lunes, 29 de marzo de 2010

En el refugio de los sueños: Aniversario

Hoy, veintinueve de marzo, hace un año que escribí mi primer post en este blog. Muchas cosas han pasado desde entonces: algunas importantes, las menos, otras sin trascendencia, las más. Pero aquí seguimos al pie del cañón como se suele decir.

En lo positivo he de decir que he ido conociendo a gente encantadora, aquellos que han pasado por aquí con frecuencia y otros, a los que su conocimiento y amistad me viene de lejos que, aunque no hayan dejado sus comentarios, sí me han dicho que en ocasiones leen lo que escribo, lo cual me satisface enormemente. A todos mi expresión de agradecimiento más sincera. Sois vosotros los que me dais fuerza para continuar.

En aquel primer post de hace un año, escribía sobre el pudor que me producía contactar con gente, alguna extraña, que iba a leer mi desnudez, pues no es otra cosa esta de escribir que abrir el alma. Hablaba de ser sincero, con uno mismo y con los demás. Creo haberlo cuando menos intentado.

He compartido espacio, ideas, opiniones, alegrías, experiencias e ilusiones: esas de las que andamos tan necesitados.

También he vivido y comprobado en los post que he visitado que aunque cada uno de nosotros seamos seres individuales con su idiosincrasia particular, en el fondo no somos tan distintos. Todos deseamos lo mismo: un mundo mejor. Supongo que será porque el que tenemos, mejor dicho el que entre todos hemos generado, no acaba de gustarnos. Creo que es importante que estemos en ello y seamos capaces de reconocer que algo debemos estar haciendo mal. Este reconocimiento, es sin duda, el principio de la solución.

En aquel primer post en el que escribía de sobreponerme al pudor, dejé un poema, que ahora vuelvo a incluir, que escribí hace tiempo (año 2002), pero que de alguna manera, y al menos para mí, tiene que ver con lo que creo.

“Hablemos de cosas inútiles:

del romper de las olas

en la playa,

del lejano sonido

de una campana,

de una puesta de sol

tras la montaña,

o de entretenerte en leer

un poema de Walt Whitman,

él, que tenía mariposas

entre su canosa barba.


Hablemos, hablemos de cosas inútiles:

de amar, sin pedir

a cambio nada,

de buscar una sonrisa

en la profundidad del alma,

de salir contigo al aire

y luego regresar a casa,

de bebernos las noches

y reencontrarnos al alba,

de besar cada día

los rincones de tu cara,

de desnudarte en silencio

y amarnos bajo las sábanas.


Hablemos, hablemos de cosas inútiles,

o tienes prisa

por ganar algo de plata.



miércoles, 24 de marzo de 2010

En el refugio de los sueños: Las frases hechas

Todos nos hemos preguntado en ocasiones por qué decimos determinadas frases que nos han sido trasmitidas de boca en boca a través del tiempo. Han ido pasando de padres a hijos sin que nos haya preocupado demasiado el porqué de las mismas. Las damos por hechas. Algunas de ellas son simpáticas, otras demuestran malestar o ironía. Las más son redondas, es decir que encierran una gran verdad aunque ignoremos por qué las expresamos.

Son numerosas y supongo que en cada entorno familiar o en cada localidad se conocen unas u otras. Imagino, no obstante, que lo que quieren expresar no diferirá mucho de un lugar a otro.

Traigo hoy tres, tratando de explicar el porqué se dicen y en que momentos. Esto no quiere decir que en otros lugares puedan significar o proceder de hechos distintos:


-“Muchos humos tienen esos”:

En el Imperio Romano los nobles, los patricios y la gente con poder bien fuera económico o político, adornaban sus casas con esculturas de busto redondo con las imágenes de sus antepasados. La mayoría de las veces estos retratos se exhibían sobre columnas. Las familias tenían mayor importancia cuanto de más antiguo les viniera su abolengo. El transcurso del tiempo, lógicamente, iba dejando su huella sobre las esculturas, envejeciéndolas. Como tramposos ha habido siempre, eran numerosas las familias que colocaban, durante un tiempo, los retratos junto a las chimeneas para que el humo acrecentase la sensación de antigüedad de las esculturas. De ahí la frase en cuestión, hay gente que se da muchos humos, mucha importancia en definitiva.


-“Vete a la porra”:

Quién no ha escuchado esta frase cientos de veces. Expresa eso…déjame en paz, vete a paseo… Pero de dónde procede. Así me lo contaron a mí:

Durante el siglo diecinueve los mozos, sobre todo los de los pueblos, llevaban una cachiporra a modo de arma personal, para defenderse de pequeños ladrones o en las trifulcas que se solían montar en las tabernas por un “quítame aquellas pajas” (otra frase hecha). Pues bien, los mozos, cuando deseaban cortejar a alguna muchacha del pueblo, grababan sus iniciales en la citada cachiporra y la introducían por el agujero de la gatera (véase el sentido sexual del hecho en sí). Si a la moza pretendida le gustaba aquel muchacho se quedaba con la porra, dando así su aprobación. En caso contrario la devolvía por el mismo lugar por donde había sido introducida, mandando al pretendiente a tomar viento fresco… a la porra, vamos.


