por aquellos años. Y le recuerdo sentado en aquellas noches de estrellas (sí, se veían las estrellas) en la típica silla de madera de los bares a horcajadas; apoyaba los brazos en el respaldo de la silla y se sentaba al revés de ¿lo correcto? A mí aquella postura siempre me pareció más cómoda. Los tertulianos, en ocasiones también estaba mi padre, adoptaban la misma postura. No faltaban los porroncillos de vino, la imagen es de vino blanco, y hablaban durante dos o tres horas. Por la calle de Madrid y de la Plaza de Vega, jugábamos con los chamarileros, que así llaman a los habitantes de esta plaza. Se vivía en la calle. La charla y las risas no importunaban a los vecinos que con las ventanas abiertas deseaban dormir. Sabían que estas tertulias nocturnas duraban pocos días; el verano siempre ha sido corto en mi tierra, muy corto: "De Santiago a Santa Ana" dicen irónicamente los mayores. ¡Qué sabios con los jodidos! Suerte que ya me voy acercando. Yo no sé de que hablarían aquellos hombres, pero lo pasaban bien. Mujeres no recuerdo que hubiera. Aquí también llegaba la hora del hermano Castresana, el del silbato, sólo que entonces eran las madres las que nos gritaban desde el balcón para que subíeramos a casa que ya habían pasado las tantas. Cuando me hice hombre me marché de aquella calle, de aquel barrio, y es curioso porque estas tertulias desaparecieron de pronto, pero el destino me llevó a revivirlas, ya como protagonista, en el pueblo de mi esposa. Allí continuan vivas, y además las mujeres también participan. Lo que no ha cambiado es lo del porroncillo, aunque ahora suele ser de vino tinto y además ahora lo pruebo. Y es que la edad va poniendo las cosas en su sitio. La hora de las tantas para los chiquillos en los pueblos y en verano es la una de la madrugada.
lunes, 6 de julio de 2009
La columna
¡Qué envidia! Que envidia me producen algunos columnistas. Día tras día plasman sus impresiones sobre los acontecimientos que ourren en el mundo, sin el menor atisbo de pereza o de falta de ideas. Cogen cualquier tema y ¡hala a escribir como quien no quiere la cosa! Con lo que a uno le cuesta enhebrar dos frases seguidas. Cuando esto me sucede, que es la mayoría de las veces, me acuerdo de la canción de Serrat y me quedo mirando a las alturas.
Los últimos sucesos: Garoña, el cese de los espías, los trajecillos del Gürtel, la exhibición de los gays... No, si temas ya lo creo que hay para hablar de ellos a lo largo del verano. Algunos parecen no ir a terminar nunca. Sin ir más lejos, hoy, en un diario nacional, continuaban hablando del 11-M. No se cansan. La guinda: la presentación de Cristiano, incomparablemente más numerosa y lucida que la de KK. ¡Florentino, a ver si estás otra vez metiendo la patita, que no sería la primera vez! Pobre Albiol, también. Lo dicho que no hay temas para comentar que estén magreados hasta la saciedad. Y yo que quería hablar hoy de amor..."y no se me ocurre nada" como en la canción.
Bueno sí, siempre recordaré aquella piel morena a la que besé por primera vez. Aún no se ha disipado el sabor de sus labios a manzanas verdes. Tuve suerte: la primera chica a la que besé de verdad sigue siendo hoy mi compañera de viaje. De aquellos y estos amores surgió este pequeño poema, para mí entrañable, y que a menudo me gusta recordar:
"Me encanta
sentir tu cuerpo dócil
entre las sábanas.
Y me encanta
verlo salir desnudo
de nuestra cama.
Me encanta
tu cara somnolienta
y tus brazos caídos,
buscando
aún sin rumbo
tu precioso vestido.
Y ese paso lento
que tienes al despertar
también me encanta,
como me encanta
el olor a café
que llena toda la casa.
