miércoles, 30 de junio de 2010

La cuñada de M.L. : soluciones

-No lo des más vueltas, Roberto. Son como dos niñas. Tanto mi esposa como Leonor.

-Dos niñas creciditas, perdona que te contradiga, Ildefonso.

-Sí, ya lo sé. Pero en el fondo dos crías. Verás: Ángela me lo contó anoche. Me lo refirió todo. Le dejé hablar sin interrumpirla pues a medida que iba hablando sus ojos delataban la preocupación que sentía, su conducta equivocada, y al mismo tiempo el esfuerzo que estaba haciendo para herirme lo menos posible. Me hablaban también de su retractación, de su comportamiento y de su compromiso para conmigo.

-Pero…

-Déjame continuar, Roberto. Digo lo de jovencitas, porque lo que hicieron era una novedad para ellas. Tanto Ángela como Leonor, tal vez más mi esposa, no han tenido, hasta ahora, muy clara su sexualidad. Digo que en mayor medida Ángela, porque creo que Leonor se dejó llevar. Quizás lo trataron como un juego; un juego cuyas consecuencias pueden ser desastrosas para ellas y para nosotros si no lo remediamos. Para las personas, me lo dice la edad, es muy importante “la primera vez” de algo, y mucho más si tiene que ver con una relación íntima. Lo normal es que esto suceda en plena juventud y por tanto nadie se lleve las manos a la cabeza, pero mírame a mí, estoy cerca de los setenta años y no ha sido hasta casi el final de mis días cuando ha surgido por primera vez el amor hacia otra persona, el amor por Ángela, como una aparición que ya no esperaba. A medida que te vas haciendo mayor se es más feliz porque la sabiduría que dan los años o la experiencia, como quieras llamarlo, hacen que ya conozcas de antemano todo lo que puede suceder y sólo el hecho de saberlo te otorga esa felicidad. Estoy seguro de que ninguna de las dos lo pretendió, que pasó porque las cosas suceden, están ahí y a veces las tomamos de la mano sin medir las consecuencias. He estado toda la noche en vela, con los ojos fijos en el techo de la habitación, pensando en lo sucedido, también en Leonor y en ti. Supongo que sabes lo larga que se puede hacer una noche así. Ángela dormía a mi lado; le costó coger el sueño y noté que lloraba en silencio. Al amanecer ya había tomado una decisión. Antes de que despertara había colocado mi brazo por debajo de su cabeza como hago cada mañana desde que me casé con ella. La atraje hacia mí y cuando abrió los ojos nos dejamos llevar e hicimos el amor como nunca lo habíamos hecho hasta ese momento. Nada dije. Ella quiso hablar y yo coloqué mi dedo índice sobre sus labios. No voy a exigirle nada, creo que anoche mis ojos también le dijeron a ella lo que yo sentía. Esa es mi postura y creo que tú deberías hacer lo mismo. Piénsalo, es mejor así. Lo más valioso es ser felices. Siempre he creído que lo importante del amor no es lo que se da, sino lo que se cede. Si de verdad quieres a una persona hay que desear lo mejor para ella, y esperar que ella te corresponda de igual manera. Creo que entre Ángela y yo ha quedado claro.

-Ya, pero ¿no crees que el arrepentimiento de ambas puede estar en la existencia de las malditas fotografías? –preguntó Roberto.

-Esa es una duda que nos acompañará toda la vida, pero que hemos de superar pues nuestra felicidad es más valiosa que cualquier recelo por razonable que sea. Además siempre habrá sido mejor que nos lo hayan confesado –zanjó Ildefonso.


Ángela estaba sentada en un diván del salón de su casa y oyó el timbre de la puerta. Se levantó y cuando se disponía a abrir tuvo la sensación de que algo desagradable se hallaba tras de aquel sonido estridente. No se equivocaba, al otro lado de la puerta se encontró con la torva mirada de alguien que conocía bien: era Alberto. Afortunadamente tenía echada la cadena de la entrada y aquella pequeña seguridad le dio coraje para enfrentarse directamente al recién llegado.

-¿Qué quieres? –le soltó decidida sorprendiéndose de la firmeza de su voz.

-Sólo hablar contigo –respondió Alberto.

-Nosotros no tenemos nada de lo que hablar, deberías saberlo –zanjó intentando cerrar la puerta semiabierta.