-“Irse de picos pardos”:

Todos lo hemos dicho en alguna ocasión: “Hoy me voy de picos pardos”. Vamos que me voy de juerga con los amigotes hasta las tantas. ¡Hay tontos!

Durante la Edad Media existía, como no, la prostitución (el oficio más antiguo del mundo). No estaba prohibida, pero sí regulada. ¿Cómo? Muy fácil a aquellas mujeres que deseaban ser prostitutas o que simplemente se las pillaba en estos menesteres, la ley les obligaba a cortarse los bajos de la falda en forma de picos, para que así todo el mundo supiera de qué iba la cosa. Esto es irse de picos pardos, lo otro lo hemos hecho todos alguna vez.

Así al menos a mí me lo han contado. Otro día más.



martes, 23 de marzo de 2010

San Benito, Cuñas(Ourense)



Volvimos a Cuñas, un pueblecito encantador por su paisaje y su paisanaje. Cuñas, a unos treinta y cinco kilómetros aproximadamente de Ourense, se sitúa en una suave ladera orientada en forma de media luna hacia el suroeste (quizá deba su nombre a la curva que hacen las laderas del pueblo que en forma de terrazas buscan la ribera del Avia, cuna del “Ribeiro”).

Siempre habíamos estado allí en verano o muy adelantada la primavera, y fue curioso comprobar como las estaciones cambian la forma de ver el paisaje. Cuñas tenía esta vez un color distinto, este veintiuno de marzo, más ocre, más rojizo. Aún no se aposentaba en sus viñas el verdor de las hojas todavía sin brotar. Las cepas parecían esqueletos sin su follaje. Los sarmientos (así denominamos en Castilla al ramaje de las vides) no habían sido podados en muchas de las fincas y daban, como escribo, un color diferente al que yo tenía grabado en mi cabeza.

Fuimos, invitados por entrañables amigos, a celebrar la festividad de San Benito, patrono del lugar. “San Benitiño” le llaman con cariño los lugareños. El “Santo” nos obsequió con un día precioso de luz y muy agradable temperatura; hizo llegar la primavera. Los días anteriores había estado lloviendo sin cesar. Javier, tío de nuestros amigos y hombre de bondad infinita, nos dijo que como San Benito era el jefe de Cuñas hacía lo que quería. La ermita del santo se hallaba repleta de gente desde primeras horas de la mañana. Las misas se celebraban una tras otra. Me resultó extraña la celeridad de los diversos sacerdotes que se acercaron a Cuñas a oficiar. Me explicaron que es la tradición ya que vienen personas de todos los puebles de alrededor.

Al término, con la Misa Mayor, de los oficios religiosos sacaron en andas al patrono y se hubo procesión por las calles del pueblo. A continuación llegó la fiesta pagana, vamos como en todos los lugares de este país. Corrío el ribeiro y la degustación de pulpo. Las pulperías con sus potas de cobre estuvieron cociendo el delicioso manjar desde primeras horas del día, del que dimos debida cuenta. La combinación del vino blanco, con su gusto característico, y el pulpo resulta excelente. Amenizó la fiesta una pequeña banda de gaiteros dando más alegría a todos los que nos encontrábamos allí y ocasión para atrevernos a bailar a su son.



jueves, 18 de marzo de 2010

En el refugio de los sueños: Recuerdos de la niñez(1)

Era un ruido inconfundible. Sobre las dos de la tarde se abrían las ventanas de las cocinas que daban sobre la estación de autobuses (desde aquella época la están retirando de allí y aún sigue en pié), y las madres sacaban con orgullo, al poyo de las ventanas, la olla exprés; algunas, decía la publicidad de la época: “jamás puede explotar”. Sin duda así era, pero el artilugio había que enseñarlo a los vecinos que para eso se había hecho en casa el dispendio, la posible explosión no era más que una argucia. Y es que en aquellos años el “qué dirán” significaba mucho para las familias. Nosotros, claro, no íbamos a ser menos, y la olla hacía acto de presencia en la ventana los días que había cocido o berza, que eran los más. Había que presumir, qué carajo. Con el tiempo, y a la vista que no estallaba, y coincidiendo con que toda la vecindad preparaba cocidos o berzas, el artilugio fue perdiendo el privilegio de ser exhibido y permaneció ya por los siglos de los siglos en el lugar de donde no debió salir nunca, el fogón de la cocina económica. Cocina, que como contaré algún día, engullía todos aquellos enseres, inservibles para mi madre, y que nos proporcionaban calor en invierno. La verdad es que yo no recuerdo haber pasado frío por aquellos años. Sería la edad, supongo. Pero a lo que iba. Mi madre retiraba la olla, también llamada a presión, de la chapa y quitaba “el peso” de la espita situada en el centro de la tapadera de la olla. El silbante ruido llenaba toda la cocina. En ese momento mi hermano y yo inventábamos, todos los días, el más maravilloso juego para unos chicos que el ser humano haya sido capaz. Colocábamos una pelota de pin-pon en el surtidor de vapor; la pelota ascendía y descendía por él en un equilibrio fascinante a nuestros ojos, y desde la distancia, con un tirachinas, artilugio fabricado con un alambre y una goma elástica, tratábamos de acertar a la pelotita; y hasta lo conseguimos en alguna ocasión. Me parece estar viéndolo aún. Los chicos de hoy en día se divierten de otra forma. En fin supongo que cada época tiene sus cosas. Aunque, qué coño, me asusta esa frase lapidaria que empieza por.... “en mi época”; la época de cada mortal es aquella que le ha tocado vivir a cada cual, no sólo un período de años, sino todos ellos; que el tiempo no es mayor o menor en sí mismo pues depende del uso que hagamos de él.