Me encanta
desperezarme poco a poco
y verte de nuevo
allí en el baño,
y rodearte con mis brazos
frente al espejo.
Me encanta
tu complicidad
en tantas cosas.
Como aquella vez
que me ayudaste
a robar un ramo de rosas.
Recuerdas: salimos corriendo
regando de pétalos la acera.
¡Eran para ti, mi amor!
Y tú las regalastes
a modo de sonrisa.
¡Cómo me encanta
tu risa!
Los últimos sucesos: Garoña, el cese de los espías, los trajecillos del Gürtel, la exhibición de los gays... No, si temas ya lo creo que hay para hablar de ellos a lo largo del verano. Algunos parecen no ir a terminar nunca. Sin ir más lejos, hoy, en un diario nacional, continuaban hablando del 11-M. No se cansan. La guinda: la presentación de Cristiano, incomparablemente más numerosa y lucida que la de KK. ¡Florentino, a ver si estás otra vez metiendo la patita, que no sería la primera vez! Pobre Albiol, también. Lo dicho que no hay temas para comentar que estén magreados hasta la saciedad. Y yo que quería hablar hoy de amor..."y no se me ocurre nada" como en la canción.
Bueno sí, siempre recordaré aquella piel morena a la que besé por primera vez. Aún no se ha disipado el sabor de sus labios a manzanas verdes. Tuve suerte: la primera chica a la que besé de verdad sigue siendo hoy mi compañera de viaje. De aquellos y estos amores surgió este pequeño poema, para mí entrañable, y que a menudo me gusta recordar:
"Me encanta
sentir tu cuerpo dócil
entre las sábanas.
Y me encanta
verlo salir desnudo
de nuestra cama.
Me encanta
tu cara somnolienta
y tus brazos caídos,
buscando
aún sin rumbo
tu precioso vestido.
Y ese paso lento
que tienes al despertar
también me encanta,
como me encanta
el olor a café
que llena toda la casa.
Me encanta
desperezarme poco a poco
y verte de nuevo
allí en el baño,
y rodearte con mis brazos
frente al espejo.
Me encanta
tu complicidad
en tantas cosas.
Como aquella vez
que me ayudaste
a robar un ramo de rosas.
Recuerdas: salimos corriendo
regando de pétalos la acera.
¡Eran para ti, mi amor!
Y tú las regalastes
a modo de sonrisa.
¡Cómo me encanta
tu risa!
jueves, 2 de julio de 2009
En el refugio de los sueños: A quien madruga...
Antonio se levantó temprano aquel día. Después de casi treinta y cinco años de trabajo, la jubilación, por fin, había llamado a su puerta; más bien podría decirse que le habían pre-jubilado por medidas económicas de la empresa. Antes de tiempo -pensaba-, pero asumió sin el menor atisbo de queja su nueva situación. Económicamente no había quedado descontento y consideraba hallarse, aún, en buenas condiciones físicas para disfrutar de su nueva vida.
En los meses pasados había ido estructurando un plan para cuando llegase el momento. Tomaría el día a día sin premura, pero sin dilación; su tiempo -consideraba- era ahora de cerezas. De esta forma había decidido comenzar el día a la misma hora que cuando trabajaba.
Desayunó ligeramente y se metió bajo la ducha. El agua tibia fue deshaciendo su somnolencia, y mientras corría por su cuerpo, pensó en qué invertiría sus primeras horas de vacaciones; aún no había arraigado del todo en él su nueva situación. Pensó en dejar crecer su barba. Siempre lo había deseado, pero de alguna manera su trabajo lo había impedido. Convencido de ello no pasó por el espejo, empavonado por el vapor del agua de la ducha. Peinarse hacía años que no constituía un problema. Una vez acicalado decidió bajar las escaleras, de los nueve pisos que le separaban de la calle, andando. Este pequeño esfuerzo le permitiría ejercitarse un poco.