-Si tan sólo pudiera explicarme… –insistió Alberto mientras intentaba con su mano derecha empujar la puerta para que ésta no se cerrase.

-Explicar qué, que eres un ser despreciable y mezquino.

-Entiendo que puedas…que podáis estar enojadas conmigo, pero…

-¿Enojadas, eso es lo que piensas de nosotras? ¡Enojadas dice! – exclamó Ángela-

Lo que estamos es … no encuentro la palabra justa para decir lo que sentimos por ti. Vete, tanto Mari Leo como yo no queremos volverte a ver en toda nuestra vida.

-Abre, por favor, así no podemos hablar. Sólo deseo avenirme con Nuria, con mi hija, a Leonor ya sé que la perdí hace tiempo.

Ángela sin saber muy bien el porqué deslizó la cadenilla de la puerta y franqueó ésta a Alberto que entró cabizbajo en el pequeño porche de la vivienda de Ángela, no obstante la mujer tuvo la precaución de dejar la puerta abierta.

-Traigo las fotografías –dijo Alberto sorprendiendo a Ángela mientras le entregaba el sobre que las contenía-. A cambio quiero que no me denuncies y prometo dejaros en paz a ti y a Leonor. Nuria es otra cosa, no entra en el trato. Espero hacerle comprender que su padre no es un canalla como la habréis hecho entender.

-Para eso te has sobrado tú sólo –contestó Ángela para continuar -. Se pueden hacer copias de las fotos con facilidad. No me fío de ti, y además la denuncia ya la he tramitado - mintió-. ¿Qué esperabas, que me cruzara de brazos? ¡Ah, otra cosa!, mi marido también sabe lo mío con mi cuñada –volvió a mentir, a Ildefonso aún no se lo había contado, lo haría aquella misma noche-, lo digo por si albergabas alguna esperanza de contactar con él. Por cierto Leonor también se lo contó a Roberto hace ya unos días, así que por ahí tampoco vas a conseguir nada. Las fotos están muy bien pero necesito también los negativos.

-Van en el sobre –le cortó Alberto.

- Los negativos y que firmes ante notario un acuerdo comercial conmigo.

- ¡Usted debe de estar loca! ¿A qué acuerdo puedo llegar yo con vos? – le salió su vena argentina.

- Muy sencillo te vas a comprometer a marcharte de España, trabajarás para mí, y a no regresar, digamos en el plazo de seis meses: hasta mayo del año que viene.

- ¡Pero, no entiendo nada, por qué todo esto!

- Para proteger a tu hija; cumple los dieciocho en abril, ¿o ya no te acuerdas del cumpleaños de tu hija, so pendejo? Sólo así retiraré la denuncia. Cuando regreses ella ya será mayor de edad y podrá decidir lo que más le convenga. Te haré llegar el contrato mañana mismo a tu consulta. Me lo devolverás firmado y validado por un notario; las fotografías me quedo con ellas. Tú decides –dijo Ángela y se volvió a sorprenderse de su firmeza-. Seis meses pasan pronto pero te dará tiempo para pensar en tu estupidez. Tómatelo como unas vacaciones. ¡Ahora vete! El contrato me lo envías por correo ya que no deseo volverte a ver nunca más.

Ángela cerró la puerta una vez que Alberto se hubo marchado. Se quedó apoyando la espalda contra ella mientras cerraba los ojos y suspiraba profundamente. Ya solo le quedaba hablar con su marido - ojalá la perdonase y todo quedara zanjado pensó mientras se ponía el abrigo y cogía las llaves del coche para ir al hotel.

sábado, 26 de junio de 2010

El significado de las frases hechas (4)

Estamos de fiestas en Burgos; son las de San Pedro y San Pablo. Nos han venido a ver los hijos con sus parejas, los sobrinos con sus hijos pequeños, mi hermana y la abuela Isabel, la matriarca del clan (95 tacos y como si tal cosa). Todo ello significa mucho trasiego en los fogones de la cocina. Mi esposa no sabe como contentar a todos pues les hay de todas las ideas. Las mujeres tenéis el cielo ganado. Procuras ayudar en lo posible, todo el mundo lo intenta, pero el peso mayor siempre recae en las mismas personas. Bueno, por otra parte, hay mucha alegría y buen rollo. Llegar al ordenados se hace difícil, pues aunque hijos y sobrinos se hayan traído sus portátiles y el último invento: " el iPad" (toda una maravilla por cierto, hay que ver como lo maneja mi hijo, envidia da), al final todos acaban consultando el Google en éste.
Pero a lo que íbamos, hoy dos frases hechas:
- Pasar la noche en blanco.
Frase muy conocida por cierto que viene a significar: no haber dormido por el motivo que sea, insomnio, preocupaciones, ocupaciones, etc.
La frase viene de la época en que se nombraban caballeros. El futuro caballero debía de pasar la noche velando las armas (de ahí también que se diga pasar la noche en vela). Esta persona debía de llevar una túnica de color blanco.