martes, 16 de marzo de 2010

En el refugio de los sueños: Treinta y seis años

Serían las once de la noche, minuto más minuto menos, del quince de marzo de mil novecientos setenta y cuatro.

Mari, inquieta toda la noche, me despertó. Estoy seguro de que tuvo que tocar a conciencia mi hombro: yo siempre he dormido profundamente.

-Rafa, que ya viene. Levántate, corre y ve a por el coche.

-Seguro, ¿no será como el otro día? –debí preguntar mientras me desperezaba.

-Coño, que sí, que me conozco.

-Vale, vale. Necesitas ayuda

-¡Joder, claro que necesito ayuda! ¡Hombres, no valéis para nada! Vete a por el coche y sube a buscarme que las cosas ya están preparadas.

Nevaba a conciencia; vamos como si nunca lo hubiera hecho. Casi primavera y nevaba. Tampoco debió extrañarme tanto, supongo. Recuerdo que tuve que quitar la nieve y el hielo del cristal del coche. Por aquellos años tenía mi primer coche, un renault TS, todo un cochazo. Añoro su sonido: lo más parecido a los F-1de hoy en día, en serio. Fuimos al hospital, nos habían asignado para el parto la Cruz Roja. Serían las 11,30 de la noche.

A las dos de la madrugada del día dieciséis de marzo nacía nuestro primer hijo. Se llamaría Rafael como su abuelo…y como su padre.

Rafa iba a ser niña, hasta tenía juegos de cama, hechos por mamás, tías y abuelas, con el nombre de Susana. Por aquellos años no se podía saber el sexo de la criatura que había de venir. Nosotros queríamos una niña, pero llegó el chico y claro no ibas a decir que no. A veces, en familia y de forma cariñosa, todavía le llamamos “Susanito”. No se cabrea, siempre ha sido muy templado.

El primer recuerdo, a parte de la primera imagen, por cierto la mamá, para ser priparia, se portó muy bien, fue la salida del hospital a los tres o cuatro días: había una nevada impresionante. Al ir a utilizar el limpia del coche se quedó atascado con el hielo y dejó de funcionar; tuvimos que ir hasta casa con la ventanilla abierta y quitando la nieve, que se posaba en el cristal, con la mano. Fue el bautismo de nieve del chaval; a lo mejor por eso le gusta tanto esquiar.

A partir de ahí todo comenzó a ir sobre ruedas. Quiero decir que Rafa lo ha ido haciendo casi todo sobre ruedas. Le costó mucho echar a andar, pero para cuando aprendió a caminar como un humano, hacía tiempo que viajaba en triciclo a toda velocidad y por toda la casa. Un buen día comprendió que los pies también servían para otros menesteres, comenzó a echar sus primeros pasos, pero calculaba mal las distancias y no era difícil que a las puertas las atacase por las jambas, con lo que los chichones se sucedían uno tras otro; tuvimos que comprarle una especie de sombrerete de gasa con una goma que cubría el perímetro de la cabeza y que se ataba por debajo de la barbilla. Fue su primer casco de pilotaje. Fuimos varias veces a urgencias por aquellos años (quiero decir que íbamos varias veces al mes). Hoy en día, treinta y seis años después, su parque móvil cuenta con: dos coches, un kart, un mono-volumen (adquirido con sus compañeros de karts), una moto y dos bicicletas (que yo sepa).

Por aquellos primeros años de su vida intenté que le gustase el fútbol. Desistí el día que vi, en el bolso de una de sus camisas, una tarjeta de plástico amarilla y otra roja. ¡En el patio del colegio hacía de árbitro, el jodido!

Le recuerdo siempre haciendo algo en casa. Lo destripaba todo. Decía que de mayor iba a ser científico loco; de alguna forma lo ha conseguido. Tendría diez-once años cuando fabricó una parabólica con una lata de galletas y ¡veía, lo juro! Los vídeos de los vecinos.