Al llegar al rellano del portal saludó al empleado de la finca, que se hallaba acondicionando la portería, y no recibió respuesta por parte de Benito, siempre atento y servicial.
Mal despertar tiene hoy Beni, quizás la chillona de su mujer -se dijo Antonio.
Antes de salir a la calle y al cruzar el vestíbulo sintió una sensación extraña que no pudo precisar, pero que no distrajo su atención hacia las primeras luces del día. El otoño, ya avanzado, perfilaba oscuras sombras entre los viandantes que caminaban con rapidez hacia sus lugares de trabajo.
Al doblar la esquina estuvo a punto de chocar con una mujer joven. Logró esquivar su cuerpo en un movimiento intuitivo de defensa. La miró con ligereza al cruzarse, fue un frágil instante.
¡Qué prisas! -comentó para sí-, y cayó en la cuenta que su proceder días atrás era idéntico al de la muchacha. ¡Las prisas, siempre las prisas!
Continuó su caminar por la ciudad. Le resultó casi desconocida a aquellas horas. Escaparates sin luz, teindas cerradas. La escasa gente en aquellas horas buscaba su destino en sus lugares de trabajo sin reparar en él.
Caminaba sin rumbo. Volvió a sentir la misma sensación extraña que en el vestíbulo de su domicilio. Siguió caminando.
Le gustaba el aire que respiraba; le sabía mejor. Estaba encontrando, sin pretenderlo, nuevas sensaciones. Percibía nuevas formas. Olía la humendad de las aceras mojadas; el frío ambiental que otras veces le hería el rostro, ahora le resultaba agradable.
Dobló por la alameda. Los plátanos aún mantenían sus hojas, mientras que en el resto del arbolado se iba aposentando el otoño. El suelo se hallaba abrigado por un manto de hojas que embellecían el parque, al que las primeras luces estaba vistiendo de mañana.
Las personas que se cruzabana su paso no se fijaban en él. A Antonio ya no le importaba, estaba absorto en la contemplación de su nueva ciudad.
Al final de la alameda dobló hacia su derecha y se dirijió hacia la Plaza Mayor. Deambuló por los soportales, y aquella sensación extraña, que le había asaltado en un par de ocasiones le sorprendió de nuevo. Al cruzar frente a unos grandes almacenes no vio su imagen reflejada en las lunas de los escaparates. Su falta de percepción fue fugaz, pero real. Dejó de caminar y buscó el reflejo de su cuerpo. No lo encontró. Se le heló la sangre. Cambió de posición y el espejo le devolvió su incertidumbre. No comprendía, no podía entender. ¿Qué sucedía?¿Era una pesadilla?
Poco a poco recapacitó: el espejo del baño, Benito, el vestíbulo del portal de su vivienda, la muchacha con la que casi tropieza, la gente..., y ahora su reflejo. ¡No existía!¡Había muerto!
Abrió los ojos. El sudor de su piel empapaba el cuello del pijama y la almohada. Se incorporó sentándose en la cama. Todo había sido un sueño. El despertador sonó justo en aquel momento, sobresaltando, más de lo que estaba, a Antonio. Su esposa le dio los buenos días mientras se levantaba de la cama y encendía la lámpara de la mesilla. Aquella era la realidad, aún pasarían años antes de que a Antonio le correspondiese la jubilación. Entristecido, pero sosegado, se puso las zapatillas y se dirigió al cuarto de baño.
En los meses pasados había ido estructurando un plan para cuando llegase el momento. Tomaría el día a día sin premura, pero sin dilación; su tiempo -consideraba- era ahora de cerezas. De esta forma había decidido comenzar el día a la misma hora que cuando trabajaba.