-Salvado por la campana.
Esta frase tiene mucho significado en el mundo del boxeo. Aquel boxeador que está a punto de perder por KO. y que el tiempo del combate se acaba y suena la campana salvándole de perder momentáneamente el combate.
La verdad es que se nombra la frase desde la Edad Media. En esta época los vasos, platos, etc. eran a menudo de estaño. Este material se lleva mal con ciertos alimentos, sobre todo los que tienen cierta acidez, o con el whiski. La reacción que producía era venenosa y ocasionaba una especie de narcoléptico que dejaba paralizadas a las personas afectadas. Estas eran enterradas y se dieron casos en los que se comprobó que los difuntos no eran tales y que habían intentado salir del ataúd. Al darse estas situaciones se determinó hacer un agujero en la tapa de madera, atar un cordel en la muñeca del presunto difunto y atar el otro extremo de dicho cordel al badajo de una campana. Si el afectado "resucitaba", al verse preso movía los brazos para salir de la tumba y sonaba la campana.
Así me lo han contado.

martes, 15 de junio de 2010

En el refugio de los sueños: Efecto mariposa

Pilar tiene veinte años recién estrenados. Hoy es un lunes cualquiera. Bueno quizás no. A Pilar van a pasarle cosas, muchas cosas, y muy distintas a la vez.

Pilar se levanta sobre las siete y media. Calienta un buen tazón de leche en el microondas; como siempre el recipiente quema al sacarlo del aparato. Lo hace a propósito, así la leche se va enfriando mientras se ducha. Contempla su cara, su figura en el espejo del baño. Se gusta. Sonríe. Se viste. Desayuna mirando por la ventana: hace sol, un día espléndido. La casa está en silencio, sus padres aún duermen. Coge la carpeta de la universidad. Baja las escaleras saltando de dos en dos. Sale a la calle. Mira el reloj: las ocho y veinticinco. Voy a perder el autobús –piensa-. Echa a correr. Llega justo. Sube al vehículo.

El 17 echa a andar por las calles de Madrid camino de La Complutense. Pilar busca un hueco donde acomodarse. Una mano le hace señas desde el fondo. Es Luis. Pilar apenas conoce al chico. Él, sí. No sólo la conoce sino que en más de una ocasión ha intentado ligar con ella. Desde la distancia el chico le parece simpático y se acerca a aquella mano indicadora.

-Hola –saluda el chico- ¿Vas a la uni, verdad? Te he visto por allí alguna vez –miente y sus ojos le delatan-. Bueno, la verdad es que te veo a diario –se sincera el chico.

-Hola –saluda Pilar-. Sí, voy a la uni. Gracias por buscarme asiento. Siempre va tan lleno esto. Me gusta ir sentada. Este autobús se mueve demasiado. A veces cuando no tengo más remedio que ir de pie siento como un mareo, y mira que intento agarrarme fuerte en donde puedo.

Sin saber muy bien el porqué, Pilar continúa hablando al chico como si le conociera de toda la vida. Ya dije que le había resultado simpático.

-No te digo más –prosigue la chica- que una vez me agarré a una barra de cortina, que llevaba una mujer, creyendo que era una de esas que caen del techo hasta el suelo.

El chico se echa a reír acompañando a Pilar.

-Me llamo Luis.

-Yo Pilar. Pero creo que eso ya lo sabes, ¿verdad?

-Sí. Lo reconozco. No es que haya…

-No importa, me gusta tu sinceridad. ¿Qué estudias?

-Arquitectura. Lo de hacer casas y eso.

-Ya. Yo medicina, lo de curar y eso.

Ambos se echan a reír. Llegan a la universidad. Tienen tiempo hasta la primera clase y van hacia la cafetería. Allí, Luis se encuentra con su colega Ramón, y a su vez Pilar coincide con Nuria. Son jóvenes, alegres, sienten simpatía los unos por los otros y quedan a la salida de las clases de aquel lunes radiante de sol.