A los dieciocho años se marcó a estudiar a Deusto. Ya no ha vuelto a casa para quedarse. Viene en vacaciones, findes… Vamos lo normal. Hay quienes nos dicen que vaya suerte acabar la carrera y colocarse e independizarse. No sé, también hay un pequeño desarraigo afectivo: era demasiado joven, pienso. Pero bueno así es la vida.

En la Universidad participó, junto a otro compañero, en la creación de una piscifactoría de alevines de merluza (me ha venido a la memoria por el post de hoy de Fernando). Tenían que informatizarla para lograr que los pececitos comiesen solos y a unas horas determinadas. Fue muy nombrado y hasta publicado en alguna revista.

Hoy, día de su cumpleaños, está en Irlanda por motivos de trabajo. Sé que a veces lee mis pequeñas historias, aunque no lo reconoce. Desde aquí quiero felicitarte, hijo, y darte las gracias por ser como eres.



lunes, 15 de marzo de 2010

Opibión: Migeul Delibes

Su escritura siempre me produjo desasosiego. Cada vez que tomo la iniciativa de escribir unas líneas tropiezo con el abismo del lenguaje. Miguel, permíteme que te tutee maestro, siempre fue el espejo donde me miré. Su forma de expresión lingüística desencadenaba en mí una torpeza a la hora de escribir. Su brillantez en el dominio de las palabras, esas que están ahí para que las tomemos y efectuemos los giros y expresiones que deseemos, bullía en mi cabeza pero no lograba, o mejor dicho aún sigo sin lograr, que esa argamasa de las formas lingüísticas tome el camino correcto. Las ideas están, pero la forma de expresarlas sólo son patrimonio de unos elegidos; sin embargo yo trato por todo los medios de hacerlos míos.

Hoy nos ha dejado. Descanse en paz. El siempre tuvo la necesidad de tratar de encontrar la totalidad de las palabras y la forma de expresarlas por gentes de lejanos países, que un día se auparon al carro del castellano tras la conquista española. Su ingente labor no a de acabar en saco roto; otros continuarán con su callada y abnegada labor. Desde estas líneas quiero agradecer su esfuerzo y sus continuas enseñanzas. Suyos fueron los mejores momentos que he tenido, junto a la palabra exacta de Lázaro Carreter, en lecturas de artículos y novelas perfectas en su estructura y profundidad; sin duda su enorme trabajo, a lo largo de su vida, sobre la palabra, obró en mi “conciencia” el deseo de hablar y expresarme mejor. Lástima que mi capacidad no de para más, pero siempre he pensado que también el esfuerzo y el desear de mejorar en lo que se persigue han de ser, sin duda, dignos.

13 de marzo de 2010



miércoles, 10 de marzo de 2010

La cuñada de M.L. :Explicaiones (2)

Aquel día de primeros de diciembre había amanecido muy frío con una niebla espesa cubriendo la ciudad. Las primeras horas de la tarde, sin embargo, se habían llenado de luz al disiparse las nubes bajas. El sol aliviaba la baja temperatura y la ausencia de viento hacían que el caminar por la ciudad resultase agradable.

Leonor vestía un abrigo gris muy ceñido que le llegaba por debajo de las rodillas. Las grandes solapas, alzadas con ambas manos, le protegían del frío, y el sombrero negro, que se había convertido aquel invierno en su inseparable compañero, le daba un aire elegante y a la vez enigmático. Llamaba la atención y los hombres se volvían a mirarla. Ella, absorta en sus pensamientos, no se fijaba en el mundo que le rodeaba. Tomó asiento en un banco del paseo por el que transitaba. El sol comenzaba su ocaso pero aún brillaría unos minutos en aquel lugar. Desde el banco podía ver el río que cortaba la ciudad en dos en su lento fluir. Dejó su mirada fija en las aguas sin saber que decisión tomar. Estaba en manos de Alberto. Tenía que decidirse, ya que el tiempo obraba en su contra; no podía predecir cuándo aquel ser inmundo, que un día fue su marido, podía decidirse a hacer valer la fuerza que le daban aquellas vergonzantes fotografías tomadas a traición. No salían de su mente aquellas imágenes abrazada y besando a su cuñada Ángela. Estaba segura de que Alberto las usaría, pero tampoco dudaba de que no le servirían de nada: tan sólo harían sufrir a demasiada gente, a personas que no se lo merecían; por su parte debía de tratar de dañarles lo menos posible; pero ella y Ángela –pensaba- también eran culpables de la situación creada. Desvió los ojos del río, las aguas se iban oscureciendo a medida que el sol se metía por detrás de las casas de la orilla opuesta a la que se encontraba. Las siluetas de los edificios se iban alargando hacía donde Leonor estaba sentada; al sentir la sombra alcanzando su rostro se levantó sin saber muy bien hacia dónde dirigirse. Roberto era a quién debía dar explicaciones, pero no le resultaba nada fácil confesarle la verdad. Con Núria había sido diferente, hasta fácil –pensó mientras caminaba con la mirada perdida-.