Desayunó ligeramente y se metió bajo la ducha. El agua tibia fue deshaciendo su somnolencia, y mientras corría por su cuerpo, pensó en qué invertiría sus primeras horas de vacaciones; aún no había arraigado del todo en él su nueva situación. Pensó en dejar crecer su barba. Siempre lo había deseado, pero de alguna manera su trabajo lo había impedido. Convencido de ello no pasó por el espejo, empavonado por el vapor del agua de la ducha. Peinarse hacía años que no constituía un problema. Una vez acicalado decidió bajar las escaleras, de los nueve pisos que le separaban de la calle, andando. Este pequeño esfuerzo le permitiría ejercitarse un poco.
Al llegar al rellano del portal saludó al empleado de la finca, que se hallaba acondicionando la portería, y no recibió respuesta por parte de Benito, siempre atento y servicial.
Mal despertar tiene hoy Beni, quizás la chillona de su mujer -se dijo Antonio.
Antes de salir a la calle y al cruzar el vestíbulo sintió una sensación extraña que no pudo precisar, pero que no distrajo su atención hacia las primeras luces del día. El otoño, ya avanzado, perfilaba oscuras sombras entre los viandantes que caminaban con rapidez hacia sus lugares de trabajo.
Al doblar la esquina estuvo a punto de chocar con una mujer joven. Logró esquivar su cuerpo en un movimiento intuitivo de defensa. La miró con ligereza al cruzarse, fue un frágil instante.
¡Qué prisas! -comentó para sí-, y cayó en la cuenta que su proceder días atrás era idéntico al de la muchacha. ¡Las prisas, siempre las prisas!
Continuó su caminar por la ciudad. Le resultó casi desconocida a aquellas horas. Escaparates sin luz, teindas cerradas. La escasa gente en aquellas horas buscaba su destino en sus lugares de trabajo sin reparar en él.
Caminaba sin rumbo. Volvió a sentir la misma sensación extraña que en el vestíbulo de su domicilio. Siguió caminando.
Le gustaba el aire que respiraba; le sabía mejor. Estaba encontrando, sin pretenderlo, nuevas sensaciones. Percibía nuevas formas. Olía la humendad de las aceras mojadas; el frío ambiental que otras veces le hería el rostro, ahora le resultaba agradable.
Dobló por la alameda. Los plátanos aún mantenían sus hojas, mientras que en el resto del arbolado se iba aposentando el otoño. El suelo se hallaba abrigado por un manto de hojas que embellecían el parque, al que las primeras luces estaba vistiendo de mañana.
Las personas que se cruzabana su paso no se fijaban en él. A Antonio ya no le importaba, estaba absorto en la contemplación de su nueva ciudad.
Al final de la alameda dobló hacia su derecha y se dirijió hacia la Plaza Mayor. Deambuló por los soportales, y aquella sensación extraña, que le había asaltado en un par de ocasiones le sorprendió de nuevo. Al cruzar frente a unos grandes almacenes no vio su imagen reflejada en las lunas de los escaparates. Su falta de percepción fue fugaz, pero real. Dejó de caminar y buscó el reflejo de su cuerpo. No lo encontró. Se le heló la sangre. Cambió de posición y el espejo le devolvió su incertidumbre. No comprendía, no podía entender. ¿Qué sucedía?¿Era una pesadilla?
Poco a poco recapacitó: el espejo del baño, Benito, el vestíbulo del portal de su vivienda, la muchacha con la que casi tropieza, la gente..., y ahora su reflejo. ¡No existía!¡Había muerto!
Abrió los ojos. El sudor de su piel empapaba el cuello del pijama y la almohada. Se incorporó sentándose en la cama. Todo había sido un sueño. El despertador sonó justo en aquel momento, sobresaltando, más de lo que estaba, a Antonio. Su esposa le dio los buenos días mientras se levantaba de la cama y encendía la lámpara de la mesilla. Aquella era la realidad, aún pasarían años antes de que a Antonio le correspondiese la jubilación. Entristecido, pero sosegado, se puso las zapatillas y se dirigió al cuarto de baño.
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