O. Pilar tiene veinte años recién cumplidos. Hoy es un lunes cualquiera. Bueno quizás no. A Pilar van a pasarle cosas, muchas cosas, y muy distintas a la vez.

Pilar se levanta sobre las siete y media. Calienta un buen tazón de leche en el microondas; como siempre el recipiente quema al sacarlo del aparato. Lo hace a propósito, así la leche se va enfriando mientras se ducha. Contempla su cara, su figura en el espejo del baño. Se gusta. Sonríe. Se viste. Desayuna mirando por la ventana: hace sol, un día espléndido. La casa está en silencio, sus padres aún duermen. Coge la carpeta de la universidad. Baja las escaleras saltando de dos en dos. Sale a la calle. Mira el reloj: las ocho y veinticinco. Voy a perder el autobús –piensa-. Echa a correr. Llega tarde. Ve alejarse al 17 calle arriba. Decide ir andando a La Complutense sabiendo que perderá la primera clase del día, pero hace tan buena mañana –piensa-

Cinco minutos más tarde aporrean la puerta de la casa de don Manuel, padre de Pilar. El hombre se despierta asustado, se pone un batín sobre el pijama y sale a abrir al apremiante ruido de la puerta. Es Miguel, el portero de la finca. Miguel tiene la cara asustada, los ojos abiertos y una mueca en la boca que le impide hablar. Por fin lo consigue:

-¡Don Manuel, don Manuel!... qué a Pilar le ha atropellado un coche, aquí mismo, debajo de casa. La han llevado al hospital.

-¡Pero qué dices Miguel!

-Sí, corra, al hospital de Nuestra Señora,…ahí, al final de la cuesta… corra usted.



jueves, 10 de junio de 2010

El significado de las frases hechas (3)

-¡Qué se te ve el plumero!

Vamos que se te ve venir de lejos; que no engañas ni a una monja de la caridad. Resumiendo: que eres un cándido y que cualquier cosa que hagas te la ven venir los demás por ser parco en el disimulo.

La frase es debida a que los guardias urbanos de la ciudad de Barcelona, que en aquellos años de principios del siglo diecinueve constituían una especie de policía local, llevaban sobre el casco unos plumones de colores, los cuales eran detectados por los maleantes a distancia. Si se escondían para vigilar, las plumas les delataban enseguida.


-Poner pies en polvorosa.

Viene a ser: valor de huida brusca y precipitada.

El rey de Asturias, Alfonso III, en su lucha con los sarracenos batalló contra ellos en los campos palentinos de Polvorosa. Tras cruenta batalla les hizo huir en fuga desordenada.


-De noche todos los gatos son pardos.

Lo decimos cuando queremos mostrar precaución o cierto temor ante alguna persona, pensando que podemos ser engañados; también ante algún hecho que a primera vista puede parecer una cosa y luego sorprendernos con otra muy distinta.

Sucede que de noche somos incapaces de distinguir los colores. Todo lo vemos en una escala de grises.


-Tener la mosca detrás de la oreja.

Mira que puede ser molesto su zumbido. Quién no las ha tildado de pesadas; de no poder quitárnoslas de encima. Sucede también con ese pensamiento que se te ha introducido en la cabeza y no lo puedes echar de ese rincón donde ha aparcado.

Sospechar, barruntar, tener la sensación casi con total seguridad de que va a suceder algo.

Así me lo han contado a mí.



lunes, 7 de junio de 2010

En el refugio de los sueños: El rastro de sus ojos

Desde el lugar en el que se encontraba sólo se escuchaban unos tacones al fondo del pasillo que chocaban contra el suelo de mármol del tanatorio de la M-30. Grupos de familiares, de amigos de Marisa, la joven fallecida en accidente de circulación, hablaban en voz baja, inaudible para quien no se encontrara en aquellos grupos que se habían ido formando a lo largo de la tarde. Las cabezas de aquellas personas se inclinaban hacia el suelo con una mirada inmisericorde; nadie parecía querer aceptar aquella muerte estúpida. A todos les había cogido de sorpresa. La muerte siempre llega de forma insospechada, pero bien parecía haberse cebado con aquella mujer en el mejor momento de su vida.

Los padres y los dos hermanos de Marisa parecían ausentes, como si no fuera con ellos aquel ritual, porque de un ritual se trataba, al menos eso era lo que pensaba él, Juan.