Sacó el teléfono del bolso. Las pequeñas teclas parecían escapar a sus dedos nerviosos. Notó que su pecho se agitaba a medida que los números aparecían en la pequeña pantalla. Respiró profundo mientras marcaba el número del hotel, Roberto a esas horas estaría allí trabajando. No había cobertura. Malditos móviles, maldito invento –dijo en voz baja dándose cuenta de que la situación le superaba-. Lo volvió a intentar; esta vez sí: la señal de llamada fue contestada por Roberto.

-Hola, mi amor, ¿desde dónde me llamas?

-No…, estoy paseando…haciendo tiempo hasta la hora de abrir el vídeo-club. ¿Podemos cenar juntos?

-¿Esta noche? –pregunto a su vez Roberto.

-¡Claro, esta noche! Tengo algo que contarte…que aclararte más bien.

-Como quieras. ¿Te paso a recoger?

-No, ven a casa, sobre las diez.

-De acuerdo. ¿No me puedes adelantar de qué se trata?

-No, mejor te lo cuento luego.

-Enigmática te veo. Hasta la noche, cariño.


Roberto se quedó callado. No entendía nada. Leonor…su hermana… Alberto. Pero,

¿qué era aquello que Leonor le estaba contando?


Leonor había dejado que transcurriera la velada para contar a Roberto su “affaire” con su hermana, con su cuñada.

Nuria, tan pronto se percató de que su madre iba a desnudar la verdad a Roberto, se levantó indicando que se iba a su habitación a estudiar:

-Tengo los exámenes de navidad al caer –dijo-. Mamá si me necesitas me llamas, ¿vale?

-Descuida, Nuria – le contestó sonriendo forzádamente.

-Preciosa tu hija, un encanto de chica –comentó Roberto viendo marcha a Nuria.

-Te quiere mucho. Me lo ha dicho más de una vez.

-Sí, nos llevamos bien y eso que apenas la veo, vamos casi menos que a su madre.

-De eso quería hablarte precisamente.

-A ver, qué es eso tan importante que querías contarme.

-Roberto yo te quiero por encima de todo, ¿lo sabes verdad?, y desearía que tú también me siguieras queriendo después de que escuches lo que tengo que decirte.

Roberto había cogido las manos de Leonor entre las suyas y le miraba con ternura a los ojos. Parecía divertido con aquella escena. Creía que nada de lo que pudiera contarle Leonor iba a influir negativamente en sus vidas. Estaba seguro de su amor. Por el contrario ella sospechaba que Roberto no estaba preparado para entender lo que se le avecinaba, por eso debía ser cauta y sincera al mismo tiempo, una postura que desde que tomó la decisión de confesárselo sabia que iba a resultar difícil.

-Verás, Roberto, yo quiero a Ángela.

-Claro, y yo, a mí manera, eso sí, pero la quiero –contestó Roberto.

-Bueno no sé si la quiero. Verás, escucha. Sabes que paso mucho tiempo con ella…

-Demasiado –intervino Roberto.

-No me interrumpas, por favor, me resulta difícil contarte todo esto. Verás: cuando Ángela e Ildefonso volvieron de su viaje de novios, tu hermana me llamó, quería contarme su viaje y su felicidad. Se la veía feliz, radiante, alegre; no es que pareciese otra mujer, sabes mejor que nadie que siempre ha sido un poco alocada, pero yo la noté asentada, más madura, no sé si es la palabra apropiada a su edad, a nuestra edad. Estuvimos hablando toda aquella tarde en su casa, me contó prácticamente su vida: la relación con vuestros padres cuando erais niños, la vida junto a vuestros tíos, su pronta independencia, la adquisición de la casa y como la fue reconstruyendo…en fin su vida hasta el momento de casarse con Ildefonso. Me habló de su viaje de novios a la India y de los recuerdos que acudieron a su mente. ¿Sabías que se había enamorado de un hindú? No, seguro que no, Ángela, aunque no lo parezca, es muy reservada para sus cosas. Le había conocido en un viaje a la India que hizo de joven, supongo que lo recordarás. Lógicamente tuvieron que separarse. Me dijo que aquello le marcó y le volvió un ser solitario, más de lo que había sido hasta que conoció a Omar, así se llamaba su primer amor. Se puso triste, al borde del llanto. Yo en aquel momento le tomé las manos entre las mías y no me preguntes el porqué, nos besamos. Aquello no se paró ahí y desde entonces no hemos dejado de hacerlo. ¿Amor, deseo, amistad…? no lo sé, el caso es que estamos bien juntas. Ángela ama profundamente a su esposo y yo, lo juro, también te quiero con locura.

Leonor hizo un inciso. No había dejado de mirar los ojos de Roberto desde que comenzó a hablar, y éste la miraba con una mezcla de extrañeza e incredulidad.

-Te decía que no sé si es amor, deseo o amistad, quizás un poco de todo haya – Leonor se había ido serenando a medida que hablaba -. Estamos bien juntas. Somos conscientes desde el principio de que aquello debía de terminar, que no nos llevaba a ninguna parte, pero el deseo podía más que nosotras, por eso creo que sólo había deseo…

-¿Por qué me cuentas todo esto? –preguntó un Roberto apesadumbrado – Podías habértelo ahorrado si pensabais dejarlo.

-Siempre he creído que la infidelidad consiste en no contar los problemas a la persona que amas, más que en tener una aventura, un lío o como quieras llamarlo. Además hay más motivos.

Leonor calló por un momento. Volvió a tomar las manos de Roberto, que éste había retirado, y se enfrentó de nuevo a la verdad.

-Alberto, ya te dije hace unos días que había regresado con ánimo de que le perdonara y de recuperar a Nuria, no me preguntes cómo, se enteró de lo mío con Ángela y nos estuvo observando. Supongo que nada sabía pero debió de estar merodeando por la casa de Ángela. El caso es que el muy hijo de puta logró hacernos unas fotografías, a través del ventanal que da a la calle, mientras nos abrazábamos y besábamos en el salón de tu hermana.

Roberto lo estaba pasando mal. Nuria lo notó en su cara que se había vuelto pálida.

-Siento darte este disgusto pero debía de contártelo.

-¿Me lo cuentas por eso que decías de la infidelidad o por miedo a las fotografías tomadas por el cabronazo de tu ex marido? –comentó preguntando un enojado Roberto.

-Por ambas cosas. Entendería que no entendieses, mi amor. Pero todo lo que te he contado es la verdad.


Roberto se quedó callado…Leonor…su hermana…Alberto.


-¿Podrás perdonarme?

-No lo sé. Estoy cansado. No me esperaba nada de esto. Debo pensarlo, Leonor

-Claro, lo entiendo.


Nuria no acudió a la mañana siguiente a clase; pidió hora en la consulta de su padre.

lunes, 8 de marzo de 2010

Opinión: a vueltas con la cultura.

La Real Academia de la Lengua Española define la palabra cultura como: “Resultado o efecto de cultivar los conocimientos humanos y de afinarse por medio del ejercicio las facultades intelectuales del hombre”.

La señora Aguirre -más lista que el hambre: la primera de la clase, vamos- a decidido por su cuenta que la fiesta de los toros sea declarada como Bien de Interés Cultural (BIC)en la Comunidad que preside. Y claro a su cobijo le han salido imitadores.

Siempre he creído que cultura, arriba está su definición, debe ser aquello que nos incumbe a todos, es decir que si en Madrid o en Valencia algo es tenido como parte de la cultura, también debe serlo para los demás. De ahí su despropósito.

La fiesta de los toros es eso, una fiesta, y además siempre ha sido nacional. Allá cada uno si la admite o no como tal. Somos muchos los que creemos que matar a un animal por muy hermoso que sea, porque no existiría si no hubiese toros (como dicen algunos), no es algo por lo que debamos enorgullecernos los humanos. Es una fiesta, una tradición, pero según mi criterio, nada más. Recuerdo que también era una tradición aquel ganso colgado por el cuello al que se descabezaba a tirones; y es una tradición el levantamiento o arrastre de piedras en el País Vasco, o el arrojar una cabra desde un campanario, pero de ahí a pensar que sean cultura va un abismo. También tomarán, si no lo han hecho ya, por cultura o por BIC la estupidez (a mí me lo parece) de la llamada “tomatina”

El articulista del País, Antonio Lorca, analizando el derroche de la señora Aguirre, esgrimía en su artículo de este sábado pasado, que la Presidenta no había inventado nada pues “la fiesta de los toros ya era cultura”. En su escrito tilda a los políticos de oportunismo y de tirarse al ruedo en busca de ganancia de votos, pero incide en determinar el valor cultural de la fiesta.

Hoy mismo, la escritora Almudena Grandes –a la que admiro-, defiende la misma idea con argumentos que a mí siguen sin servirme. Simplifica la muerte del animal recordando los higadillos de las ocas, las guerras, la explotación…Termina su artículo entendiendo a los que no entendemos el valor del torero, el arte, las luces, la música, la plástica, la estética… Finaliza diciendo textualmente: “En nombre de la propia cultura, por favor, tonterías las justas”.

Pues eso, señora Grandes, señor Lorca, señora Aguirre: tonterías las justas.

Claro que si tanta gente importante defiende lo tratado, como cultura, yo sin duda debo estar equivocado.

En otro orden de cosas me está indignando estos días la persecución, claro que desde mi punto de vista, que sufre el señor Garzón. Siempre me ha parecido demasiado mediático; el querer hacerlo él todo, vamos. Pero creo que no se le debe negar su valentía en algunos temas. Por eso el que asociaciones de ultraderecha (¡fuera los ultras sean del signo que sean!). Y condenados como el señor Correa por la trama Gürtel puedan sentarlo en el banquillo me parece el mundo al revés.