Carlos, el padre de la fallecida, levantó la cabeza y quizás por casualidad dirigió su mirada perdida hacia donde se encontraba Juan. Sus ojos se quedaron fijos en los del hombre. Juan no sintió desprecio alguno en el rostro envejecido de Carlos.

A primera hora de aquella misma tarde y a escasas horas del accidente que había costado la vida a su hija mientras trabajaba para el bufete de abogados en el que había ingresado unos meses antes, Carlos y su mujer, Paloma, habían firmado el consentimiento en la unidad de trasplantes, para que los órganos de su hija fueran donados a pacientes que los esperaban en diversos hospitales de la capital. La conformidad fue dolorosa, pero así lo había autorizado su hija tiempo atrás.

Dos años antes Marisa, al poco de licenciarse en Derecho Penal, se había presentado a una entrevista en el despacho de Juan, abogado y jefe de personal del bufete en el que acabaría encontrando trabajo aquella chica de currículum envidiable y poseedora de unos ojos como Juan nunca había conocido. Juan nunca supo si eligió a aquella muchacha de sonrisa limpia, por su carta de presentación o por aquellos ojos verdes, transparentes, de los que se quedó prendado para siempre. Tanto era el placer que encontraba en mirarlos que sentía como el rubor se aposentaba en sus mejillas cada vez que tenía que dirigirse a Marisa para pedirle algún trabajo. No lo podía evitar, bajaba la vista siempre que miraba aquel verde infinito en el que parecía querer adentrarse. La mujer al principio parecía sorprendida ante la actitud de Juan, pero poco a poco fue dándose cuenta de que aquel hombre sentía por ella algo profundo y que no podía evitar. Juan nunca tuvo una insinuación, una mala palabra, una broma fuera de contexto… Él era consciente de la diferencia de edad, más de veinte años, por no hablar de su matrimonio, de sus dos hijos…Pero Marisa, los ojos de Marisa estaban ahí día tras día.

Marisa rechazó a Juan el día que éste se atrevió a dar el primer paso. Juan no dejó de mirar los intensos ojos verdes de la mujer; quizás el sentirse rechazado obró el milagro de lograr poseer cuando menos aquellos ojos.

Y ahora Marisa había muerto.

El azar, ese soberano señor que se aposenta donde quiere y con quien quiere, hizo que Juan se enterara en el tanatorio el porqué a Marisa no se la podía ver dentro del féretro expuesto en la sala. La familia había atendido la voluntad de la mujer y había donado sus ojos, aquellos ojos.

Juan estuvo varios días pensando en una idea que no dejaba de rondar en su cabeza. Se preguntaba si realmente él se había enamorado de Marisa o sólo de sus ojos. Llegó a la conclusión de que fueron aquellos ojos los que le habían maniatado, por los que había estado a punto de abandonar a su familia, de cambiar su vida. Recordó el rechazo de Marisa. Fue ella quien le rechazó, no su mirada.

La unidad de trasplantes solo podía dar la identidad de las personas que habían recibido una donación de órganos a la familia de los donantes, salvo que la fallecida hubiese indicado lo contrario. No era este el caso pero Juan no era familiar directo de Marisa, por lo que su solicitud fue rechazada de inmediato. Juan no se desanimó pues ya esperaba esta respuesta. Buscó en su memoria por ver si tenía algún conocido médico en aquel hospital que pudiera ayudarle, pero no lo encontró. Él era abogado y sabía que no era lícito lo que iba a hacer, pero por otro lado pensó que el dinero que iba a ofrecer a alguna enfermera de la planta de trasplantes para que le indicase la persona que había recibido los ojos que perseguía, tampoco constituía ninguna inmoralidad. Encontró a la persona adecuada; al principio fue reticente a desvelar al paciente transplantado. Si algo tenía Juan era poder de persuasión: su trabajo diario le ayudó en aquellos momentos. Había tres personas en la planta que habían recibido una donación de ojos el día del accidente de Marisa, pero ella ignoraba a quién le habían correspondido los de aquella mujer. No importa –le dijo Juan- en cuantos los vea los reconoceré.

Recorrió la planta de trasplantados, habitación por habitación.

Leyó el nombre de la mujer en la cabecera de la cama donde reposaba. Le miró a los ojos y le dijo:

-Hola, Carmen, soy Juan.

Los verdes ojos de Carmen parecieron reconocerle.