Claro que si tanta gente, unos nueve millones de personas creo, están de acuerdo en que debe abandonar su carrera jurídica, yo sin duda debo estar equivocado.

¡Ah, se me olvidaba! Volvió ¡Guti!, y en esto NO ESTOY EQUIVOCADO.



viernes, 5 de marzo de 2010

En el refugio de los sueños: Encuento inesperado

El tren que me llevaba a Burdeos acababa de salir de la estación de Arcachón. Me había tomado unos días de vacaciones después de licenciarme en económicas. Había comenzado, hacía ya unos días, un viaje por el litoral de la costa francesa; mi intención era llegar a París atravesando la planicie del país en este medio de locomoción. Me parecía más tranquilo que viajar en avión desde Madrid, a la vez que más romántico. No tenía ninguna prisa, contaba con treinta días de vacaciones. Me gustaba tratar con la gente de los lugares que visitaba, pasear por sus calles, entrar en sus establecimientos. Para mí aquello era viajar; perderme sin saber tan siquiera dónde iba a pasar la noche siguiente. Buscaba, quizás intencionadamente, el azar.

La puerta del compartimiento, del que yo era su único ocupante hasta aquel momento, se abrió y entró una mujer alta cubierta con un precioso abrigo de bisón. Aunque estaba entretenido en mirar un libro de viaje sobre la zona que visitaba, llamó mi atención el que alguien llevara ese abrigo por esas latitudes a mediados del mes de junio. Levanté la vista y me encontré con la mirada de unos ojos grises enmarcados por pequeñas arrugas que les daban vida. La mujer sin ser una anciana, era delgada y esbelta, podía estar cerca de los ochenta años, pero era bella…muy bella. Llevaba el pelo largo, recogido en un moño que con el adorno que portaba sobre su cabeza me pareció una especie de cofia. Su cabello era del color de la ceniza, sin llegar a ser del todo grisáceo, mechones aún negros se entremezclaban con aquellas canas que tanto le favorecían. El rostro, a parte de las arrugas en sus ojos y en la comisura de los labios se veía terso, casi joven. El color cetrino de su piel brillaba bajo la luz artificial del vagón.

-Bonsoir monsieur

-Bonsoir madame –contesté-. Mi acento debió sorprenderla y sonrió mientras se sentaba frente a mí y desviaba su mirada al exterior a través del amplio ventanal, al tiempo que se quitaba su abrigo de pieles y lo dejaba en el asiento contiguo. Su vestido me pareció extraño a la vez que elegante y muy personal. Sobre un traje azul que marcaba su cintura y que bajaba, quizás en exceso por debajo de las rodillas, llevaba una especie de …no me atrevería a llamarlo delantal aunque lo parecía. Por lo demás su aspecto era el de una mujer sencilla. No observé que llevase joyas en sus dedos, ni tan siquiera un collar de perlas blancas, tan comunes en personas de esa edad.

Miré yo también por la ventana. En el exterior estaba empezando a oscurecer. El tren atravesaba, en esos momentos, el pequeño “Bassin ´d’Arcanchon”. Cruzaba por un viejo puente de hierro. Ese era uno de los placeres que buscaba, encontrarme con la hermosura de la naturaleza. A lo lejos, una vez dejado atrás el pequeño mar interior, la campiña se mostraba con toda su belleza. Las pequeñas colinas se iban volviendo de un color azulado, mientras las sombras de los árboles empezaban a alargarse con la puesta del sol.

Al girar mi cabeza hacia la derecha buscando otro punto de referencia en aquel paisaje, tropecé con los ojos de la mujer reflejados en el cristal y que al igual que yo estaba absorta con aquel juego de colores. Mantuvimos las miradas más tiempo de lo que la buena educación debiera de soportar, sin duda debido a que aquel improvisado espejo actuaba de aliado.

-Monsieur, ¿est-ce vous espagnol? –preguntó la mujer mirándome ahora de frente-. Su acento al saludarme así pareció decírmelo –continuó en un correcto español.

-Qui, está usted en lo cierto. Voy a Burdeos, Bordeaux –corregí-. Habla usted correctamente mi idioma, a pesar de ser…

-¿Francesa? Sí, soy francesa. Nací en Burdeos hace ya muchos años. Pero he tenido mucha relación con su hermoso país. Y ¿a qué va a Bordeaux un muchacho como usted, si puede saberse?

-Me llamo Rodrigo y acabo de terminar mis estudios y viajo por placer. Me encanta esta parte del litoral francés y quiero acercarme a París. Supongo que me quedaré un par de días en su ciudad para conocerla. Quiero ver los “docks”, los viñedos, enredarme con la gente. En fin siento curiosidad por conocer.

-Está usted en la edad de todo eso. No desaproveche la vida que pasa muy deprisa. ¿Tiene algún interés especial por los viñedos o como dice es simple curiosidad?

-Bueno en este caso es más que curiosidad, mi familia tiene viñas en España y este mundo me interesa. Mi padre desea que me haga cargo de ellas y le prometí acercarme por esta zona.

-Entonces le sugiero que no deje de visitarme en mi “château”, le resultará interesante.

-¿Vive usted en un castillo?

-Sí en Le Chemin du Merignac, hay un tren de cercanías desde Bordeaux, no le costará encontrarlo.

-Muy agradecido por su invitación, madame, y ¿por quién pregunto, si es tan amable?

-Por Marie Brizard, simplemente.



miércoles, 3 de marzo de 2010

En el refugio de los sueños: El, ella, y el erotismo

Él se sumergió en los ojos de su amada. Veía su imagen reflejada en el iris, pero no se percataba de ello pues buscaba quedar inundado por el amor de ella que inmóvil ante él aguardaba con el pecho latente la llegada del deseo. Pero el deseo, al que sólo mueve el corazón, se había instalado en su cuerpo justo en el momento en que él entró por la puerta del aula de música donde ensayaba tarde tras tarde, y que a esas horas se encontraba vacía: sólo ellos dos.

Él toma el rostro de ella entre sus manos y humedece sus labios en los de la muchacha. Ella cierra los ojos, es capaz de ver con ellos cerrados, y deja hacer al deseo, o al destino, o al amor, que para ellos en aquellos instantes no se diferencian. Él estimulado, se deja también llevar y la atrae más cerca. Rodea el talle de ella con una de sus manos y con la otra le acaricia la nuca. La cabeza de la muchacha reposa, ahora, sobre el pecho de él, mientras el silencio se apodera del aula, tan sólo cercenado por un lejano rumor que llega desde la calle. Sólo el aire escucha la respiración de los amantes, que se vuelve rítmica a medida que pasan los segundos. Ambos se dejan hacer el uno del otro; si él avanza unos pequeños pasos, ella retrocede a su compás. Recuerdan el cortejo de algunas aves. Es como un baile, como una comunión entre ambos. Así, avanzando y retrocediendo, llegan hasta el lugar donde hace poco estaba ella tocando su violín , y dejan hacer a los sentidos. La torpeza les sorprende desnudándose. Las manos resbalan por aquellas botonaduras tan complejas. El apremio se va haciendo inaguantable. Ella tiembla en un escalofrío apenas perceptible. Él se descubre, en su nerviosismo, como un amante inexperto que hace desearle más. Por fin se encuentran. La piel tibia de ella y el calor apremiante de él. Las manos permanecen unidas, pero pronto cada una de ellas busca el cuerpo de su amante y se van deslizando por los rincones más ocultos. Las de él van subiendo por las piernas de la mujer y se posan diestramente en la hierbabuena del pubis. Con sabiduría se demoran en el vientre y van encontrando la habitabilidad de aquellos valles y colinas. Caminan con retardo por los pechos de la muchacha, descifrando su hondonada. Tan pronto unen sus labios como separan sus rostros para verse, para reconocerse, y volverse a juntar en un beso infinito. La cabeza de ella reposa sobre uno de los cojines y la inclina hacia atrás mientras él va inundando su armonioso cuerpo de placer. Los dedos de él recorren la aureola rosada de los pechos con detenimiento, como si desearan no dejar ningún espacio sin reconocer. La ternura inicial va dejando paso a un ahogo incontrolable. Los pulmones se agitan, las bocas se buscan más y más con desesperación, y la piel les va uniendo, y los brazos atraen los cuerpos con fuerza. La muchacha va encorvando la espalda mientras sus piernas se alargan sobre la alfombra y van rodeando, a continuación, poco a poco, la cintura del hombre. Ahora los brazos de ella se deslizan sobre el cuerpo de su amante mientras sus manos parecen ejecutar una pieza en su violín, y hallan en el cuerpo de él aquello que en ocasiones sólo la música puede darle. Sus ojos se abren en el momento en que la sorprende el dulce placer del amor físico, y su boca se abre agitada en busca del aire que parece faltárle. Ve en lo alto dos focos que le parecen estrellas y, más a lo lejos, el oscuro techo del aula, y parece haber encontrado el firmamento

Nada se dicen, continúan unidos por las manos. Uno junto al otro. Desnudos. Sus ojos fijos en lo más alto. Su respiración se va atenuando. Él vuelve su rostro hacia el de la muchacha que permanece inmóvil y aún jadeante. Con su mano derecha rescata una lágrima que se va deslizando por la mejilla de ella y la besa. Más que un beso se bebe el ligero llanto de felicidad que se escapa por los transparentes ojos verdes de su amada. Ahora es ella quien ladea la cabeza hacia él e inclina su boca hasta acercarse a los labios de su amante. Los besa y los encuentra dulces, al sabor de las manzanas maduras. Le mira a los ojos y la mirada de él le devuelve, una vez más, la certidumbre de haber encontrado en aquel hombre la seguridad en ella misma que hacía poco había perdido.

Así tendidos, sin atreverse a hablar, como si el silencio fuera la mejor de las músicas, permanecen hasta que el frío que invade el aula les va volviendo a la realidad.